1.- SE VAN, O PIENSAN EN IRSE.
No es de ahora, no; comenzó hace un tiempo, impreciso, de a poco.
Hoy hablar del tema es ¿algo de moda?, ¿una consigna política? ¿un intento de instalar un estado anímico generalizado quien sabe por quién y para qué? No está claro; tal vez de ello todo un poco, y más.
Lo cierto es que ocurre. En las redes sociales, en los medios masivos de comunicación, en reuniones de amigos y parientes, se habla de las ganas, la necesidad, o el imperativo de irse a vivir a otro país porque en el nuestro, Argentina, ya no se puede o no se podrá vivir más.
A la vanguardia de este éxodo real o potencial van los jóvenes. Algunos ya han partido, a distintos puntos del planeta. Marchan, en general alentados por proyectos individuales, o ni siquiera eso; más bien a ver qué pasa, “qué sale”, y emprenden y realizan, en sus nuevos destinos, actividades y trabajos que acá no harían, por razones diversas: mal pagos, clandestinos o en negro, sin cobertura médica, no propios o aceptados en su clase social, etc. Así se convierten en lavaplatos, cocineros, jardineros, peones de cosechas de kiwi o arándanos, instructores de ski, niñeras, petiseros de equipos de polo, modelos publicitarios, mozos de cruceros, guardavidas de balnearios. Todas actividades muy dignas, por cierto, y, algunas, hasta necesarias.
A ellos parecen sumarse ahora familias que, según dicen los medios de comunicación (habría que ver…), vislumbran en la vecina República Oriental del Uruguay un paraíso terrenal para instalarse, charco del Plata mediante.
2.- QUE ES LO PASA. QUE REALIDAD SE VE.
Claro que, en modo alguno, nadie tiene derecho a juzgar las decisiones que en tal sentido se quieran tomar. Es más, de un apropiado y razonado análisis de la realidad, uno hasta podría coincidir, y, porque no, sentir también las mismas ganas o necesidad o el imperativo de marcharse, de dejar la Argentina, ésta nuestra Patria dónde hemos nacido, nos hemos criado, y tantas cosas importantes más.
Claro que sí. Si hoy todos, o casi todos, vemos con preocupación, bronca o tristeza (o todo junto también) un país infectado, asfixiado y sacudido por una infinidad y diversidad de actos, hechos, omisiones, dichos, maledicencias, indiferencias, delitos, engaños, egoísmos, ambiciones, intereses de clase, intereses de partidos, deseos ilegítimos de enriquecerse, soberbias, ganas de trepar y no cumplir el debido cursus honorum de la política, ganas de figurar, rencores, odios, mediocridad en las expresiones públicas, en los discursos, debates, y en las notas periodísticas radiales, televisivas y escritas. Actos todos que generan en mentes y corazones mucha desazón, irritación, y pena. Claro que sí.
¿Y quiénes son los responsables? Uno tiene siempre a mano como primera respuesta, y con parte de razón sin duda, que es la dirigencia política la que con su accionar, de años (¿lustros, décadas, siglos?; lo mismo da), es la culpable de la desintegración del alma de la Patria. Es esa dirigencia, con sus actos de corrupción, promesas electorales incumplidas, miopía alarmante para construir políticas de Estado, ineficacia para acordar medidas de largo plazo que solucionen problemas graves como el hambre y la pobreza más allá de las luchas partidarias, siendo que a la par sus patrimonios personales crecen en modo injustificable y escandaloso.
Ahora bien, ojo, no son sólo ellos, los políticos. También otros debilitan y lastiman el alma de la Patria, con distintos grados de responsabilidad, por supuesto. Por ejemplo: los especuladores en las cuevas financieras, los dueños de capitales en fuga, los ciudadanos que evaden impuestos, los sindicalistas devenidos en empresarios millonarios y en eternos dirigentes, los empresarios que negrean trabajadores, los gremialistas docentes que hicieron de la educación no una vocación sino feudo personal, una gran parte de funcionarios del Poder Judicial que con sus omisiones y negligencias han hecho de la Justicia no un servicio sino la institución con peor imagen en la ciudadanía; los conductores y participantes estables de los programas frívolos del mediodía de la TV dónde el chisme y la vida de otros es leiv motiv para que profesionales del micrófono pasen horas enlodando vidas ajenas y llenando de bosta los corazones y las mentes de los televidentes; periodistas que noche a noche, mañana a mañana, deforman la verdad de la realidad de acuerdo con el dinero que reciben ellos o sus jefes de uno u otro sector y se convierten así en fogoneros de una grieta que enfrenta y desangra.
