Cada vez que las encuestas ratifican que la elección presidencial será muy posiblemente el mano a mano entre Macri y Cristina que nunca antes se dió, regresan los reproches de la sociedad a sí misma por las causas y consecuencias de la polarización.
Es verdad de peogrullo que la división social es un factor claramente regresivo y que tanto Macri como Cristina han provomido su profundización.
Pero esas regañinas no alcanzan para ocultar los hechos: la polarización está en la sociedad antes -y acaso a pesar- de lo que hagan Macri y Cristina.
Todos los movimientos recientes de los distintos bloques políticos se han restringido a imaginar recursos tácticos para no ser devorados por la polarización.
Vale para el peronismo playlist de Sergio Massa. Para las sandalias de pescador de Roberto Lavagna. Y también para María Eugenia Vidal y su amague de desdoblamiento electoral.
Las razones de la polarización son un arco iris de motivos. Desde la confrontación argumental de dos modelos de organización social en pugna, hasta pulsiones emocionales, difíciles de escrutar para el análisis político, pero no por eso menos fácticas en sus consecuencias.
Ya es tendencia. Los politólogos buscan ahora a auscultar las razones ocultas en las emociones predominantes del escenario electoral: el enojo y el miedo. Las dos motivaciones que han sacudido el barómetro de las elecciones recientes.
El ensayista Andrés Malamud exploró días atrás las amenazas que asedian a las democracias de la región. Al menos dos de ellas merodean algunas claves para Argentina.
La primera es el riesgo de la irrelevancia democrática en situaciones de crisis económica. El axioma generalizado es que las recesiones favorecen a la oposición y el crecimiento al gobierno. Pero este dogma -que verifica en las democracias de los países centrales- no siempre aplica a la periferia.
Lo comprobado en el Extremo Occidente (el ingenioso nombre geopolítico que inventó Alain Rouquié para América Latina) es que las chances electorales de los oficialismos dependen de dos variables ajenas a la gestión doméstica: el precio de los commodities y la tasa de interés internacional.
Esa descripción es la que explica no sólo la supervivencia política de Cristina sino especialmente su opción discursiva absolutamente impermeable a la autocrítica.
¿Qué necesidad tiene de revisar su rol en la asociación ilícita que le imputaron en el escándalo de los cuadernos, si su gestión pasó al recuerdo como la cornucopia de saldos exportables inéditos?
El ministro de Hacienda mostró con satisfacción al final de la semana los indicadores de reducción del déficit operativo del Estado nacional. La meta del equilibrio fiscal no está lejos. Es una noticia de especial relevancia para un país que aspira a integrar su economía al mundo.
Pero en el sector político de Cambiemos todavía recuerdan que ganaron con comodidad la elección de medio término en 2017 cuando la tasa de interés internacional era lo suficientemente baja como para financiar el gradualismo.
Dujovne sólo exhibe las cifras del déficit primario. El nivel de endeudamiento externo del país creció hasta límites que demandan una disciplina fiscal extendida, que va mucho más allá del actual gobierno.
La tendencia electoral que tiende a acompañar los precios de los recursos naturales y las tasas globales a la baja tiene efectivos negativos para la democracia: buenos gobiernos pueden ser derrotados en malos tiempos y malos gobiernos pueden perdurar aupados en el viento de cola.
Hay, sin embargo, un factor adicional que torna más complejo ese análisis. El auge de los populismos pone en duda que la correlación entre la economía y el voto sea tan lineal y predecible.
Malamud explica que los electores de los sectores más empobrecidos siempre eligen por razones diferentes a los restantes segmentos sociales. Y que en el nuevo contexto político global, lo que los distingue es su propensión a votar en contra de los partidos establecidos y los políticos de carrera.
Aun a pesar de sus intereses económicos de corto plazo: "Cuando se enojan, los pobres no votan con el bolsillo".
Existe en esa pulsión una gama de motivaciones que explica la supervivencia electoral de Macri y la imagen de María Eugenia Vidal. Ambos consiguieron nominar con éxito a la oligarquía que devastó la economía en perjuicio de los más pobres. Ese listado está escrito a mano en los cuadernos del chofer Oscar Centeno y lo encabeza Cristina.
La expresidenta tampoco hace nada para zafar de ese señalamiento. Confía en que el enojo vendrá sólo por el lado de la economía. Rompió el silencio para criticar la condena que le impusieron a Milagro Sala por malversar fondos para viviendas. El modelo Bonafini-Schoklender, en versión pueblo originario.
Sus seguidores armaron una pileta de lona en el centro porteño. Menos para pedir justicia, que para irritar al electorado con las autoridades que les consienten la mofa.
¿Cuál será el enojo predominante en octubre? ¿Y cuánto influirá el voto del miedo? El país reciente se ha especializado en elegir entre el fantasma y el susto. Que no ocurriera otra vez este año sería el auténtico cisne negro.