Desde que Alberto Fernández decidió usar su imagen de presidente en vísperas como estrategia de campaña, Mauricio Macri resolvió lo contrario: presentarse como oposición de la oposición. El centro de gravedad de su actividad proselitista se movió. Migró de los actos sectoriales, al contacto con la gente en la calle.
La larga marcha de la remontada no sólo lo muestra con el ánimo recompuesto tras la derrota en las primarias. También lo ayuda a instalar una imagen alternativa frente las tribulaciones de la economía. Como el aumento en los números de la pobreza, incontestable frente a su antiguo compromiso: el éxito o el fracaso de su gestión debían medirse, a esta altura, con ese indicador.
El cambio en la campaña oficialista es la consecuencia de dos decisiones. Una fue el reemplazo de Nicolás Dujovne por Hernán Lacunza. La otra fue archivar el libreto electoral de Marcos Peña.
El principal mérito de Lacunza fue convencer a Macri de que todo su diseño político debía orientarse al 10 de diciembre y no al 27 de octubre. Las decisiones sobre el reperfilamiento de deuda y el regreso parcial al control de cambios se guiaron con ese objetivo. Tanto como la paciencia para entender que el Fondo Monetario pondría por lógica en pausa su desembolso pendiente.
No era sólo la economía la que necesitaba la racionalidad del control de daños. Era en especial la política. Cuando se ejecutó, Macri encontró la veta para salir a disputar la hazaña electoral que todavía se imagina. Y para hacerlo, salió del algoritmo adonde lo tenía encerrado su jefe de Gabinete.
Macri cree encontrar en la calle lo que los actores del poder real le niegan. Todos ellos han resuelto girar con prisa para halagar a Alberto Fernández.
Ante ese panorama, el FMI y los principales acreedores privados externos ya están discutiendo quién logra eludir de mejor modo las pérdidas de la enésima cesación de pagos a la que se encamina el país.
Tanto el reperfilamiento de Macri, como la salida "a la uruguaya" que propone Fernández son estrategias de pago que evitan hablar de una quita en la deuda.
Para el FMI y los mercados de inversión, son retóricas que deben ser contrastadas con la consistencia de la deuda. Y como no se legitiman en la campaña política las reformas necesarias para recuperar la capacidad de pago, el horizonte de una quita suena como el resultado más lógico.
En ese caldo de cultivo es donde proliferan las especulaciones. La idea de una quita puede seducir a algún técnico del Fondo, tanto como espanta a los inversores privados.
La madre de esas incertidumbres es la dificultad del país entero para entender que el problema de la deuda externa no es sólo un interrogante financiero, sino la clave de bóveda de la macroeconomía para el próximo gobierno.
Mientras disfrutan de su reencuentro con las calles del país, en el entorno de Macri también imaginan que -en caso de una previsible derrota- la sorda presión del presidente electo para que el saliente decida la quita será la pesadilla del lunes 28 de octubre.
Sería la etapa sobreviniente del "sangrado" de Macri: que termine su gestión dejando al país en el mismo default en que lo encontró. Y el mejor escenario para que Fernández ensaye la salida "a la uruguaya", retocando sólo los plazos.
Habría en ese caso un inconveniente adicional. Sobre el que se escribe menos, por estar nominado en pesos. Cada declaración de Fernández sobre los recursos que obtendrá de las Leliq genera aplausos en la tribuna y escozor en los tenedores. Algunos gobernadores y empresarios aliados de Fernández son expertos en esa disciplina a la que el candidato sacude con adjetivos usurarios.
Mientras, los jefes territoriales ya obtuvieron por su cuenta en la Corte Suprema de Justicia un título ejecutivo para enrostrarle a Fernández en su eventual gobierno.
En el máximo tribunal desmerecen las opiniones que aluden por eso a un supuesto blindaje en favor de las provincias. Recuerdan que en el primer semestre del año los opositores les tiraban ácido a los jueces cuando rebotaron con sus maniobras reelecionistas para La Rioja y Río Negro.
Advierten de que los tiempos del fallo reciente sobre IVA y Ganancias se aceleraron porque los propios decretos de Macri tenían fecha de vencimiento en diciembre.
Pero en los pasillos de la Corte admiten que el giro en algunos juzgados de Comodoro Py contagia desconfianzas a todo el sistema.
En cuestión de horas quedaron liberados los empresarios Gerardo Ferreyra, Cristóbal López, Fabián de Souza y un colaborador de la inteligencia iraní, Fernando Esteche.
Ferreyra ayudó a dilucidar la metodología prevista para eludir las deudas pendientes con la justicia. No será al estilo tumultuoso del camporismo en 1973.
Las causas por corrupción drenarán por los desagües del código procesal. El juicio oral de la más emblemática de todas -la causa de los cuadernos- no se hará nunca.
En tribunales, a esa flamante cooperación entre empresarios procesados y jueces vacilantes ya la han bautizado mal. Dicen que son miembros de una misma ONG: "Luchemos por la mía".