Y así vamos, entonces. Y la realidad se nos representa, si es que la queremos ver, cada día en los rostros de millones de pobres, niños desnutridos en el país de las cosechas y las vacas, jubilados y un final de vida precario y de indefensión, un aparato productivo y una economía devastados antes y ahora por un cuarentena sin parangón en el mundo; el desaliento de los que trabajan y no pueden ver el fruto de sus esfuerzos, las fábricas que se cierran, las pymes que quiebran, los sueños de emprendimientos que quedan truncos, los campos que quedan desiertos, la inseguridad que nos jaquea (la de la vida, la de la integridad física, la de pagar el alquiler, la obra social, etc.). Y una realidad que avanza en temas que, de lograr instalarse, herirían de muerte al alma de la Patria: la educación sexual infantil en las escuelas sin respetar la autoridad de los padres, la eliminación de la vida en el seno materno desde el momento de la concepción, la ideología de género que no es lucha por la justa igualdad de las mujeres sino que es arma de destrucción del orden natural y la familia; las enciclopédicas currículas escolares dónde no se enseñan la vida y los ejemplos de los héroes de la Patria, dónde la épica y la gloria de nuestra historia se explica como un tedioso prospecto de un supositorio.
Agrava ese cuadro de situación, esa nuestra mirada de testigos de la realidad, un mundo globalizado que no respeta identidades culturales de Pueblos y Naciones, un mundo internacionalista donde el individualismo conspira contra el Bien Común, y el consumismo y el materialismo arrasan con la esencia cultural y espiritual de la persona humana. Un mundo globalizado que promueve desde una tecnología cada vez más invasiva y dominante, que sea posible una felicidad sin bien y sin ética, un bienestar asociado al consumo y al tener, una comunidad de personas virtual y no real, un libertad sin responsabilidad, derechos sin obligaciones, y la construcción de fantasiosos futuros individuales dónde la felicidad será la consecuencia de hacer lo que uno quiera, sin estar vinculado, obligado ni integrado, a las comunidades fundamentales para el desarrollo y el bien de las personas: la familia, las escuelas y universidades, las asociaciones, la empresa, la Patria; y todo ello de un modo tal que pareciera ya vislumbrarse la posibilidad totalitaria de un mundo regido por un gobierno único, dónde hombres y mujeres, desvinculados de aquellas comunidades, arrasadas sus identidades culturales y nacionales, serían presa de todo tipo de dominaciones, en especial a través de la tecnología que hoy atrae como sirenas a marineros en el mar, pero será calabozo del hombre al fin.
3.- PORQUE QUEDARSE, ENTONCES.
Agotador panorama; sí. Dura realidad; como para no desanimarse. Claro que sí. Pero ojo, tener en cuenta: todo ello no sucede sólo acá en Argentina; tenemos lo nuestro, ¡que cruz!, pero hay cosas que son de todos; universales.
3.-A.-Por lo pronto, para empezar a pensar porque debemos quedarnos acá, en Argentina, y desechar la idea de emigrar como un escapar, un huir, (salvo proyectos firmes en concreto) habría que pensar en:
- No avergonzarnos de nosotros mismos. Veamos que tenemos cuestiones para enorgullecernos.
- No victimizarnos. Ya hubo momentos difíciles, o peores, en el país, y nadie se fue; al menos en masa. Las poblaciones que emigran en masa, de África, de Siria, viven verdaderas tragedias, persecuciones, muerte, miseria.
- No pensar que me da o me debe dar a mí el país, sino que debo yo darle, devolverle, retribuirle. Como en una familia: mis padres como hijo me dieron bienes temporales, culturales y espirituales. Pues bien, entonces, los hijos tienen un deber de retribución, que es material y moral. Justicia conmutativa, diría Aristóteles; Tomás de Aquino también.
- Gozarme en lo recibido, agradecerlo, para vencer los lazos envolventes del inconformismo que provocan el consumismo y el materialismo; para derrotar así la tentación del individualismo y el egoísmo.
- Nadie puede ser feliz en una comunidad que no lo es. Nadie puede ser feliz en su propio encierro. Mi bien individual no me basta; necesito del Bien Común. Como pasa en una familia unida.
