Por Lucía Pairola.
Los 10 grados y la lluvia en la ciudad, no impidieron que llegasen los convidados a la celebración anual. La cita la marca el calendario y en pleno barrio Alberdi todos le hacen el apropiado honor a la Pachamama.
En Enfermera Clermont está el Instituto de Culturas Aborígenes y, exagerar, las aromáticas que allí ornamentan se sienten pasando “la Colón”. A mitad de cuadra, en la puerta, un hoyo presentado como la “boca” que recibirá el alimento preparado. Es el mismo que desde hace años toma las sentidas ofrendas.
Víctor Acebo, presidente del Instituto de Culturas Aborígenes (ICA), mira el reloj y rodeado de invitados inicia la ceremonia: “Estamos acá porque tenemos fe. Hace años éramos unos pocos y hoy somos un montón dispuestos a darle gracias a nuestra Tierra”, enuncia con una felicidad evidente.
Su voz pausada detalla cada momento para que nadie de los presentes quede afuera y nada allí pierda su sentido. Es el tiempo de la purificación y el fuego –prendido en un cacharro– quema hojas de coca, plantas aromáticas y tabaco entre otros.
El ambiente se llena de humo y perfumes: nadie en ese lugar le da importancia al frío, que a esa hora ya marca un grado menos.
“Somos hijos de la Tierra y mucho más en este tiempo. Venimos para agradecer los frutos que recibimos de la generosidad de ella pero también a pedir perdón”, dice Acebedo mientras declama contra la deforestación, la contaminación, el mal uso de los suelos y el abuso de los recursos naturales.
A minutos, comienzan a llegar los niños de la escuela Parroquial San Jerónimo, que sentados frente a la “gran boca” miran inquietos y se preparan para ser los protagonistas.
Ante ellos, una manta que exhibe variedad de vinos, leche, decena de granos y semillas, guisos, frutas de estación y delicias dulces preparadas para la fecha.
A viva voz, el orador repite expresiones –en quechua y en español– que buscan penetrar en el corazón de la Pachamama y los presentes aplauden y gritan.
“Lo que hacemos hoy no es una representación sino un acto de fe que no quiere pelear con otras creencias y religiones, como se pensaba, sino por el contrario, nos abraza a todos”, explica Acebedo.
El hijo y la madre. Con la mesa puesta, los pequeños inician el ritual del alimento, dejando en el hoyo sagrado a su turno lo ofrendado. “La Pachamama está feliz. Nos recibe con alegría y sabe que reconocemos todo lo que nos da”, grita entre aplausos el orador.
Así llega el momento de tapar el hoyo, mientras comienza a sonar la música de los bombos, las guitarras y la armónica: un carnavalito que llena el frío viento de melodía.
Y la fiesta sigue, con el último rito. Los adultos encienden un cigarrillo y lo dan en señal de entregarse a sí mismos.
Los aplausos, la arenga con expresiones en quechua van cerrando el agasajo, que se moja con agua de lluvia y un especial licor de coca. Todos parecen en paz y la tierra, agradecida.