La octava maravilla del mundo. El Maracaná fue el templo de la mayor misa universal. Albergaba 200 mil personas. Se hizo en 22 meses y las bolsas de cemento utilizadas, apiladas, habrían formado 78 columnas del tamaño del Corcovado. Iba a pintarse del color del seleccionado campeón… y quedó celeste. Los cariocas dicen, que es por la bandera de Río.
La alegría era sólo brasileña. Volvían los Mundiales, después del dolor de la Guerra. El Maracanazo, máxima hazaña de la Selección uruguaya, provocó al menos dos infartados en tribunas, un centenar de personas que debieron ser atendidas por los médicos en el mismo estadio y, según crónicas de la época, una ola de suicidios en todo el país con al menos 10 víctimas.
Soy leyenda. Los dirigentes uruguayos le dijeron al plantel que se conformaban con perder por poco. Ya campeones, se fueron a festejar a un cabaret y recomendaron a los jugadores que se quedaran en el hotel. Obdulio Varela, cacique del equipo, los desoyó. Hizo una colecta para comprar cervezas y sanguches para el brindis, y salió de bar en bar por Río.
Gol en contra. Obdulio fue reconocido en un bar por los fanáticos brasileños, que lloraban por la final perdida. Lo reconocieron y lo invitaron a beber con ellos. "Cuando ví el dolor que le habíamos provocado a esa gente, me dio bronca haber ganado. Si hubiera podido jugar otra vez esa final, me hacía un gol en contra", aseguró después el gran capitán.
El grito del silencio. Alcides Ghiggia falleció de un paro cardíaco el mismo día del 65 aniversario del Maracanazo. Aquella tarde de 16 de julio, convirtió el segundo gol, el de la catástrofe más recordada del fútbol. "Solo tres personas silenciaron el Maracaná: el Papa, Sinatra y yo", atestiguó.
Muerto en vida. "Llegué a tocar la pelota. Creí que la había desviado pero escuché el silencio". Moacir Barbosa, arquero de Brasil, vivió con esa cruz. Lo silbaban por las calles y en 1994 Mario Zagalo le prohibió entrar a saludar en la concentración, por mufa. "La pena máxima en Brasil por un delito es de 30 años. Yo tuve cadena perpetua", lamentó.
De luto. Con un empate Brasil era campeón, por el sistema de disputa por puntos en un cuadrangular final. El promedio de 4,66 de goles por partido no le alcanzó al dueño de casa, ni contar con el artillero del torneo, Ademir, con nueve tantos. Ni el récord de espectadores en un partido de fútbol, porque ese día hubo unos 220 mil torcedores.
Mi general, cuánto valés. Argentina era potencia en los Sudamericanos (lo previo a la Copa América). Juan Domingo Perón, por entonces presidente, interrogó a Valentín Suárez, titular de la AFA, si podían ser campeones. "No le puedo asegurar la copa", le respondió el directivo al General. Y la Selección no fue al Mundial.
EL 10-1 que no fue. Inglaterra, inventores del fútbol moderno, rompieron su aislamiento y fueron a Brasil como favoritos. Enfrentaron a un amateurs Estados Unidos, que les ganó 1-0. Los diarios de las Islas no dieron crédito a la noticia, pensaron que era un error de tipeo en el cable en que llegó la información y titularon que Inglaterra ganó 10-1.
Los platos rotos. El autor del gol inverosímil fue Joe Gaetjens, haitiano que ni siquiera estaba nacionalizado estadounidense. Lavaba platos para costear sus estudios en la Universidad de Columbia. El arquero, Frank Borgh, era conductor de coches fúnebres. En 2005 se estrenó The Game of Their Lives (El partido de sus vidas), en honor a esa hazaña.
Macumba. En los primeros Mundiales, Brasil vistió casaca blanca con puños y vivos azules. Después del Maracanazo se la desterró. Durante dos años la Selección no jugó partidos internacionales y tras un concurso nacional, apareció la "Canarinha". En 1958 fue campeón, pero vestido de azul porque el amarillo era de Suecia, el anfitrión.
Sobrevivientes. El sueco Eric Nilsson y el suizo Alfred Bickel, únicos futbolistas en competir en el último Mundial pre guerra, en Francia, y también en Brasil, el primero tras la contienda bélica. El sueco había debutado justamente contra los brasileños en 1938, y fue capitán de su equipo en 1950, en la victoria sobre el bicampeón italia.
A pique. Italia viajó en barco. Evitó el avión, porque un año antes ocurrió la Tragedia de Superga, en la que la aeronave que trasladaba a los jugadores del Torino se estrelló y murieron nueve integrantes de la Selección. Los Azurros partieron desde Nápoles, bendecidos por Pio XII, entrenaron en la cubierta, y fueron eliminados en primera ronda.
Mar de lágrimas. En el mismo barco, el Sises, también viajaba la Copa del Mundo, que pasaría a llamarse Jules Rimet, y que estuvo a salvo de las garras nazis. Si Italia era campeón, la ganaba para siempre. Un popular mago de la época vaticinó que vencerían en la final a Inglaterra. La ganó Uruguay, nuevo bicampeón.
Roja directa y ningún expulsado. La Fifa prohibió a Alemania participar, como repudio por las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. Unicos expulsados, de antemano, en un Mundial en el que los árbitros no echaron jugadores. En ese entonces aún no había tarjetas, pero sí se instrumentó el número en las espaldas de las camisetas.
Bolivia se hizo valer. El Seleccionado boliviano fue el último en debutar, perdió 8-0 con Uruguay y quedó eliminado. Antes entró en conflicto con la Fifa porque exigía el pago de los 25 cruzeiros por jugador y por día, durante la estadía. Fifa esgrimió que los bolivianos habían llegado con demasiada antelación, 25 días antes, pero al final accedieron y les pagaron.
Quedaron a pie. La Selección de India no concurrió al Mundial porque Fifa no los autorizó a jugar descalzos. Sí lo habían hecho en los Juegos Olímpicos de 1948, cuando perdieron ante la poderosa Francia sólo 2-1. Y volvieron a hacerlo en los Juegos de 1952, pero esta vez fueron "pisoteados" por Yugoslavia: 10-1.
El jeque yugoslavo. En primera ronda Yugoslavia empezó su duelo ante Brasil con 10 jugadores. Pedrag Djajic se abrió la cabeza con una viga en el vestuario, y como ya figuraba en la lista de buena fe y no había reemplazos, recién ingresó a los 10 minutos y con un vendaje, que parecía un turbante.
Sin partitura. Convencido como todos de que Brasil sería campeón, Jules Rimet bajó a entregar la copa con un discurso en portugués. La banda musical ni siquiera tenía la partitura del Himno uruguayo. Rimet puso el trofeo en manos de Obdulio, en silencio. Su discurso fue a parar al mar, con los diarios que decían "Brasil campeón del mundo".