3.-B.- ¿Qué es la Patria? Tenemos que preguntárnoslo, saberlo.
Una pista. Todos recuerdan cuando Juan Pablo II en sus peregrinaciones por el mundo, cada vez que llegaba a un país, descendía del avión, se postraba y saludaba con un beso la tierra que visitaba. Era más que un mero gesto protocolar. Era un reconocimiento a la identidad y existencia de la comunidad nacional que lo recibía.
La Patria no es un nombre, una bandera, no es sólo la tierra de los padres, ni mucho menos el Gobierno ni el Estado. La Patria es una empresa común, una comunidad de destino, de ayer, hoy y mañana. Un destino común que une a un pueblo a través de la historia y hacia el futuro.
Es importante entender que cada uno de nosotros no es el ombligo del mundo; es importante que entendamos y sepamos descubrir, como hecho fundamental y trascendente, que somos, desde que nacemos, parte activa y vital de una continuidad solidaria de generaciones, de argentinos que se han esforzado, disfrutado y sufrido en y por nuestra Patria. Somos nosotros, pero también, y juntos, con nuestros muertos y con los vivos por venir.
Si no lo entendemos, y vista la realidad antes descripta, es más fácil sacar el pasaje de avión e irse para no volver. Pero, sin Patria uno corre el riesgo de volverse un desarraigado. Pío XII enseñaba que «el hombre no se sentirá jamás firmemente consolidado en el espacio y en el tiempo sin territorio estable y sin tradiciones».
Somos entonces parte de una Nación que tiene una Patria, somos integrantes de un pueblo que ha heredado y que debe transmitir una herencia común, un patrimonio de bienes espirituales y materiales comunes. Somos una comunidad continuadora de generaciones pasadas, solidaria con las contemporáneas, y responsable de las venideras.
Si las raíces no se hunden en la tierra, no hay frutos. Si no se siembra bien, no se cosecha. Hay flores bellas porque hay raíces firmes en el suelo. Con nosotros también sucede así. Somos lo que somos porque tenemos raíces en la Patria. No podemos renegar de esa herencia: idioma, educación, religión, familia, amigos, idiosincrasia, cultura. Todo ello nos ha constituido como las personas que somos y nos identifica física y espiritualmente. Es mucho lo recibido, heredado, sin mérito, sin haber hecho nada. Entonces, hacía lo recibido, tenemos un deber de gratitud con quienes nos precedieron e hicieron una etapa de la Patria. Y somos además responsables de conservar esa herencia, mejorarla, transmitirla a las generaciones venideras. Porque Argentina no somos sólo nosotros hoy. Son también los que ya no están, nuestros héroes, nuestros abuelos, los poetas, escritores, artistas, educadores, militares, científicos, trabajadores, chacareros, profesionales. Y también los que vendrán, nuestros hijos, nietos.
¿Entonces, que tengo que hacer? Quedarte acá. ¿Para qué? Para colaborar, desde la vocación que sigas, desde el trabajo que emprendas, el estudio que realices, con la imprescindible tarea de lograr el Bien Común. ¿Cómo? Mediante la virtud del patriotismo, que es virtud y no burdo patrioterismo. Y ahora veamos entonces el amor a la Patria, el amor sensible y el amor eficaz.
3.-C.-Del amor sensible, de la emoción:
Todos, pocas o muchas veces, hemos tenido la oportunidad, o la emoción espontánea de enorgullecernos con algún hecho, acto, evento, actividad, premio, dónde apareciera nuestro símbolo celeste y blanco, o el nombre de Argentina. Desde el ámbito deportivo, sean disciplinas individuales o equipos de selección, hasta importantes logros científicos internacionales. No los voy a enumerar; los conocemos. Y podríamos buscar más. Hay cientos, a lo largo de doscientos diez años de historia.
¿Por ejemplo?: el otro Maradona; Diego no. Esteban Laureano Maradona: médico rural, modesto y abnegado, cincuenta años ejerciendo la medicina en Estanislao del Campo, una localidad de Formosa. Averigua como fue que estando de viaje en tren a Rosario pidieron un médico urgente en una estación de un pueblo perdido de lo que hoy es Formosa, y él se bajó para salvar una vida; se bajó y se quedó.
