Por Fabricio Esperanza.
Ponerse el equipo. Subirse a la avioneta. Remontar hasta los tres mil metros de altitud. Sentarse en el borde y observar, casi, el infinito. Arrojarse. Caer, en apenas 45 segundos y a más de 200 kilómetros por hora, una distancia de dos mil metros. Abrir la tela y disfrutar, como un pájaro, la emoción de flotar. Finalmente, descender y tocar tierra con la sensación de que para el hombre no hay imposibles. Todo eso, hasta diez veces por día.
Así es la rutina de laburo de Javier Masin, un cordobés de 42 años que se dedica pura y exclusivamente a la actividad del paracaidismo, en la ciudad de Alta Gracia. En contacto con Día a Día , afirma que es más riesgoso cruzar una calle en el centro cordobés que tirarse de un avión, aunque cuenta, sin que le tiem- ble la voz, las 18 veces en que tuvo que activar el paracaídas de reserva.
–¿Hace cuánto vivís a los saltos?
–Más de 22 años. Fui de la última camada que tuvo que hacer el servicio militar obligatorio, la clase de 1975, y me tocó en la Cuarta Brigada Aerotransportada donde tuve la oportunidad de hacer dos saltos. Me gustó y al año empecé el curso de paracaidista deportivo en Alta Gracia. Desde ahí no paré.
–¿Es una actividad segura?
–Muy segura, si te ponés a ver estadísticamente, es un deporte que tiene menos incidentes que otros. Por supuesto que hubo una evolución como en cualquier actividad, que incluye medidas de seguridad y protocolos. Es más riesgoso cruzar la calle.
–¿Cómo es tu rutina de trabajo como instructor?
–Tenemos salto prácticamente todos los días, pero con mayor volumen los fines de semana. En cuanto a la instrucción, hay clases teóricas que se van alternando con los tres primeros saltos que son en tándem, es decir que la persona se tira junto con el instructor, pegada con un arnés como en un salto de bautismo. Eso se filma, y el video se utiliza para evaluar y mejorar todos los aspectos. El proceso se repite hasta llegar al momento de salto individual.
–¿Hay varias disciplinas?
–En lo que es el paracaidismo deportivo, están las competencias de precisión, en las que tenés que caer en un punto determinado; las de equipo, en las que saltan cuatro y van haciendo figuras, por ejemplo. La altitud habitual de salto son los tres mil metros, para abrir a los mil. Hasta que se abre, son 45/50 segundos de lo que se denomina caída libre.
–¿Cuántos saltos tenés y qué medidas de seguridad se toman?
–Más de 3.500. Yo vivo de esto, por eso tengo esa cantidad. Con respecto a la seguridad, algo fundamental es llegar relajados, olvidarse del resto y concentrarse, estar descansado para tener todas las pilas. Además, chequear el equipo, el plegado, el mantenimiento; ver las condiciones meteorológicas, eso es importante; y planificar el salto, ver quiénes van a participar, qué rol tendrá cada uno.
–Pregunta odiosa. ¿Tuviste algún incidente en este tiempo?
–Sí, he tenido lo que se llaman malfunciones, algo que no deja de estar dentro de las posibilidades, aunque con esto no quiero decir que sea algo habitual. Es cuando se activa la apertura del paracaídas principal, y por algún motivo abre mal: puede ser por corte de una línea o una cuerda montada. En esos casos, hay que desprender el paracaídas y activar el de reserva. A mí me pasó en 18 ocasiones, de los 3.500 saltos que hice.
–Tus viejos chochos cuando lean esto.
–¡Jajaja! Insisto, es una actividad muy segura, bien regulada, a quien completa el curso se le emite una licencia aeronáutica y el organismo que la expide es la Administración Nacional de Aviación Civil (Anac).
Muchos creen que somos un grupito de locos que nos ponemos una mochi- la y allá vamos, y está muy lejos de eso. También cada tres años es obliga- ción un examen psicofísico.
–¿Cuantos saltos hacés diariamente?
–Por lo general, en días de semana un par seguro, pero los fines de semana, entre bautismos e instrucción, he llegado a hacer hasta diez saltos.
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