En la comunidad Santa María Nueva, de la localidad de Santa Victoria Este en Salta, faltan muchas cosas y hay muchas necesidades. Pero para Paulo Vázquez lo más urgente es tener una pelota de vóley para jugar a su deporte favorito, y un pozo de agua potable. Por ahora juega con la pelota de algún vecino, y desde el año pasado la Cruz Roja se encarga de distribuir el recurso del agua en la zona.
Paulo tiene tan solo 14 años, pero armó con su familia una cancha de vóley en este clima marcado por la aridez y el polvo, usando postes de madera sacados del monte y una red de pesca. Cuando cae el sol, se juntan todos allí para jugar un rato. Como cuenta Paulo en diálogo con La Nación, antes estaba más gordo, pero por este deporte bajó de peso, porque requiere de correr rápido. Su sueño es tener una pelota propia para seguir jugando.
En su hogar tienen casa cuando logran que salga del caño, pero a veces pueden pasar hasta tres días sin el recurso que trae la Cruz Roja desde el año pasado, luego de que se declarara la emergencia sociosanitaria en algunos departamentos salteños por la muerte de seis niños por desnutrición. La entidad tiene una planta potabilizadora de agua instalada en el territorio que distribuye más de 8 millones de litros, con una capacidad de hasta 60.000 litros por día.
Todos los días, Paulo se despierta temprano, hace un fuego y pone la pava con su hermanito para tomar el desayuno. Después de tomar el té, se van caminando a la escuela que queda a tres kilómetros de distancia, alrededor de una hora. Entra a las 8 en punto, y sostiene que podría llegar más rápido si tuviera una bicicleta. Después del trayecto, llega a su casa todo transpirado y se moja la cabeza con el agua del bidón que tienen bajo la sombra de un árbol, y toma un vaso.
Silas Belizani, de 68 años es el abuelo de Paulo y cacique de la comunidad. Explica en diálogo con el mismo medio que en la escuela suelen faltar profesores porque está a mucha distancia. Si llueve o tienen algún problema con el transporte, se pierde el día. “Yo no pude terminar la primaria porque antes no teníamos documentos”, comenta. “Recién este año tenemos”.
El año pasado no pudo ir a la escuela a causa de la pandemia por coronavirus, y Paulo cuenta que se mantuvo aburrido en su casa. Está contento de poder volver, y espera llegar pronto al secundario, que queda más lejos. Espera ser abogado de grande, para resolver los problemas que hay; y su abuelo sueña con que alguno de sus nietos sea sanitario o maestro. Son muy pocos los niños de las comunidades que pueden ir a la escuela, y aún menos quienes terminan alcanzando un estudio terciario, puesto que en el contexto en el que viven empiezan a trabajar desde muy chicos.
Paulo tiene tres deseos muy claros: unas botas para pescar, una bicicleta para ir al colegio y una pelota de vóley. Sus materias favoritas de la escuela son educación física y artística. Su familia está conformada por 21 personas, incluyendo a sus abuelos, su mamá Marianela, su hermano Emanuel, tíos y primos. No tiene padre, y su madre se ausenta durante varios días para ir a trabajar, lo que angustia a los pequeños.
Aunque cuentan con un tanque para preservar el agua y pueden cocinar con fuego fuera de la casa, tienen un precario acceso a la luz. Además, como cuenta el cacique, la gente quiere trabajar, pero no hay quienes compren los postes, las maderas o las artesanías. Muchas veces se manejan por trueque de ropa o comida en lugar de dinero. Se mantienen por la pesca, la ayuda del Estado en forma de pensiones y la Asignación Universal por Hijo, y la cría de animales. La mamá de Paulo también hace artesanías que vende cuando puede, y Silas trabaja desde hace 30 años “arreglando huesos”. Especialmente, atiende a los niños que se golpean y no saben decir qué les pasa.
Emanuel, el hermano de Paulo, tiene 10 años y es inventor. Construyó un carrito con boyas de red, una caja de plástico y palitos de madera, o aviones con ramas. Paulo ama también el monte, el río y los animales. Tienen en su casa chanchos, cabras, patos y gallos a los que ellos mantienen. Le encanta también pescar, y cuando la corriente es baja se va con unos amigos al río Pilcomayo, que está a casi una hora de distancia.
Aunque las familias están mejor que antes, todavía necesitan mejorar. Con la cantidad de agua que reciben no pueden sembrar, no tienen pozos, y necesitan mejorar las casas. Como cuenta Silas, su familia vivía cerca del río Pilcomayo, pero tras dos inundaciones debieron relocalizarse, y empezar desde cero sin ninguna ayuda.
Ante algún problema de salud, asisten al campamento de la Cruz Roja, donde viven seis personas con el equipamiento necesario, Wifi y aire acondicionado. Si se trata de algo urgente, se contactan con el hospital de Santa Victoria Este para que envíe una ambulancia. Paulo solamente quiere agua y comida para su familia, y poder ir al secundario. Aquellos que quieran apoyar a la Cruz Roja en la zona y ayudar al joven a cumplir sus sueños, pueden hacerlo a través de la página oficial de la entidad.