A los jóvenes no les interesa nada, suelen decir progenitores y docentes que sienten que nada los conecta con los chicos. Que se la pasan jugando con la computadora, que pierden el tiempo con unos locos de YouTube. Los adultos piensan que la relación con el móvil es patológica (nomofobia es la nueva palabrita para no-mobile-phone-phobia) y que prefieran estar conectados con el mundo antes que con esos que los engendraron y que los quieren tanto. Si en una nota previa se trató este vínculo de los millenials con el celular, esta segunda intentará analizar cómo impacta en su sociabilidad.
No es extraño que los jóvenes despierten suspicacias: en Latinoamérica desconfiamos de cuatro de cada cinco personas. La encuesta de Latinobarómetro muestra que desde 1995 la confianza interpersonal prácticamente no ha cambiado. O sea que se trata de una generación que nació de padres desconfiados, se crio en contextos de desconfianza y, aun así, no muestra sustanciales diferencias con sus progenitores. A pesar de ser el grupo con más alta desocupación en la Argentina, que sabe que cuando empieza la secundaria, la mitad de sus compañeros no lo lograrán y que creció escuchando a los adultos quejarse del mundo y del país, con todo, son un grupo optimista.
Los influencers que eligen están lejos de ser unos frívolos que se sacan selfies. Una encuesta de IPSOS para Google dice que los jóvenes argentinos de 14 y 21 años valoran como rasgos de una persona influyente el impacto positivo de sus acciones en la sociedad; su pasión y humildad; que inspire a los demás; y que sea bueno en lo que hace y un ejemplo y amable y respetuoso con sus fans. Los primeros nombres de la lista de más influyentes confirman que aprecian también el sentido del humor: Guillermo Francella, Nicolás Vázquez, Hola Soy Germán, Mariano Bondar, Marcelo Tinelli, Lali Espósito, Dosogas, El Rubius, Bajo Ningún Término y Lucas Castel.
A las figuras que ven en la televisión de sus padres, los jóvenes agregan como influyentes las nuevas estrellas de los videoblogs, ámbitos virtuales donde los chicos desarrollan sus aptitudes artísticas y comunicativas sin pedir permiso a la industria del espectáculo. Ahí inventaron un género que combina stand up y crónica cotidiana más cerca del reality show que de la telenovela. PweDiePie, líder de los vloggers, es un sueco que le habla en inglés a más de 62 millones de seguidores en tono de comedia, con una audiencia comparable con reinas del pop Taylor Swift, Katy Perry y Rihanna. HolaSoyGerman, primero en habla hispana, seguido de cerca por El Rubius, lograron poner a Iberoamérica en el top ránking global, cosa que no había pasado con la tele antes. A la edad en que Kurt Cobain o Amy Winehouse decidieron que no podían soportar la vida, El Rubius comunicó sus ataques de pánico a sus 30 millones de seguidores de YouTube sin perder el sentido del humor y anunció un retiro temporario con más cordura que los que fueron ídolos de las generaciones previas.
Este género desafió las restricciones expresivas de los medios tradicionales. Los video blogs hablan de todos los temas y de todo se mofan, sin el límite políticamente correcto que recorta las posibilidades del humor y la parodia, que continua en los memes y los comentarios de sus seguidores. El profesor Francisco Albarello, de la Universidad Austral, investiga sobre estas nuevas formas de "contenidos que ya no están contenidos" en un soporte ni en una tecnología que los distribuye sin cambio, sino que se ha "desatado" y toma forma de acuerdo con el modo en que lo consume el usuario". El mensaje publicado dejó de ser el final del circuito de comunicación porque ya no hay un receptor-recipiente. Ahora "ese contenido se enriquece con el aporte de los usuarios, que ya no son consumidores sino prosumidores que le aportan este dinamismo a la comunicación digital", se entusiasma Albarello con la transformación que los millenials aportan a los conceptos de autoría, producción y distribución de contenidos.
La política ha muerto, viva la movilización
La vida de los jóvenes está lejos de este infierno de alienación digital que suponen los adultos. Antes bien, les permite disputar un lugar en el mundo a la edad en que sus padres apenas si resolvían el dilema de estudiar o trabajar. Emanuel Werner es un joven de Entre Ríos que encontró el éxito mucho antes que la mayoría de edad. Apenas terminaba la primaria empezó a desarrollar servicios digitales en su ciudad y a aprovechar la horizontalidad del mundo virtual: "Las herramientas digitales me permitieron relacionarme con pares míos que estaban en otras partes del mundo y después, cuando entré al mundo de los negocios, me dieron acceso a personas con altos cargos jerárquicos a las que hubiera sido muy complejo llegar de otra manera. También me permitieron capacitarme en las mejores universidades del mundo a distancia, con unos costos de acceso muy bajos en relación a la calidad educativa que recibí a cambio". Estrenando la década de los veinte no se preocupa por su primer trabajo porque ya lleva tiempo generando sus ingresos aprovechando el potencial del trabajo a distancia, que le permite desarrollar su vocación por motivar a otros con conferencias y difundiendo el libro que acaba de publicar. "TODO está en VOS" se llama. Y por las dudas de que no quedara claro, Emanuel recalca en su respuesta las dos palabras que van en letras capitales.
