Las separaciones conflictivas suelen traer estos problemas a los chicos, un pequeño infierno en casa. No ven los padres quizá que los daños que producen pueden ser enorme.
"El daño provocado a los chicos es muchas veces irreparable", señala Alejandro Schujman, psicólogo especializado en familias en un artículo de Clarín.
Siempre hay que recordar que para los hijos, los padres son un sostén, son quienes le garantizan que nada les puede ocurrir y el desorden y descontrol los hace sufrir y mucho.
Quedan desarmados e indefensos en la infancia, ya que ellos no deben ni pueden elegir, sino que quieren a los dos padres por igual.
Y en este lugar de rehenes donde los ubican sus padres suelen sufrir lo que se conoce como el síndrome de Túpac Amaru, el cacique torturado y desmembrado por los españoles con cuatro caballos. De la misma manera, sus padres tironean de sus sentimientos y emociones y de esta manera pierden todos, niños y adultos.
Padres y madres muchas veces acuden a una consulta angustiados sin entender que los protagonistas de su historia están mezclados, confundidos. Los hijos se parecen a los padres, hay una herencia biológica y emocional. Y toman rasgos nuestros sin darse cuenta, y se diferencian. Se parecen, pero son personas diferentes.
"Y los padres en pleno litigio con los ex suelen confundir estos rasgos similares con una toma de partido o una intencionalidad manifiesta de los hijos", señala Schujman.
No quieren los hijos maltratar a los padres, no quieren reproducir los conflictos que sufrieron como protagonistas involuntarios e indefensos. Pero la hipersensibilidad de los mayores los convoca y quedan atrapados en estos disfraces que no les pertenecen.
A la vez, debe haber puntos de acuerdo para que en las casas de ambos la crianza siga una misma línea. No importa si juntos o separados, los hijos precisan padres de acuerdo en las cuestiones básicas de su educación. Y también reglas parecidas y homogéneas respecto al uso de tecnologías, horarios de sueño, higiene y alimentación y reglamentar el estudio.
Es alarmante el lugar en que los padres ubican a sus hijos cuando el conflicto con los ex gobierna sus emociones. De esta manera, los adultos suelen cargar de angustia a los niños, de dolor e impotencia, e incluso les enseñamos a odiar. Y a lo que más quieren, que son sus padres.
Si el mensaje es para un adulto, el interlocutor deberá ser un par. Si no podemos hablar nosotros, lo harán los abogados, o algún miembro de la familia que esté en condiciones.
Recordemos por favor la asimetría del vínculo, no somos pares de nuestros hijos, sino sus padres. Hay una letra de diferencia, pero es un montón.
Los hijos no pueden vivir realidades opuestas, la casa de la madre y la del padre no deben ser universos paralelos con normas diferentes.
Se crían hijos confundidos, los obligamos a transgredir. Les damos señales equívocas y confusas, los enfermamos, les hacemos daño, y ese daño tiene consecuencias en su presente y su futuro.
En algún momento estas parejas decidieron compartir juntos la aventura de ser padres, que esto no se les diluya en el odio acumulado. No comparten el amor entre sí, pero sigue existiendo esa persona que tanto aman. Que Túpac Amaru sea solo una triste historia y no un modelo que se repita en lo cotidiano.