A punto de cumplir 70 años, Miguel Ángel Margara, exconscripto de la Guerra de Malvinas, revivió su experiencia en las islas, y cómo fue su regreso de aquel conflicto que marcó su vida. A 43 años de volver a Argentina, el cordobés brindó una perspectiva cruda y profunda sobre la guerra, el hambre, el frío y la resiliencia humana frente a la adversidad.
La historia de Margara comenzó en febrero de 1982, cuando se incorporó al ejército con 26 años. Durante un tiempo, había solicitado prórrogas universitarias, y su llamado al servicio militar obligatorio llegó cuando estas se vencieron.
Su edad, mayor que la de la mayoría de los soldados, que rondaban los 18 o 19 años, le otorgó una madurez particular y lo ayudó a enfrentar el día a día, según reveló a Vía Córdoba.
MALVINAS: EL IMPACTO DE SABER QUE IBAN A LA GUERRA
En el servicio militar obligatorio, el entrenamiento inicial incluyó prácticas básicas y un interrogatorio con “picana eléctrica” para evaluar la capacidad de los soldados de no revelar información bajo presión. Tras pasar esta prueba, Margara fue asignado a la oficina del mayor en la Compañía de Ingenieros 9.
En los primeros días de marzo, de 240 soldados incorporados, 80 fueron seleccionados para un entrenamiento intensivo. Se rumoreaba que tropas chilenas habían tomado estancias en el sur y la misión era “desocupar esas estancias en territorio argentina de la invasión chilena”. En ese momento, el mayor, Minorini Lima, le dijo a Margara una frase premonitoria: “Miguel Margarita, mire, usted, soldado, no se va a olvidar nunca de lo que va a vivir”.
La incertidumbre se disipó el 2 de abril. Tras un viaje en camiones a Comodoro Rivadavia y una noche de espera, llegaron al aeropuerto. Allí, el Capitán Medina les reveló el verdadero destino: “Chicos, se los tengo que decir... Vamos a recuperar las Islas Malvinas”. El impacto fue enorme, relató Margara.
LA LLEGADA A MALVINAS: FRÍO, HAMBRE Y DESOLACIÓN
Volaron en aviones comerciales y al llegar a Malvinas, fueron trasladados en helicóptero al rompehielos Almirante Irízar. Fue en ese traslado que Margara vio el cajón con la bandera que traía “el primer caído de Malvina, que era el capitán Giachino”, según contó.
El 3 de abril, la compañía se embarcó en el buque mercante Isla de los Estados, navegando por tres días hasta llegar a Bahía Fox, su destino final. La vida en las islas fue de una dureza extrema, de acuerdo a lo explicado por el excombatiente.
Los soldados debían cavar sus propios pozos para vivir, expuestos al viento, la lluvia y la nieve. La alimentación era precaria; las ovejas fueron su salvación ante la falta de provisiones. Margara describió la carne de oveja como “algo durísimo, frío” y el mate cocido como su único desayuno. “El hambre... La desesperación por comer era constante. Murieron cinco chicos por comer ovejas podridas”, recordó.
Margara relató una de las anécdotas más impactantes sobre la desesperación por la comida. En un ataque aéreo, él y un compañero, Silvio, corrieron hacia la casa del mayor, el supuesto blanco de los ataques. El objetivo era claro: robarle queso y dulce de batata. Otro compañero había revelado que el superior guardaba grandes cantidades de alimento. Lograron sacar el botín, esconderlo, y consumirlo esa misma noche.
La compañía de Margara sufrió intensos bombardeos navales y aéreos, aunque no combates de infantería directos como en Darwin. Las condiciones eran lamentables: vivían en pozos de tierra, mientras los oficiales disfrutaban de casas, comida y baños. La falta de equipamiento adecuado también era un problema. “Mi fal no anduvo” contó Margara, y a veces solo contaba con “el rosario, el sable y bayoneta” para defenderse.
UN DIARIO DE GUERRA COMO REFUGIO EN MEDIO DE LA GUERRA
Durante el conflicto, Margara comenzó a escribir un diario. Inicialmente, era un registro de sus propias sensaciones, pero más tarde, se convirtió en un “corresponsal” para sus compañeros, quienes le contaban sus vivencias y quejas.
Este diario, un valioso testimonio de la vida de un grupo de soldados, le fue confiscado por un oficial inglés al ser tomados prisioneros. Margara se acercó al oficial para reclamarlo, pero este le respondió en castellano: “Yo no le puedo dejar pasar esta documentación porque puede tergiversar nuestros éxitos militares”.
EL ALIVIO DE SER PRISIONERO Y LAS ENSEÑANZAS DE MALVINAS
La rendición, en la madrugada del 14 o 15 de junio, significó un “cierto alivio” a pesar de la bronca, sostuvo Margara. Las condiciones como prisioneros fueron mejores: recibieron comida cada 12 horas y fueron alojados en camarotes cálidos en el buque Norland que los trasladó a Puerto Madryn. Al regresar al continente, les dieron “comida con suero” que les hizo hincharse, con el propósito de disimular el deterioro físico.
Miguel Margara retomó sus estudios, se recibió de ingeniero y hace más de 30 años que enseña en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Nombró a sus hijas Lucía Malvina y Marina Soledad en honor a las Islas.
“Antes, Malvinas eran dos pequeñitas islas y hoy, son gran parte de mi vida”, dijo. “Malvinas es un reservorio de recuerdos y un reservorio de valores”, agregó. A diario, enseña a sus alumnos sobre la importancia de la humildad, el compañerismo, la empatía y la solidaridad. “Son valores que se forjan en la adversidad”, concluyó.