Nacido en el mes de mayo, y sin fecha de vencimiento, el clásico cordobés se convirtió en el principal del interior del país, con 401 enfrentamientos. Más que ninguno de los otros duelos tradicionales del fútbol argentino, y con una marcada paridad que pone en vigilia a la ciudad cada vez que Belgrano y Talleres se cruzan.
Y resultó un clásico vertiginoso. A estadio repleto en el Gigante de Alberdi, y con postales para el álbum: un partido con emociones a raudales, después de lo que fue la previa de las Reservas, con show de goles en La Boutique (4-1 ganó la T). Y a cancha llena ambos.
Disputadísimo, a cara de perro, pero sin violencia. Con Andrés Fassi entrando al campo de juego junto a Luis Fabián Artime, para después darse un abrazo. Con Guillermo Farré y Javier Gandolfi, los técnicos que siguen el ejemplo de los presidentes en el respeto mutuo, y en una relación de amistad. Con el goleador Pablo Vegetti y el arquero Guido Herrera, capitanes y figura ambos, y la buena onda entre ambos antes, durante y tras el encuentro. Con Nahuel Bustos felicitando a Nahuel Losada, por la pelota que le sacó, después de el golazo que le convirtió.
Fue un clásico enorme, en el marco y en el campo de juego. Trepidante por lo que bajó de las tribunas, por las situaciones de gol en ambas áreas, por los dos arqueros como figuras, por delanteros de la talla de Michael Santos (peso al penal en el que volvió a fallar), el propio Vegetti (los dos son goleadores de la Liga) y Bustos.
EL GIGANTE DE ALBERDI, UN ESPECTÁCULO APARTE
Además de lo que proponían Belgrano y Talleres, ambos en los puestos de vanguardia de la tabla y otra vez cara a cara en Primera, y lo que desplegaron en cuestión de emociones en el césped; el público le dio más peso a la certeza de que es el partido más importante del interior del país.
Unos 35 mil hinchas de Belgrano colmaron el Julio César Villagra, en otra demostración de músculo en cuanto a la popularidad. Y con otro recibimiento Gigante, pleno de efectos especiales, de película. Hubo clima de fiesta y de ansiedad, alguna provocación por parte de Nahuel Bustos en su gol (al besarse el escudo frente a la platea; e insultos para Fassi cuando ingresó al campo de juego. Por lo demás, una multitud que lo disfrutó a pleno y una ciudad que quedó en paz.
A diferencia de otras plazas, como Rosario, en la que impera la violencia, o clásicos más peleados que jugados como el último River-Boca de final bochornoso; el de Córdoba se mostró vibrante, maduro, robusto y espectacular. Por muchos más.