Cuando uno quería cenar fideos, el otro pedía carne. Si Joaquín tenía ganas de ir a la plaza, Pedro se sacaba las zapatillas y se metía en la cama para la siesta. Uno amaba los deportes y la vida social, el otro prefería la lectura en soledad. De niños, eran el agua y el aceite. De adultos, aprovecharon sus diferencias para complementarse y llevar adelante un emprendimiento de gastronomía. Joaquín se dedicó a la parte contable y al manejo de proveedores, mientras Pedro diseñaba las propuestas del menú y se ocupaba de cocinar.
“Fue una buena experiencia que nos hizo redescubrir nuestra relación de hermanos, y el negocio funcionó”, cuenta Joaquín. “A pesar de que somos muy distintos, pudimos generar una buena dinámica de trabajo; lo que nos sirvió mucho fue dejar claros los roles desde el principio. El proyecto duró poco más de dos años, hasta que decidimos seguir cada uno por su lado”.
La relación entre hermanos suele ser intensa y, muchas veces, contrariada: no son pocos los casos en que surgen peleas por viejos asuntos y reproches de épocas remotas. En general, cada uno tiene una visión distinta acerca de sus padres y cómo fueron las cosas cuando eran niños. Sin embargo, también los une una historia compartida y un fuerte lazo de amor que se traduce en confianza. Ya lo dijo el sociólogo chileno Rafael Echeverría en su libro La empresa emergente: "La emocionalidad es un componente determinante en una organización. La confianza es el eje que debe atravesar la empresa emergente, ya que nos conduce a acciones transformadoras, capaces de generar y conquistar nuevas posibilidades. La confianza y el conocimiento de uno mismo y del otro son los grandes motores de la acción".
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