Frente a un panorama incierto, resulta urgente considerar que la producción agrícola, alimentaria y bio económica debe ser abordada desde una óptica geopolítica que permita establecer escenarios prospectivos de desarrollo sostenible para la humanidad.
Después de décadas de largo declive, el número de personas que padecen hambre está en aumento desde 2014. Lejos de llegar a cumplir el objetivo del hambre cero para 2030, fijado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible emitidos por las Naciones Unidas, asistimos desde el inicio de la pandemia mundial de Covid-19 a una rápida y preocupante aceleración de este fenómeno, exacerbando la tendencia y provocando graves consecuencias geopolíticas.
La pandemia actual de Coronavirus está generando en todo el mundo nuevas caras al hambre y la desnutrición. Mientras que antes de la pandemia una de cada nueve personas ya sufría de desnutrición, hoy sabemos que unas 265 millones personas más padecerán hambre severa a finales de este año.
A la geopolítica de Covid-19, que está sacudiendo los poderes y abriendo los apetitos para dominar el planeta, le seguirá una geopolítica mucho más antigua, más desestabilizadora y principalmente local, la del hambre.
La pandemia de Covid-19 afecta directamente a los sistemas alimentarios a través de sus efectos sobre la oferta y la demanda, e indirectamente a través de la disminución del poder adquisitivo, la capacidad de producir y de distribuir alimentos.
Esta crisis pone nuevamente en evidencia el papel altamente estratégico de la agricultura y la alimentación. Nos recuerda que son protagonistas de la historia y que son eminentemente geopolíticas, porque siempre estuvieron inscritas en territorios definidos y actuando en el corazón de las estrategias de poder.
La agricultura es un asunto plural y transversal que atañe a situaciones territoriales, hídricas y semilleras, pero también a evoluciones culturales y económicas del consumo y llegan a ejercer vasta influencia sobre el clima. En consecuencia, la agricultura y la alimentación pueden verse como una base importante para los conflictos, evitando así una lectura económica estricta.
Hoy, la pandemia de Covid-19 nos pone frente a un renovado reto geopolítico. Sin embargo, la tragedia sanitaria y sus consecuencias económicas -marcada por una crisis energética, no de las materias primas- parecen estar ocultando en gran medida los impactos agrícolas y alimentarios.
Si bien las grandes instituciones internacionales manifiestan su preocupación sobre el hecho de que la pandemia está provocando una crisis alimentaria, las respuestas globales brillan por su ausencia.
Por el contrario, cada país elabora, según sus capacidades y necesidades, estrategias propias para garantizar su soberanía y/o seguridad alimentaria, reforzando cierto nacionalismo agrícola, hasta provocar serias tensiones en algunas zonas del planeta, como por ejemplo en el sudeste asiático entre China, por un lado, y Vietnam y Tailandia, por otro, por el uso de las aguas del rio Mekong para la producción arrocera.
En América Latina, la situación también preocupa, a pesar de contar con pesos pesados de la producción agrícola mundial y con algunos de los países más eficientes para abastecer los mercados mundiales de granos, frutas y verduras; como Brasil, Argentina, México, Perú y Chile.
Las dificultades de gran parte de la población, empobrecida, por satisfacer sus necesidades alimentarias, pone en tensión un pacto social ya de por sí muy debilitado en varios países. Además, las tendencias hacia el nacionalismo agrícola de ciertos países, como en el caso francés, ponen en peligro acuerdos comerciales y exportaciones del continente.
A medida que la pandemia de Covid-19 continúa evolucionando, los impactos globales en la seguridad alimentaria y la nutrición se agravarán, al igual que los efectos locales.
Debemos recordar que la agravación de estos fenómenos se enmarca en un ciclo de tendencias más profundas y desde ya preocupantes como lo son las tensiones por el cambio de centro de gravedad geopolítico y económico mundial, la dinámica demográfica mundial, el crecimiento de la población urbana y la transición nutricional que acarrea, los impactos de los fenómenos meteorológicos extremos debido al cambio climático, así como también la rarefacción de las tierras cultivables y el agua.
Por eso, aparece urgente volver a considerar que la producción agrícola, alimentaria y bio económica debe ser abordada desde una óptica geopolítica para establecer escenarios prospectivos de desarrollo sostenible para la humanidad.
Muchas preguntas globales encontrarán sin duda adecuadas respuestas locales y los aportes y la participación de todos los actores, públicos y privados, serán determinantes para sentar las bases de la construcción de una estabilidad geopolítica y dotar al conjunto de una mayor seguridad internacional.