Fuera de cualquier contexto político, aunque pareciera prácticamente imposible evitar esa abstracción al referirse al tema, no caben dudas de que a la reina Isabel II, fallecida a los 96 años, le hubiese encantado visitar las Islas Malvinas (Falkland Islands, para la cultura británica).
Descubrirlas en medio del océano Atlántico Sur; divisarlas por primera vez desde el cielo, antes de que su vuelo aterrizara. Recorrer sus caminos y senderos, o a campo traviesa. Conduciendo un Land Rover, por cierto. Incluso, reparándolo en plena aventura, si fuese necesario. Caminar también por las encantadoras calles de su capital, saludando y conversando con sus habitantes. Le hubiese encantado...
¿Por qué la reina Isabel II no viajó nunca a las Malvinas?
En sus siete décadas de reinado, ¿por qué nunca lo hizo? ¿Por qué se le pasó la vida y visitar las Malvinas le quedó pendiente, como seguramente tantas otras visitas, de acuerdo con su agenda siempre colmada? Se lo pregunté al escritor escocés Ricky Phillips, historiador, autor de los libros The First Casualty y Last letters from Stanley, referidos a la guerra de las Malvinas. Ahora, ya dejamos de abstraernos y nos metemos de lleno en el necesario contexto.
Respondiendo enseguida -y con su habitual amabilidad- a la convocatoria, lo primero que Phillips me expresa parece provenir de lo más profundo de su ser británico: “Hoy, el día después de su fallecimiento, es extraño estar en el mundo sin ella. De repente y aunque suene infantil, es como si te enteraras de que Papá Noel no existe”. También, la quiere definir: “Una mujer muy sabia. Donde la política divide a la gente, su trabajo era unirnos y recordarnos las cosas que compartimos”.
“Isabel II siempre vio a las Malvinas como un asunto identificado con Thatcher”
Ya tratando de responder a mi pregunta puntual, Phillips, nacido en Edimburgo, capital de Escocia, reflexiona: “Ella seguramente hubiese querido conocer las islas; claro. Pero tal vez, esa visita oficial se hubiese interpretado como una declaración política. El asunto Malvinas siempre fue identificado aquí (en el Reino Unido) con Thatcher, con quien la reina no quería tensión alguna ni comparación. En las Malvinas, celebran hasta hoy el Día de Margaret Thatcher; se trata de su legado personal. En ese sentido, la reina no lo pisaría”.
En los primeros días de abril de 1982, cuando había presagio de sangre a gran escala en las Malvinas, después de los combates del día viernes 2 de ese mes, Thatcher informó a la reina Isabel II acerca de la decisión de enviar a la flota británica a recuperar las islas, por considerar que Argentina había invadido un territorio que les pertenecía. Con los años, la entonces primera ministra británica recordaría que la reina le preguntó qué posibilidades de fracasar habría; y que ella simplemente le respondió... “Ninguna”.
Continúa Phillips: “Durante la guerra de las Malvinas, la reina jugó un papel muy poco activo. Conoció al Papa (Juan Pablo II) cuando vino a Londres -antes de que viajara a Buenos Aires-, y al presidente Ronald Reagan, a quien le dio un título de Caballero honorario, algo que no es muy conocido, pero porque en Estados Unidos no reconocen los títulos honorarios. Estuvo involucrada en los acontecimientos, pero con la postura de respetar a Thatcher, en el sentido de que el asunto Malvinas fuera resuelto por ella”.
Lo mismo, le quiero preguntar a Phillips si la reina podría haber evitado la guerra. Me responde: “No hay que imaginar a la reina sentada en su trono, diciéndole a la gente qué hacer, como una extraña caricatura medieval. La reina no le dice a nadie qué hacer. Es jefa de estado y apoya la unión de pueblo y gobierno. Ella no interfiere ni usa su poder sobre el mandato establecido”. Y detalla: “La reina Victoria canceló cientos de proyectos de ley y votaciones parlamentarias. La reina Isabel rechazó 11 en 70 años y los envió de regreso con sugerencias útiles”.
Por las dudas que alguien se pregunte si es una forma de lavarse las manos, se lo transmito a Phillips, quien responde: “La reina tenía el poder de declarar la guerra o la paz, pero hay que entender la monarquía constitucional. El monarca tiene el poder pero no lo usa. Apoya al gobierno. Es un servidor público y sirve de puente entre la política y las personas. Se trata de un equilibrio de poder. El último ejercicio para tener poder, pero no usarlo ni abusar de él. Que la reina hubiese declarado la guerra o la paz sin el Parlamento hubiera sido una violación de ese poder. Ella nunca lo hubiese hecho”.
Finalmente y también por si a alguien se le ocurre, le pregunto si piensa que en algo cambiará, desde el lado británico, la postura respecto de la soberanía de las islas a partir del fallecimiento de Isabel II y el nombramiento de su sucesor, el príncipe Carlos (ahora, rey Carlos III).
“En absoluto. La diferencia entre la reina y un nuevo rey es la duración de un solo latido. Se resuelve como de costumbre. Por eso, somos un país muy viejo. La vida continúa. Ser monarca es un trabajo como cualquier otro. Podríamos plantear la hipótesis de que si Putin muriera, las cosas cambiarían, por ejemplo. No así con el monarca. Es un símbolo, no un político. Es como el Papa. Hace su trabajo, muere, hay un nuevo Papa. Sin cambio de dirección. Su trabajo es unir la fe católica y los fieles. Quien quiera que sea, hace ese trabajo”.