Miguel La Paz tiene 67 años, nació y se crio en el barrio Pueblo Nuevo. Como tantos jóvenes del interior del país, ingresó a la Armada en búsqueda de un futuro mejor.
Con solo 16 años rindió los exámenes e ingresó a la fuerza naval, y después de cinco duros meses de instrucción en la isla Martín García fue destinado a Puerto Belgrano, donde se especializó como artillero; pasó por distintos buques hasta que en 1977 llegó al crucero ARA General Belgrano.
El joven gualeguaychuense navegó en el Atlántico Sur durante el conflicto del Canal de Beagle con Chile, que si bien se resolvió por la vía diplomática, estuvo muy cerca del conflicto armado, mucho más de lo que se piensa.
La Paz recuerda el 2 de abril, cuando se encontraba la ciudad de Punta Alta, pegada a la Base Naval Puerto Belgrano, y le avisaron que Argentina había recuperado las Islas Malvinas en la Operación Rosario. Miguel recuerda que los últimos días de marzo se notaba "un movimiento intenso en las dársenas de Puerto Belgrano", pero en ese momento pensó que se trataba de "maniobras conjuntas entre la flota de mar y los infantes".
"Se trabajó contra reloj para dejar el buque en condiciones, porque en ese momento estaba en reparación, para salir del puerto el 13 de abril, con destino a Ushuaia. Allí terminamos de completar el parque de municiones y salimos hacia la zona de las Islas de los Estados, esperando órdenes", recordó.
El buque era tripulado por 1093 hombres, su capacidad completa. "Con esa cantidad de efectivos se hicieron tres guardias de ocho horas para cubrir los puestos de combate, máquinas y demás. No quedaba nadie exceptuado de la guardia, salvo el comandante y el segundo", recordó. Y explicó que la nave quedaba estanca y solo se abrían su puertas para cubrir los puestos de combate en cubierta, "donde había que bancarse las condiciones de un mar muy bravo con olas de siete metros de altura".
A las 16 horas del 2 de mayo de 1982 el submarino nuclear Conqueror atacó. El primer torpedo ingresó por la popa, pasó por el sollado y llegó a sala de máquinas, donde se registró la primera explosión. "Yo estaba por salir del comedor cuando detonó. Los hierros se pusieron al rojo vivo y los gritos de los que estaban en la sala de máquinas y no podían salir eran desesperantes. El daño era total, pero gracias a una linterna que me iluminó el camino pude salir y dirigirme a la balsa que tenía asignada en caso de tener que evacuar", relató La Paz.
El veterano terminaba de hacer su guardia en el cañón 41 y junto a un compañero del 42 iban a tomar mate. "Yo me fui por una banda y él por otra cuando se registró la explosión. Lamentablemente ese suboficial de Vera (Santa Fe) fue alcanzado por el impacto y murió", lamentó.
El primer torpedo mató a 270 navegantes, tras impactar en proa, poco después un segundo impacta en popa. Al respecto, el veterano contó que el barco había sido construido en Estados Unidos, en 1938, por lo que los americanos "conocían los puntos débiles de la embarcación y se la suministraron a los ingleses".
Entre el primer impacto y el hundimiento no pasó más de una hora. "Veíamos que el barco se hundía y que el océano estaba muy movido. A todo esto los gritos, la desesperación de la gente, cuerpos quemados y compañeros agonizando. Las balsas estaban en el agua, pero muy pocos lograron caer sobre ellas", relató el gualeguaychuense que fue uno de los 19 hombres que sobrevivieron aferrados a una balsa, de los 20 que eran en un primer momento.
"Si bien estaba abrigado, esto no sirvió de nada, porque las olas nos sacudían y mojaban permanentemente. Fueron 36 horas y 20 minutos sufriendo los embates del mar, orinándonos encima para darnos calor, abrazados para tratar de mantener la temperatura, evacuando el agua que ingresaba con lo que teníamos a mano, zapatos o jarros", describió.
Una de las tantas cosas que no se conocen mucho de la Guerra de Malvinas, y particularmente del hundimiento del Belgrano, es que "los que sobrevivimos fuimos los tripulantes de las balsas que tenían más gente, quienes podían darse calor entre sí. Los que no, lamentablemente fallecieron por congelamiento".
"Y pese a tener alimentos y agua potable nadie ingirió nada, sólo pensábamos en salvarnos. Al otro día, el Destructor Bouchard llegó al rescate, pero eran tan altas las olas que tuvieron miedo que las balsas fueran cubiertas por el agua y pereciéramos ahogados", contó.
Fue así que, con un clima más benigno, apareció el buque aviso Gurruchaga, y por medio de redes salvavidas los marinos fueron rescatados en maniobras sumamente riesgosas.
Los únicos dos civiles que estaban en el barco perdieron la vida en el ataque. "Eran santiagueños los dos, de apellido Ávila, a los que el comandante de la nave, Héctor Bonzo, antes de partir de Ushuaia les dijo que podían bajarse del buque, pero le respondieron en forma negativa", recordó La Paz.
"El mayor de ellos logró salir a la cubierta principal y a los gritos comenzó a preguntar por su hermano Marcelo, y como nadie le supo responder bajó a buscarlo y nunca regresó", lamentó el sobreviviente del ataque que produjo 323 muertos. A su lado, la linterna que le permitió alumbrar y orientarse en el ataque, y el chaleco salvavidas que se puso luego. "Sigo vivo gracias a estos dos elementos, por eso todavía hoy los conservo", explicó.
Gentileza: Fabián Miró diario El Día.