Vía Tres Arroyos te presenta una nueva entrega de Pinceladas literarias, la sección a cargo de Valentina Pereyra. En esta ocasión ha seleccionado un cuento de Claudia Cittadino.
HASTA QUE NOS VOLVAMOS A ENCONTRAR
“Solo una cosa no hay. Es el olvido.” Jorge Luis Borges
Otra vez agosto.La veo levantarse como siempre, con esa falta de aire a la que ya se acostumbró.Camina despacio. Pasa por el escritorio. Se detiene frente a la pila de papeles con frases inconclusas y lápices desparramados.Comienza a ordenar sin pensarlo demasiado. No puede culpar a nadie; son vestigios de su propio desorden.Acomoda los libros, alinea los papeles, guarda los lápices en el estuche, todas las puntas mirando en la misma dirección, como si ese gesto —mínimo, inútil— pudiera resguardarla del caos.Luego la goma. Por último, el sacapuntas, en el hueco de siempre.
La taza de café la espera.Fría. Inmóvil.La toma con cuidado. Las manos tiemblan apenas.Mira el fondo. Los restos dibujan formas caprichosas sobre la porcelana.Cierra los ojos.Era la taza de siempre, con los restos de siempre.Pero en agosto, la taza se transforma, renace, vive.
La arrastra una vez más el recuerdo.
Fue una de nosotras quien lo sugirió, casi como un juego.Una mañana cualquiera, mientras mascaba chicle para disimular el olor de las pitadas del recreo.“-Lee la borra del café, te dice el futuro-“.Nos reímos. Dudamos. Pero la tentación de mirar lo que aún no existía fue más fuerte.Queríamos saber.Si nos amaban. Si íbamos a viajar. Si el destino tenía algo que pudiéramos cambiar, que pudiéramos evitar.
Esa tarde fuimos las siete.Siete cuerpos apretados en un departamento de barrio, la mesa de formica, los pocillos desparejos, el olor a café recalentado hermanado con palo santo y naftalina.La mujer, no tenía turbante. Su pelo recogido en un rodete deshecho dejaba mechones grises cayéndole sobre la frente.Su mirada nos recorría, una a una, sin apuro. Nosotras en cambio, no podíamos dejar de mirar sus manos grandes, arrugadas, con venas tan marcadas y azules que parecían querer salir a través de la piel. Las uñas larguísimas, pintadas de rojo estridente y un anillo con una piedra oscura, extraña, que parecía moverse cuando hablaba.
Movía la taza con un gesto ritual, tres veces sobre el plato, como si girara el mundo.Cuando la volcó, el sonido seco del borde contra el plato nos hizo callar, estremecer.
Esperó.“-Hay un viaje” –dijo-. “Será infinito”Sus ojos se clavaron en los míos.Nos reímos. Y empezamos a imaginar nuestro futuro de vacaciones eternas.El vapor del café todavía flotaba entre nosotras, tibio y pesado.
Antes de despedirnos, se paró, y dijo aquellas palabras que se grabaron a fuego en nuestra memoria, que durante años, al contar aquel encuentro repetimos sumándole detalles divertidos, imitando su voz cascada mezcla de noches insomnes, cigarrillo y alcohol, “El futuro no siempre se muestra – dijo- A veces se esconde en lo que queda. En lo que nadie quiere mirar.”
El destino en aquellos años era para nosotras, una palabra sin peso.
Éramos una tribu.
Sin nombre propio; siete cuerpos, siete almas.
La observo, frente a la taza hace silencio.
Sé lo que piensa. El vacío, se dimensiona, la invade, la arrasa.
Sacude la cabeza.
Susurra algo.
No la escucho.
No me animaría a preguntarle. Siempre tan terca.
Ha cambiado tanto.
Ya no canta.
Ya no vive devorando el tiempo.
Arrastra los pies como quien lleva un peso invisible.
A veces creo que es la edad.
Otras es eso, a lo que no le encuentra nombre.
Pasa la mano por la foto.
Las siete, abrazadas en “la escapada higiénica”, como la llamábamos.
El mismo departamento.
Solo nosotras.
La tribu.
¿Llora?
Creo que sonríe.
Esa mueca no es tristeza. Es la de quien guarda un mundo adentro.
Susurra algo.
Otra vez no la escucho.
No hace falta. Yo lo sé.
La miro desde este lado, inmóvil, sin relojes.
Desde aquí, la veo.
Sé que cree que seguimos igual.
Que no nos tocó el tiempo, que ya no sentimos pena.
Que tal vez, no todas la vivimos igual.
O no todas la morimos igual.
Cada agosto se derrumba.
Maldice a la gripe, se sumerge en la tristeza
Gripe que se lo llevó a él.
Tristeza que me encerró.
Planearon el viaje.
Querían sostenerme.
Querían protegerme.
Disimular el dolor.
La ruta.
El micro.
El golpe.
El viaje infinito que se hizo eterno.
Estamos ahí.
Las siete, otra vez.
Algunas de pie, otras etéreas.
Cuatro cuerpos.
Siete almas.
Sobre la autora
Claudia Cittadino Médica Pediatra . Tresarroyense por elección. Descubre en la escritura un modo de escucharse y reflexionar. Este cuento firma parte de su primer Taller de Literatura y Escritura con la Profesora Sandra Staniscia.






