Cuantos héroes de las guerras de la independencia, de las más reciente de Malvinas. Cuantos científicos reconocidos mundialmente. Santos y santas, tenemos también. Tres Premios Nobel. Escritores que han embellecido la literatura y el lenguaje. Pintores. Cineastas. ¿Cómo no saber la vida y acerca del ejemplo de Luis Piedrabuena, de Francisco Pascasio Moreno (el perito), del Almirante Guillermo Brown?
Está también la gente que no tiene su apellido en las calles, avenidas o pueblos, pero que existió y existe. Gente laboriosa del interior profundo, del campo en todas sus variantes, de las cordilleras y del mar, del conurbano y el desierto.
Conocer nuestra historia. Conocer nuestra geografía. Conocer nuestra buena gente. Pocos países en el mundo pueden mostrar al turismo una variedad de paisajes, de espectáculos naturales, de tradiciones y costumbres como el nuestro. Pero no sólo es para los turistas. ¿Quién podría decir que conoce su país sin haber visitado las Cataratas del Iguazú, los Cerros de la Quebrada de Humahuaca, la Ruta 40 en Salta al Norte y en la Patagonia al Sur, los viñedos de Mendoza, la solemnidad y el trabajo de las estancias y chacras de la Llanura Pampeana, la Ruta de los Siete Lagos, Bariloche, Península Valdez, la Bahía de Ushuaia, el Glaciar Perito Moreno?
Fiestas, tradiciones y costumbres. Música y danzas. Advocaciones religiosas, de la Iglesia Católica y de las populares. Y ni hablar que somos un verdadero crisol de razas y pueblos. En nuestro país conviven pacíficamente, como en ningún otro lugar del planeta, hombres y mujeres de pueblos, países, religiones, etnias y razas provenientes de los cinco continentes. Un estudio sociológico que leí y no puedo citar con precisión por no recordar su título y autores, sostiene que si hubiera que elegir un país que representara y resumiera al mundo ese sería la Argentina como síntesis de la población mundial, histórica y actual.
Karol Woyjtila siendo obispo de Cracovia escribió: “No nos desarraiguemos de nuestro pasado. No se puede forjar el alma del joven polaco si se lo arranca de éste suelo profundo y milenario. En efecto, dejado de saber quién es, se convierte en presa fácil. La Patria es nuestro gran amor. Que nadie se atreva a poner en tela de juicio nuestro amor a la Patria. Que nadie se atreva”.
Este es el amor sensible, el de la emoción; o el que debiéramos tener, sentir, profesar. ¿Por qué estando afuera se la extraña? ¿Por qué en el exterior nunca se deja de pensar en la Patria?
Como enseña el Catecismo: primero conocer, conocer para amar, y una vez que pueda amar podré servir.
3.-D.- Del amor eficaz, del hacer, del obrar.
Este es el otro amor, el complementario del anterior. Es el amor del hacedor, del constructor. Es más arduo que el primero. Se hace camino al andar, como dice Machado. Y acá entonces tiene que florecer la virtud del patriotismo, la que enseña y explica Tomás de Aquino.
Como toda virtud, se adquiere por el hábito de repetición de actos virtuosos. El patriotismo no es un pecado, no es fanatismo; es una virtud. Las gestas heroicas, las luchas de la independencia, las épicas luchas de resistencia a los totalitarismos y a los imperios, las han llevado a cabo los pueblos patriotas.
Los actos virtuosos los podemos y debemos realizar todos y cada uno nosotros, sin importar la realidad y el ámbito en que nos toque actuar y desenvolvernos durante las distintas etapas de la vida. Estudiar a conciencia en una universidad pública, es un acto patriótico. Ejercer la medicina en El Impenetrable es un acto patriótico. Sembrar el campo cuidando el medio ambiente, es un acto patriótico. Educar en la escuela pública de la Puna es un acto patriótico. Todos los actos, pequeños o grandes, que contribuyen al Bien Común, son actos patrióticos.
Claro que, a mayor responsabilidad dentro de la comunidad, mayor es el deber de ejercer actos de patriotismo. Los que asumen con honestidad y vocación de servicio los cargos que el Pueblo a través del sufragio les delega ocupar, realizan la virtud patriótica; como también los que se esfuerzan en construir sinceras y verdaderas banderas de unidad. Es entonces responsabilidad fundamental de la dirigencia política, gobernar y actuar en política con la virtud del patriotismo, y también promoverla con su ejemplo y sus acciones y medidas de gobierno.
