La idea de que los cerebros masculinos y femeninos son diferentes casi no sorprendía a nadie hasta hace poco tiempo, cuando algunas creencias comenzaron a desnaturalizarse. Durante los siglos XVII y XVIII, en Europa, el surgimiento de los ideales de igualdad creó la necesidad de probar científicamente la naturaleza inferior de la mujer. Así nació la complementariedad biológica de género; la noción de que, como lo explica la historiadora de la ciencia, Londa Schiebinger, "a las mujeres no se les consideraba simplemente inferiores a los hombres, sino fundamentalmente diferentes a ellos y, por lo tanto, no se les podía comparar".
Ese concepto fue el que prevaleció en la sociedad y en los medios de comunicación durante mucho tiempo, y el que se extendió al sentido común. Libros como Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, de John Gray, muy exitoso en su momento, son un ejemplo de cómo esa creencia se expandió mucho tiempo sin ser cuestionada.
Sin embargo, las biólogas expertas en neurociencias Daphna Joel y Cordelia Fine explican que esas afirmaciones no tienen un sustento científico y biológico. Al contrario: según relatan, existieron estudios que intentaron probar que "el cerebro masculino está estructurado para facilitar la conectividad entre la percepción y la acción coordinada, mientras que el cerebro femenino está diseñado para facilitar la comunicación entre los modos de procesamiento analíticos e intuitivos", pero no lo lograron.
El problema en esos planteos radica en que el supuesto implícito de que las diferencias de sexo "se acumulan" constantemente en las personas para crear "cerebros masculinos" y "cerebros femeninos" finalmente muy fue comprobada.
Daphna Joel encabezó un análisis de cuatro grandes grupos de escaneos cerebrales y descubrió que las diferencias de sexo que vemos en general entre el cerebro masculino y femenino no se observan clara ni constantemente en los cerebros por separado. Eso quiere decir que los seres humanos por lo general no tenemos cerebros con características exclusivamente "típicas femeninas" o "típicas masculinas".
Al contrario, lo que es más común tanto en hombres como en mujeres son cerebros con mosaicos de características, algunas de las cuales son más comunes en los hombres y algunas más comunes en las mujeres.
Luego, Daphna Joel aplicó el mismo tipo de análisis a grandes grupos de datos de variables psicológicas para preguntarse: ¿las diferencias de sexo en las características de personalidad, actitudes, preferencias y comportamientos se acumulan de manera uniforme para crear dos tipos de seres humanos, cada uno con su propio conjunto de características psicológicas? Una vez más, la respuesta fue negativa: las diferencias de estructura cerebral crearon mosaicos de rasgos femeninos y masculinos de personalidad, actitudes, intereses y comportamientos.
En conclusión, para estas dos investigadoras, que escribieron sobre su investigación en La Nación, desde la biología y la ciencia no se puede afirmar que los cerebros de los hombres y de las mujeres sean diferentes entre sí, pensando en el conjunto. Lo que sí se puede afirmar, es que el cerebro de cada persona es único.