Hace 20 años un delincuente destrozó los sueños y proyectos de una joven pareja de novios de Punta Alta, cuando los asesinó a sangre fría para apoderarse de algunos objetos. El demencial episodio, que conmocionó a la ciudad y tuvo trascendencia a nivel nacional, se registró en los primeros días de enero de 2004, precisamente entre la noche del 6 y la madrugada siguiente, y tuvo como escenario un sector del Parque San Martín, hasta donde Carina Rosana Mansilla (23 años), técnica radióloga del Hospital Municipal Eva Perón, y Ricardo Guillermo Torres (24), suboficial de la Armada, habían concurrido para compartir una cena.
Hallazgo
La pareja -para ser despojada de un cinturón de cuero, una billetera, algo de dinero, un frente de estéreo y un reloj pulsera- recibió golpes y tiros, y fue hallada en el interior de un automóvil Volkswagen Gol, azul, propiedad de Torres, dentro del paseo público, sobre el mediodía del 7 de enero. Luego, las pericias médicas determinaron que no hubo violación y que los jóvenes tampoco habían mantenido relaciones sexuales antes de ser asesinados.
Investigación
“Lo que me acuerdo es que avisan que había un vehículo con dos personas fallecidas en su interior. Los chicos presentaba heridas de arma de fuego, tanto en una mano como en la cabeza. Quien recibió el disparo en la mano era justo a la altura del picaporte de la cerradura, del lado de adentro, como si hubiera querido salir”, recordó el comisario Esteban Gómez, quien en aquel momento se desempeñaba en la seccional puntaltense como oficial principal. “Cuando se empieza a investigar se puede establecer por la munición y la autopsia, que el arma era una 9 milímetros. Ahondando en el libro de guardia, estaba registrado que hacía dos o tres días un grupo de jóvenes, en la ermita San Cayetano, había estado tirando con un arma de fuego a los médanos y había acudido un móvil a ese llamado”, agregó. Gómez asegura que “después del crimen, el muchacho que los mata reparte el botín y salen a festejar, terminando en un bar de la calle Brown, de un hombre que estuvo imputado dos o tres veces por tenencia de estupefacientes. Y, por las manifestaciones espontáneas de los imputados, en ese boliche, debajo de la alcantarilla, detrás del inodoro y en la rejilla del baño, se pudieron ir secuestrando las cosas (por las robadas)”. El 9 de enero, la policía detuvo a Juan Eduardo Villalba (19 años al momento del crimen), oriundo de la ciudad bonaerense de Merlo, quien poco antes había cumplido una condena por robo, y había llegado a Punta Alta para visitar familiares. Respecto de la pistola utilizada, Gómez recuerda que “fue secuestrada en la casa donde estaba parando este muchacho, que no era la casa del tío. Estaba escondida detrás de una pila de ladrillos. Él había llegado para visitar a ese tío, paró en la casa de él y se hizo amigo de esta gente (por los otros imputados), todos de mal vivir, y luego paraba donde se le daba ese día. El último domicilio era una casa entre abandonada y semihabitada”. En la investigación se determinó que el arma había sido robada a otro familiar del acusado.
Finalmente llegó el tiempo de la justicia. El 21 de noviembre de 2006, el Tribunal en lo Criminal Nº 1 condenó al imputado a la máxima pena prevista en el Código Penal: reclusión perpetua más la accesoria de reclusión por tiempo indeterminado, imputado de homicidio agravado criminis causa. En tanto que otros tres jóvenes fueron acusados de encubrimiento agravado y recibieron penas de cinco años de cárcel. En el fallo uno de los jueces sostuvo que el asesino actuó de manera “fría y artera”, y que la situación de las víctimas se asemejó a la de una persona frente a un pelotón de fusilamiento. Así de brutal, trágica e incomprensible fue la manera en que le robaron la vida a estos jóvenes novios.
Fuente: LaNueva