La Argentina se conmovió cuando un personaje desconocido colocó a centímetros de la cabeza de la vicepresidenta un arma y la gatilló sin que la bala saliera disparada.
Pero para entender las consecuencias políticas de un hecho de semejante gravedad, es necesario identificar dos cosas: la naturaleza del hecho y la reacción que el hecho genera en los actores y la opinión pública.
Con respecto a lo primero, de no mediar información en contrario, todo indica que a pesar de su gravedad, no se trató de un hecho de violencia política. No parece tratarse de una acción deliberada de un grupo o sector político relevante que haya planificado un hecho de violencia para perseguir un objetivo político, parece más un hecho aislado, protagonizado por personajes marginales, violentos y/o con determinadas patologías psiquiátricas. Al no haber un sujeto político detrás del hecho, emergen ciertos límites a su repercusión política.
Con respecto a lo segundo, si bien el hecho produjo manifestaciones de repudio inmediato de casi todo el arco político, la decisión del presidente de señalar el mismo jueves a discursos del odio que se han “esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos” como responsables del hecho, y de decretar un feriado nacional incomprensible para facilitar una movilización ciudadana al día siguiente, comenzaron a construir nuevamente una grieta en la dirigencia política.
Lo que ocurrió al día siguiente finalmente no fue una marcha multipartidaria para reafirmar los valores de la convivencia democrática, sino una manifestación que desde la convocatoria parecía pretender ser exclusivamente partidaria. El documento leído en el acto insistió en responsabilizar a discursos de odio de sectores “de la dirigencia y sus medios partidarios”.
La reacción de la oposición fue la esperada. Por sentirse señalada por el oficialismo, comenzó a desvincularse de nuevas acciones de repudio, las que fueron señaladas como instancias de aprovechamiento político por parte del oficialismo.
Esta acción y reacción producida entre los actores políticos empezó a ser procesada por la opinión pública en los mismos términos, y estudios preliminares que venimos viendo ratifican que no hay cambios significativos en el clima de opinión. Dependiendo del lugar donde la gente esté parada (si desde una mirada oficialista u opositora), se tiende a abrazar la interpretación más conveniente a ese pensamiento.
Nos queda conocer en plenitud las motivaciones que llevaron a Sabag Montiel a cometer semejante acto, pero mirando la naturaleza del hecho y observando las repercusiones que el mismo tuvo entre los actores, podemos afirmar que se trató de un atentado de una magnitud inversamente proporcional al impacto que generará en el escenario político.