Dicen por allí que cada hijo trae con su nacimiento "una misión para sus padres". Muchos creen que se trata de una responsabilidad que sólo recae en los progenitores pero hay ejemplos de sobra que indican que esos niños son los que los "rescatan" cuando parece que todo está perdido.
Juan Pablo Rodríguez era adicto a las drogas, sobre todo a la cocaína.
Él mismo se ha encargado de decirlo en numerosas oportunidades y se ha cansado de contar en redes sociales cómo fue y es el duro proceso para salir de ese círculo.
Pero, lo que hasta el momento no se había conocido es cómo fue que tomó la determinación de salir de ese mundo en donde no sólo él mismo se estaba hundiendo cada vez más sino que además, arrastraba a toda su familia en ese proceso, incluido sus hijos.
Y no reaccionó hasta que se chocó con un cuaderno, que su niño de 10 años atesoraba como nada en el mundo porque allí dibujaba y escribía.
Y, en medio de todo eso, aparecio la frase era demoledora, impactante, que se clavó como una daga en ese universo oscuro donde Juan Pablo estaba sumergido y del que no lograba salir: "Odio a mi papá".
Fue un shock. Escuchar o leer eso expresado por un hijo hace reaccionar a cualquiera. Y eso pasó con Juan Pablo.
Desde aquel momento, pasaron seis años en los que este hombre no sólo se puso la meta de dejar las drogas, sino que además decidió trabajar en una Fundación propia que ayuda a los que menos tienen.
Se llama Un Tatuaje por una Sonrisa y ha logrado mucha trascendencia en la provincia y también a nivel nacional recientemente (Juan quiso adoptar a los abuelos rosarinos abandonados en un bar) por sus acciones solidarias.
Su hijo tiene hoy 16 años y no sólo lo hizo reaccionar aquella vez, sino que además se sumó a trabajar mano a mano con su papá. "El que sigue sus pasos soy yo... él es uno de mis guías. Es mi hijo", posteo en Facebook Juan y logró emocionar a todos sus seguidores.