Tras 13 días de protestas, el primer ministro de Líbano, Saad Hariri, entregó su renuncia al presidente Michel Aoun, lo que desató celebraciones y pedidos de más dimisiones en las calles.
"Llegamos a un punto muerto y necesitamos un shock para salir de la crisis", aseguró Hariri en un mensaje televisado y anuncio que se dirigía al palacio presidencial para entregar la renuncia de todo su gobierno.
Poco después, la televisión pública y la cuenta de Twitter de la Presidencia transmitieron toda la ceremonia oficial de la entrega de la renuncia a Aoun, de 84 años.
Mientras tanto, en las calles de Beirut, grupos de manifestantes celebraban la noticia y pedían más renuncias.
"Todos ellos significa todos ellos", gritaban los manifestantes en el centro de la capital libanesa, en referencia a los otros líderes de los principales partidos políticos, por ejemplo, el presidente del Parlamento, Nabih Berri, de 81 años, y el canciller y yerno del presidente Aoun, Gebran Bassil.
En los medios, sin embargo, la mayoría de los periodistas y analistas pronosticaban que poco iba a cambiar.
Naim Salem, profesor de la Universidad Notre Dame en Beirut advirtió en una entrevista con la cadena qatarí Al Jazeera que será "muy difícil" que una mayoría del Parlamento llegue a un acuerdo sobre el nombre del nuevo primer ministro y construya una coalición para formar su gobierno.
"Lo más probable creo es que Hariri será designado otra vez como primer ministro, aunque se formará un nuevo gabinete. La urgencia ahora es formar un nuevo gabinete con personas con el más alto nivel de integridad", explicó el académico.
Hariri, hijo de un primer ministro cuyo asesinato marcó la retirada militar de la vecina Siria en el país en 2005, no es un líder con un amplio apoyo, ni en las calles ni en los pasillos del Parlamento.
Sin embargo, su figura logra mantener unidad una coalición de unidad nacional, que refleja la inflexibilidad del sistema político sectario vigente desde el fin de la guerra civil, con la Constitución aprobada en 1990.
Radiografía de las protestas
Las protestas comenzaron hace casi dos semanas cuando el gobierno anunció un impuesto a las llamadas por Whatsapp, un servicio de comunicación muy popular en el país porque las tarifas de telefonía celular son muy caras.
Rápidamente, las manifestaciones se expandieron desde el norte en la ciudad de Trípoli hasta el sur en la ciudad de Tyre, con tres consignas claras pero difíciles de conseguir: terminar con la corrupción gubernamental, la desigualdad y el sectarismo político.
El sistema político sectario actual de Líbano siempre fue inestable, especialmente dada la ubicación geopolítica del país. Sin embargo, en los últimos años, comenzó a hacerse evidente también otro tipo de inestabilidad, una que trasciende a los clivajes religiosos y se explica por la creciente desigualdad social y económica.
Apenas el 1% de los libaneses mayores de 18 años acumulan un cuarto del ingreso nacional y casi 40% de los jóvenes, muchos de ellos universitarios, están desempleados.
A esto se suma cortes de luz frecuentes, servicios públicos deficientes -hace tres años, por ejemplo, las protestas estallaron por el servicio de eliminación de residuos-, facturas de luz, agua y teléfono caras, y una clase política dominada por un puñado de familias y por las divisiones establecidas por las principales comunidades religiosas del país.