Su esfuerzo es más valorable porque esta generación tecnológica se enfrenta a dificultades extras en Latinoamérica donde la conectividad y el acceso los dispositivos es muy desigual. Los últimos gobiernos dedicaron políticas públicas e inversiones millonarias para darles a los jóvenes TV gratis pero poco por garantizarles conectividad accesible y de buena calidad. Solo siete provincias de veinticuatro del país tienen más de la mitad de los hogares conectados a internet.
Sin embargo, estos chicos son seres anfibios en un mundo líquido y responden a las restricciones de infraestructura apropiándose de la gratuidad de las redes y la brevedad de sus mensajes. Albarello analiza que entre los jóvenes “cada vez se consumen más videos, generalmente cortos, de menos de cinco minutos y vinculados con el entretenimiento desde el Smartphone”. Una encuesta de Cecilia Mosto de consumos de información en el distrito metropolitano revela que la población de menos de 33 años se contacta mayormente con las noticias a través de las redes y plataformas informativas, pero cuando quieren profundizar lo hacen directamente en los sitios de los diarios. Estas estrategias informativas complejas y reflexivas se completan con una intensa conversación en las redes sobre los medios, lo que hace la mitad de los menores de 17 y un tercio de los de 18 a 29, según la encuesta del Sistema Nacional de Consumos culturales, mucho más que los más grandes.
De las 80 aplicaciones que tienen en promedio los teléfonos, al tope de bajadas y facturación están los juegos, que ocupan buena parte de las dos horas del día dedicadas al teléfono, según el promedio mundial. Lejos de ser una distracción los videojuegos son un punto de encuentro expandido y una socialización extendida. A diferencia de los medios del siglo pasado, la comunicación por juegos es imposible sin la activa presencia del otro. Estas prácticas traen aparejados cambios en la sociabilidad porque pautan las condiciones en que ocurre la comunicación. Por ejemplo, son una generación que sabe más que la que la antecedió y que ama ser autodidacta y haber descubierto desde chico que todo tiene su tutorial en Internet, como expresa Emanuel Werner.
Leonardo Báez es director de comunicación de Techo Internacional, organización que se dedica a la incidencia en temas de hábitat y desigualdad social en toda Latinoamérica. Desde la experiencia en acciones de territorio con voluntarios muy jóvenes, ha comprobado que las comunicaciones más motivadoras "son aquellas directas, abiertas, diversas, creativas y genuinas. Hay mucho rechazo a todo aquello que sea políticamente correcto o armado. En este sentido, los que es genuino, moviliza y las comunicaciones tibias están destinadas al fracaso".
Movilizados pero no partidos
En Brasil, Colombia y México más de diez millones de jóvenes van a votar por primera vez en 2018. Los votantes que no llegan a los 30 son casi la misma proporción que los de más de 65. Se entiende por qué la voz de la experiencia se siente amenazada por la política que circula por las redes sociales, donde estos nuevos votantes son nativos de plenos derechos.
Como parte de las oscilaciones pendulares con que cada generación busca diferenciarse de la anterior, a la ultra politización del mayo francés de 1968 se le opone un escepticismo extremo de la política que viene de entonces. Que reemplazan con formas de participación menos aferrada a las estructuras, que busca vías alternativas para el activismo y la movilización: "A los millennials los inspiran las causas (medioambiente, igualdad de género, desarme) y se inspiran entre ellos, se contagian" observa el consultor en comunicación y especialista en redes Antoni Gutiérrez-Rubi. Leonardo Baez destaca entre los jóvenes con los que trabaja la sensibilidad clara hacia los temas sociales y ambientales y la conexión: "cuando un proyecto tiene un sentido y propósito superador y transformador, los niveles de motivación y desarrollo en los espacios de trabajo son superiores". Como contracara, su atención es más volátil y, agrega Leonardo, suelen tener conflictos con los conceptos tradicionales de autoridad, las responsabilidades y estructuras.
Estas actitudes explican también la ruptura con la política tradicional, lo que los convierte, a criterio de Gutiérrez-Rubi en una generación políticamente independiente o despolitizada: "Como no confían en los partidos, son más propensos a candidaturas no tradicionales o directamente a la abstención". No están ajenas estas cuestiones a resultados electorales recientes que algunos solo pueden explicar con teorías conspirativas de Facebook y de fake-news. Una explicación más sencilla es entender como una forma de rebeldía juvenil apoyar a outsiders, esos personajes que reniegan abiertamente de la política tradicional y que, como los youtubers, se mofan del discurso políticamente correcto pero no porque no crean en los valores, sino porque detectan la contradicción adulta entre lo que se proclama y lo que se vive. Hay futuro.