Cada día que pasa, emerge la melancolía. Tiene la fuerza propia de los recuerdos indelebles, de épocas donde el hard disk mental estaba liviano y con poca información.
Lo llamativo es que a pesar del tiempo transcurrido y todos los nuevos recuerdos que han invadido mi cabeza, vuelven a surgir aquellos recuerdos que me llevan a tiempos pasados, sin computadoras ni apuros. Épocas donde la vida parecía tener una escala humana donde amigos eran apenas un pu- ñado de personas, de las cuales conocías donde vivían y también a sus parientes. Ahora resulta que tengo 15 mil amigos en Facebook (y eso que soy esquivo a usarlo) y la mayoría no sé quienes son.
El tiempo era una sucesión predecible, tenía una duración, experimentábamos el paso del tiempo. La energía se agotaba durante el largo día y la noche terminaba de repente cuando los canales ponían una placa agradeciendo “la atención dispensada” y de repente, la lluvia gris en la pantalla y el ruido blanco.
Yo solía transgredir el aburrimiento de la noche leyendo libros y revistas.
Podía pasar un par de horas escuchando la radio AM a bajo volumen debajo de mi almohada. De esa forma, fortuita, conocí el jazz del pianista Oscar Peterson y a Bill Evans. También escuché por primera vez las canciones de Litto Nebbia en formato solista. El silencio espectral del conurbano se interrumpía momentáneamente con el ladrido de un perro lejano o el sonido de un camión allá lejos por la ruta. La decisión de abordar la noche implicaba un esfuerzo extra, nada estaba dado de antemano, porque como decían por ahí "la noche se hizo para dormir". Podría asegurar que en las cuadras de mi barrio en Monte Grande todos dormían excepto yo y quizás alguna viejita insomne que se levantaba a tomar un vaso con agua. Por esos tiempos leía la revista Pelo y algunas otras de historietas. Gracias a Pelo me enteré de la existencia del rock sinfónico inglés. Grupos como Yes, Emerson Lake and Palmer, Genesis y King Crimson habitaban en las paginas de la revista.
Rick Wakeman, apresado en una especie de corralito de teclados (que incluían varios pisos de órganos, pianos y sintetizadores) se convirtió en una obsesión para mí.
No entendía qué sentido encontraban a tener tantos instrumentos conectados y lo peor del caso, jamás había escuchado cómo sonaban en combinación. Cuando mi primo Enrique me hizo escuchar el disco “Relayer”, de Yes, entendí todo.
Ahí estaban todos esos sonidos entrelazados, y hasta imaginaba las manos de Wakeman saltando de un teclado al otro.
Cada tanto aparecían referencias a un festival llamado B.A.Rock (Buenos Aires Rock) y algunas fotitos de Almendra, Los Gatos o Manal.
El velódromo municipal, al aire libre, había sido el marco ideal de este mítico festival de 1970 por donde pasaron todos los grupos emergentes de esa música nueva definida como rock nacional.
Un buen día (ya habían pasado muchos años) encontré de casualidad una escena de “Rock hasta que se ponga el sol”. Estaba viendo televisión y de repente aparecen los músicos de Pescado Rabioso caminando por una calle.
Hace un par de días se realizó la nueva versión de este histórico festival, con una programación variada con algunos artistas fundadores del movimiento y otros grupos actuales.
La polémica decisión de bajar de la grilla a Ricardo Iorio fue el comienzo de una serie de deserciones, encabezadas por el Tano Marciello (guitarrista de Almafuerte) y el grupo Horcas. También Raúl Porchetto anunció que se bajaba del line-up, como así también León Gieco (entre otros).
En una verdadera mezcla de cuatro generaciones donde podríamos situar a Las Pastillas del abuelo, El bordo, Carajo y Eruca Sativa como "los jóvenes".
Por otra parte, Catupecu Machu, Las Pelotas, Carca y Los Gardelitos fueron de la partida con encendidos shows. Entre las generaciones intermedias Celeste Carballo y Fito Páez brillaron con sus hits inoxidables y los históricos Emilio Del Guercio, Ricardo Soulé, Alejandro Medina y Litto Nebbia junto al grupo Pez volvieron a pisar el escenario del festival después de más de 30 años.