Hoy es 28S y nuestros cuerpos irreverentes lo saben. Nostalgia de abrazos apretados en la plaza, gustito a conquista de derecho en la boca y la fuerza inagotable de las que lucharon antes que nos empuja para seguir tejiendo mundos mejores, más amables, más justos, más verdes.
El miedo cambió de bando definitivamente un 30 de diciembre de 2020 cuando supimos que abortar era una opción más allá de las trágicas “causales” del viejo art. 86.
Abortar fue un derecho ese fin de año de pandemia en que crujieron todas las estructuras, incluidas las que parecían inconmovibles. Adiós a las perchas y a las monstruosidades que nos pusieron en peligro cuando la muerte en era menos importante que la cárcel. Adiós a la intemperie del aborto con vergüenza y en soledad. Adiós al nudo en la panza cuando nos llamaba alguien que no estaba dispuesta a poner el cuerpo para la maternidad y sabíamos que correríamos juntas todos los riesgos. Adiós para siempre a la palabra “amigable” usada para señalar a quien no nos denunciaría mientras atiende un sangrado por las pastillas. Adiós al gobierno de nuestros cuerpos.
Las resistencias conservadoras no han desaparecido, simplemente han mudado al campo judicial su arte vetusto de impugnar nuestros cuerpos.
Después de la sanción de la Ley 27610 el país se convirtió en un laboratorio y los conservadurismos más rancios experimentaron revertir la legalidad del aborto con la frescura de quienes saben que, aunque las calles sean nuestras, los pasillos de Tribunales les pertenecen.
De esas 34 acciones sólo prosperaron 3 y están en espera de que los 4 varones Supremos decidan si ponen un digno fin a esos procesos, o los continúan con alguna mueca procesal. Hemos sobrevivido casi un siglo como rehenes de la dogmática penal y de un signo de puntuación para poder abortar en casos de violación hasta que llegó el caso F.A.L. ¿Esperarán también un turno de 100 años las demandas antiderechos en la Corte?
Los efectos simbólicos del derecho son potentes, pero no imbatibles. Un fiscal pidió todas las historias clínicas de las mujeres que habían abortado un mes de agosto acá en Tucumán para ver si lograba dar con la dueña de unos restos fetales hallados en una calle oscura de un barrio periférico. Ana recuperó la libertad en Esquina, Juana sigue esperando y otras serán acusadas por desafiar el mandato. La criminalización se enmascara, lo sabemos, pero la legalidad del derecho a decidir sube el volumen de las defensas legales.
El desgobierno de la objeción de conciencia ha logrado sofisticarse y permite más daño del que que habíamos logrado imaginar. Certificaciones de “nacidos vivos de ILE”, sobrecarga laboral de quienes garantizan la prestación, traslados de provincia y médicos golondrina, estigma sanitario en sociedades científicas y Facultades de Medicina que se niegan a aplicar la Resolución N°798/22 que incorpora la ILE y la IVE a los contenidos curriculares de formación de grado son algunas de las estrategias del ecosistema de resistencias que se cuecen en el horizonte de derecho a decidir. Ladran Sancho, pero los abortos se hacen igual.
En 2016 cuando charlaba con un abogado sobre el caso de “Belén”, el de una joven de nuestra provincia que pasó 29 meses presa por un aborto espontáneo, se horrorizó cuando le dije “le plantaron un feto” al ritmo en que intentaba explicarle que su condena no tenía fundamentos jurídicos.
Eran otros tiempos y la maleficencia judicial de perseguir con tipos penales más graves la decisión de abortar todavía estaba dentro del closet de conversaciones feministas.
También era una discusión de cuartos propios la estrategia política de atribuir personalidad jurídica a la vida fetal para menoscabar la ciudadanía de las mujeres con el lenguaje de los derechos humanos; y hoy, sin embargo, nos atrevemos a dar estas discusiones porque defendemos la vida, nuestra vida y no la reproducción celular de un óvulo y un espermatozoide revueltos con éxito.
La sociedad decidió ese 30 de diciembre de 2020 que es inmoral exigirnos gestar, parir y cuidar sólo porque tenemos útero.
Este 28S y frente a la pregunta constante de “¿Dónde están las feministas?” me atrevo a decir que estamos en todas partes, defendiendo el derecho a decidir y con más conciencia que nunca de que jamás nos regalaron ningún derecho, los conquistamos todos; y por lo mismo, los pañuelos verdes no se guardan.
* Soledad Deza logró el sobreseimiento de Belén, la joven que pasó casi tres años en prisión por un aborto espontáneo.
Fuente: Télam