A Daniel Valencia, ídolo de Talleres y quien lo quería como a un padre, le confesó mitad en broma y mitad muy serio: “Yo todavía no se si usted es zurdo o es derecho”. Murió César Luis Menotti, y el fútbol argentino le debe mucho de su buena salud.
El técnico que más miró el Interior para amalgamar esa organización desorganizada que era la Selección argentina, por el piso tras el cachetazo recibido en el Mundial de 1974. Y el que más se fijó en Córdoba, como fuente inagotable de talentos.
A aquella Selección argentina en la que alboreó la primera estrella en el pecho por la obtención de la primera Copa del Mundo en 1978, la nutrió con una verdadera legión de figuras del fútbol cordobés. Luis Galván, el tiempista perfecto, el del 10 de califación en la final contra Holanda, el Maestro que daba clases en Talleres; fue uno de los estandartes.
Como así también Mario Kempes, el formidable goleador de Instituto que volvió de España en tiempos en que la conformación de los seleccionados era inversamente proporicional: la mayoría del fútbol local y contados con los dedos los que cruzaba en océano desde Europa. Y el Matador fue el goleador. Hoy el coliseo mayor del fútbol de Córdoba honra su nombre. Gloria que abrazó en gran parte por la fe que prodigó Menotti.
Y como le ocurrió a Osvaldo César Ardiles, un motor en el medio campo, un volante moderno salido también de ese Instituto cautivante de los ‘70, el trampolín por el que se volvió “embajador” en Inglaterra y ciudadano ilustre de Londres.
Columna vertebral de la Selección campeona del mundo en la que la Rana Valencia, un 10 entre los 10, y todo terreno Miguel Oviedo, cuya capacidad sólo se igualaba con su humildad, completaron la dotación para ese logro. Cuando el 25 de junio de 1978 se pagó una deuda con “un homenaje al viejo y querido fútbol argentino”, como rezaba Menotti.
LA CÁTEDRA DE MENOTTI EN CÓRDOBA
Esa semilla que plantó César Luis Menotti floreció en la consideración general e internacional de las figuras de los equipos de Córdoba, que ya le discutían de tú a tú a las potencias del fútbol Metropolitano en los entrañables torneos nacionales; y aunque el puerto y sus luces seguían quedando muy lejos.
Menotti y su concepción filosófica del fútbol, y por ende de la vida, cambió de frente. Metió un pelotazo, un pase entre líneas, una habilitación magistral. Le tiró la camiseta titular a las figuras del fútbol cordobés, le dio el baño de reconocimiento que merecían, los hizo parte de una Selección más federal que nunca, les entregó en bandeja de plata el privilegio dorado de ser campeones del mundo. Un César. Larga vida en el recuerdo de Menotti.