“He cumplido una misión que la siento en lo más interno mío. Y hace como tres años que falleció mi mamá, entonces fue como un reencuentro en un lugar donde fuimos muy felices. Creo que fue una reunión de tres, yo sentí a mis viejos ahí donde ellos tuvieron toda la intención de armar una familia, que la hicieron, y que lamentablemente no duró demasiado pero fue tan fuerte como vivimos y cómo viví yo esa experiencia esos años, que me marcaron de por vida”, relata Cristina Beatriz Mammana en un diálogo exclusivo con VíaCarlosPaz, una mujer domiciliada en Ituzaingó, provincia de Buenos Aires luego de visitar la casa en la que vivió y disfrutó parte de su infancia en la localidad cordobesa de Villa Giardino.
Lejos de la diversidad de publicaciones que uno se puede encontrar en las redes sociales, los grupos de Facebook parecerían ser un recurso hasta indispensable para miles de internautas que a diario cuentan y comparten sus propias historias y vivencias.
Así le ocurrió a Cristina, una mujer que el último martes compartió tan sólo una frase acompañada de una imagen en el grupo “Historia de Punilla”, y las reacciones y comentarios no tardaron en llegar. “Después de más de 50 años volví a visitar a lo que fue mi casa”, decía la publicación acompañada de dos imágenes del antes y el ahora de un mismo sitio.
Una mujer que hacía más de cincuenta años no pisaba el lugar que la había visto crecer desde sus 4 a los 9 años, “seis intensos y maravillosos años”, resalta Cristina, visiblemente feliz y “satisfecha” –fue la palabra que utilizó- de haber cumplido lo que ella misma denomina “una misión” en su vida: regresar a esa casa donde tan feliz fue junto a sus padres en Villa Giardino.
“Mi viejo”, dice Cristina, a quien menciona con tanto amor y repite su nombre con orgullo. “Cayetano Mammana se llamaba mi papá, ellos vinieron de Italia y era relojero en una casa importante en Capital (Buenos Aires) y trabajaba con su compañero que era joyero, a quien llamábamos tío Jorge y quien fue el primer dueño de la casa donde después vivimos en Giardino”, cuenta la mujer intentando iniciar una cronología con tantos detalles para contar.
Fue Jorge Feliú, prestigioso joyero y compañero de trabajo de su papá Cayetano, quien junto a su flamante esposa eligió las sierras de Córdoba para disfrutar de una luna de miel allá por 1956, más precisamente en una aún poco poblada Villa Giardino.
Y fue un año después cuando le cumplió el sueño a su mujer obsequiándole una casa en ese espacio de tierra verde del cual ambos se habían enamorado en pleno corazón de Punilla.
Lamentablemente la tragedia golpeó a sus puertas mucho antes de lo que nadie podría esperar, es que la esposa del querido “tío Jorge” falleció dando a luz a mellizos y fue cuando las puertas de esa casa en Giardino construida con tanto amor, se cerraron para siempre para esa familia.
Así fue como Cayetano aparece en escena, es que el tío Jorge no solamente les prestó la casa en plenas sierras de Córdoba para que disfrutaran del verano, sino que también concretó una transacción que les cambió la vida a los Mammana.
Tiempos de grandes cambios para los Mammana
Finalmente en 1964 la familia oriunda de Buenos Aires se mudó a Villa Giardino, iniciando toda una vida nueva en medio de un paisaje único y con pocos habitantes. “Éramos nosotros solos en la zona, estábamos bien arriba de un monte, y me acuerdo que hasta el intendente se llegó a ayudarnos en la mudanza”, cuenta Cristina, recordando que en ese momento tenía solamente cuatro años y que eran sólo ellos tres: “Mi mamá Isabel Reyes, mi papá Cayetano, y yo, sólo nosotros”.
Anécdotas infinitas
El tiempo pasó y las anécdotas son infinitas, desde vecinos compartiendo una película en la sala de su casa ante un televisor -un verdadero lujo por aquel entonces-, pasando por una siambretta que el padre utilizaba para trasladase y luego también hasta para llevar y traer niños a la escuela del pueblo (Colegio Juana M. de Giardino), también por el atelier construido por el propio Cayetano y donde trabajaba como “el relojero del pueblo y de la zona” –recuerda-, también por esas caminatas en medio de un “paisaje desolado de urbanización” juntando piedras con mica y buscando cactus en flor, todos y cada uno son recuerdos que Cristina lleva y atesora en su corazón.
Poco más de seis años en Villa Giardino
En 1969 la vida de los Mammana les juega una mala pasada, Cayetano enfermó y debieron viajar de urgencia a la ciudad de Buenos Aires. “A mi papá le diagnosticaron cáncer en los pulmones, lo llegaron a operar pero vieron que estaba todo ya muy tomado y le dieron unos seis meses. Y así fue, un día antes de cumplir los 60 años, mi papá falleció (…) Mi mamá decidió vender la casa en Villa Giardino y yo nunca más volví”, recuerda con profunda tristeza.
Y así, como esa tarea pendiente en su vida, es que hoy ya con 62 años, tres hijos adultos, nietos de quienes disfruta, y casada por segunda vez hace más de veinte años, es que decidió visitar esa casa en donde “los tres fuimos felices”, repite en varias instancias de la conversación.
Misión cumplida
“Vinimos a Córdoba en auto, y sí, luego de ubicarnos en un hospedaje, lo siguiente que hicimos fue encarar para la casa (…) Paramos en medio de la calle, me bajé y ahí pude verla. Yo escuchaba que había gente, en eso sale una chica y yo ya llorando le expliqué que ‘yo viví en esa casa’, ella me miró como asombrada e inmediatamente me hizo pasar. ¡Yo no podía creerlo!”, relata ese reencuentro luego de décadas de no pisar esa vivienda que dejó de manera abrupta poco antes de cumplir los 10 años
“Esas escaleras donde yo jugaba, los árboles. ¡El olor! Vos no sabés los aromas, fue todo mágico. La casa mantiene la antigüedad y eso me mató de emoción. Estaba todo casi parecidísimo. Y no sólo eso, sino que cuando entré, lo hice justamente al atelier de mi papá, y me di cuenta que hoy es el taller de Ana (la dueña actual de la casa) que ahí hace sus artesanías”, sigue contando Cristina absolutamente conmovida con cada uno de los detalles vividos.
Su reflexión final
“Yo lo que estoy haciendo es reivindicar a mis viejos. Porque alguien se tiene que enterar que ellos acá hicieron algo. A él lo consideraban el relojero de la zona (…) Lo consideraban idóneo de su trabajo y mi viejo era un pan de Dios”, añade emocionada.
Y casi al final de la conversación, Cristina nos compartió algo que según expresó, no se dio cuenta hasta que lo dijo: “Yo a mi papá lo dejé en Villa Giardino. Yo lo dejé ahí, porque el recuerdo de ese hombre tan sano, tan bueno y tan capaz, es lo que yo viví con él en Villa Giardino”, completa esta maravillosa historia de amor que tuvo inicio, varios “nudos” y un desenlace que se podría considerar feliz, al menos para Cristina, cuya alma asegura que recibió “el mimo que tanto necesitaba”.
Historias como éstas seguramente hay miles, e incluso, de personas que por cuestiones económicas o de salud se vieron obligadas a postergar eso que aún anhelan cumplir, por eso esta mujer sugiere: “Permítanse reencontrase con ese pasado que añoran”, dice Cristina, ya en ruta volviendo a su localidad, esa en la que vivió las últimas cinco décadas y donde la esperan sus amados hijos y nietos.