Pero, también es responsabilidad de las dirigencias empresarias y sindicales, de los representantes de los cultos religiosos, de los docentes y educadores, de periodistas, estudiantes, profesionales, artistas, trabajadores y deportistas. En definitiva, todos los hombres y mujeres que integramos la comunidad peregrinante de la Patria, tenemos la responsabilidad de actuar cada día, en cada lugar, ejerciendo y promoviendo la virtud del patriotismo.
Reconozco que a ésta altura alguno habrá pensado o podría alegar que vista la realidad que antes hemos descripto, éste amor, y el otro también, se hace difícil de dar. Entonces me viene a la memoria un concepto de un joven y fusilado político español que dice así: “Nosotros amamos a España porque no nos gusta. Los que aman su patria porque les gusta la aman con voluntad de contacto, la aman física, sensualmente. Nosotros la amamos con voluntad de perfección”. Voluntad de perfección, es decir, convicción, decisión, voluntad, perseverancia, donación de servicio. Deberíamos entonces ponernos de acuerdo en que es nuestra obligación, hoy y siempre, amar la Patria, aún a ésta de ahora, si no nos gusta. Amarla en su pobreza, en su anarquía, su debilidad, su peligro de disgregación. Amarla, aunque nos duela, aunque no nos guste. Porque, en definitiva, como enseña San Juan en su Evangelio (15,13): “Hay que dar el alma”. Y entonces es un amor arduo, difícil.
Pero existe, además, y hay que tener bien en cuenta, un deber moral. Estamos obligados a promover y defender el Bien Común. El Bien Común por encima de mis intereses particulares. Si el interés individual prima sobre el Bien Común, surge como un cáncer el sálvese quien pueda, el auto engaño de pensar que puedo zafar, aunque todo alrededor reviente.
Si somos creyentes podemos pensar que Dios no nos ha puesto en Argentina por casualidad. La Providencia ha dispuesto que naciéramos acá, con una misión que tiene que ver con la Caridad y la Piedad. Qué si formamos una comunidad de hombres y mujeres aquí y ahora, que viene del ayer y peregrina hacia el mañana, una unidad de destino, tenemos entonces una tarea común, una misión trascendente más allá de mi ego, de mi Yo, de mis gustos e intereses particulares.
Entonces debo profesar a mi Patria ese amor de servicio, de construcción con los demás, un amor que debe ser reparador, sanador, un amor para mejorar la vida mía y la de los demás, de los que hoy estamos y de los que vendrán. Y para eso se precisa un amor fuerte, un amor que supere el dolor y la frustración de la realidad que vivimos, de las falencias y trastadas de los políticos, empresarios, periodistas, sindicalistas, faranduleros.
Ese amor incluye dolernos por lo que pasa, pero no dolernos y huir, o encerrarnos, o pensar en emigrar. Es amar a pesar de todo, de las dirigencias, los gobiernos, la pobreza humana y material, la corrupción y las cobardías, las injusticias. Es amar con un amor que no puede caber sólo en el corazón humano, porque necesita sí del corazón, pero también de la convicción, la conciencia, la razón, la voluntad, la donación y el sacrifico. Si mi hijo, mi madre, están enfermos no los dejo, no me voy; me quedo a su lado, los alivio, los consuelo, los acompaño en su cura y hago todo lo posible para que se restablezcan.
4.- CONCLUSION.
Que panorama. Que decisión de vida. Argentinos a las cosas, diría Ortega y Gasset, y cada cual a su conciencia.
Termino con la transcripción de tres cartas que considero encierran un universo completo y trascendente de amor y pureza, una pasión patriótica que engloba los dos amores, el de la emoción y el sentir, y el de la razón y el hacer. Se las haría leer y reflexionar a cualquier joven que manifestase su idea de emigrar. No es que por leerlas se vayan a quedar, pero al menos podrían vislumbrar la hondura de los dos amores, el ejemplo práctico de la virtud del patriotismo en su máxima donación, y tal vez desde ahí, pensar entonces por qué no hay que irse, emigrar, por qué hay que quedarse en Argentina, como un servicio, como una donación total y sin reservas, lo que seguro, a pesar del sacrificio, nos dará mañana la serena paz del deber cumplido, de no haber abandonado al amor terrenal que, desde nacidos, generoso nos cobijó.
Por Enrique Emiliani.