El análisis de la relación costo-beneficio que se realiza en el Gobierno sobre la entrevista de Mauricio Macri con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene dos elementales puntos de partida. Uno es "quedamos innecesariamente pegados a un tipo imprevisible que puede hacer estallar al mundo". El otro, que "ahora somos socios privilegiados de la potencia americana, nos reinsertamos en el juego político y económico internacional, y eso nos favorece".
Ni los más entusiastas de cada posición pueden predecir lo que la realidad se encargará de mostrarnos cuando pase el tiempo. Pero lo cierto es que ni siquiera aquellos funcionarios que se asumen partidarios incondicionales del sistema capitalista han quedado satisfechos en plenitud. Cuando se los consulta por los beneficios económicos del encuentro en la Casa Blanca, no dudan en calificarlos de prometedores y muy importantes. Flaquean sus argumentos, en cambio, cuando se refieren a la conveniencia y a los réditos políticos que ha dejado.
La sobreactuación de Trump frente a las cámaras llenando de elogios a Macri, sorprendió a uno de los ministros que antes de la entrevista no alentaba demasiadas expectativas. El funcionario reconoció que los gestos ampulosos y la utilización de expresiones como "grandes amigos", o "creciente liderazgo de Argentina " fueron más un mensaje al resto del mundo que un sentimiento auténtico. "No le pedíamos tanto", afirmó sonriente.
Aun exagerado en sus lisonjas, los gestos del presidente norteamericano coronaron, según el gobierno argentino, una exitosa gira sin puntos oscuros. El apoyo encontrado entre los representantes y senadores republicanos y demócratas del Capitolio, y la buena voluntad expresada por empresarios e inversionistas, extendieron el entusiasmo a toda la delegación.
Colaboradores de Marcos Peña le atribuyen al jefe de Gabinete haber comentado que "no hay presidente en el mundo que tenga un vínculo tan cercano y afectivo como el de Trump con Macri". Pero no queda claro todavía si eso será bueno o malo.
Otro duelo
Muy lejos de Washington, en la patagónica provincia de Santa Cruz, quedaron expuestas las más agudas contradicciones entre el modelo que hace 26 años construyó el poder territorial de Néstor Kirchner, y los fundamentos del cambio que ahora pretende Mauricio Macri. Con la población como rehén, los gobiernos provincial y nacional se vienen reprochando responsabilidades de gestión, y la crisis por el atraso en el pago de sueldos a empleados estatales y jubilados ha escalado al punto de generar episodios de violencia.
El déficit de Santa Cruz proyectado para este año supera los 6.731 millones de pesos y la gobernadora Alicia Kirchner no parece tener otra salida que aceptar un programa de ajustes y reformas institucionales por encima de las banderas partidarias que flamean cada vez menos. En el Ministerio del Interior que conduce Rogelio Frigerio aseguran que la mandataria se comprometió, entre otras cosas, a derogar la ley de lemas, la herramienta electoral con la que llegó al poder sin haber sido la más votada.
Pero los cambios institucionales tendrán menores complicaciones que el necesario ajuste económico que busca hacer sostenible la provincia. El congelamiento de la planta de personal, que es la más alta del país en proporción con la cantidad de habitantes, y una reforma del sistema jubilatorio, están incluidos entre las condiciones que pone la Nación para negociar un salvataje. El control de todo el proceso quedaría en una mesa integrada por las fuerzas políticas con representación en la legislatura provincial.
Si Santa Cruz acepta los términos y la situación comienza a revertirse, no podrá ocultarse una nueva derrota política del kirchnerismo por las secuelas de su estilo de gestión. Justo en una provincia que tiene como símbolo a los Kirchner, pero también a Lázaro Báez.
Las pulseadas
Aunque oficialismo y oposición proclaman que todavía es muy pronto para instalar la pelea electoral en el centro de la escena, todos trabajan en eso. El sector más convulsionado es el peronismo, y en especial el que habita la provincia de Buenos Aires. Allí el ex ministro Florencio Randazzo ha comenzado a hacerse visible en reuniones y actos para medir sus posibilidades.
Pero al tratarse de aspiraciones mayores, el objetivo apunta a unificar en un solo espacio a la mayor cantidad de sectores internos, incluido el kirchnerismo. Cuando hablan sobre este tema, los allegados a Randazzo se ven obligados a aclarar: “Unidad con todos, pero sin la conducción de Cristina Fernández”. Eso, y enfrentarse con La Cámpora, es exactamente lo mismo.
Es tan compleja la trama de la interna peronista en ese distrito que si Randazzo o algún otro dirigente no logra constituir un fuerte liderazgo, corren el riesgo de extender la fragmentación, con las consecuencias electorales que ello implica. La situación tiene el agravante de que muchos intendentes del sector han desarrollado una relación excelente con la gobernadora macrista María Eugenia Vidal, y en algunos casos hasta han prometido lealtades duraderas.
El peronismo no kirchnerista se plantea romper la polarización entre Cambiemos y lo más extremo del cristinismo, con discurso de oposición “moderada y republicana” para garantizarse una plataforma de alternancia en 2019. La idea no alcanza todavía aplicaciones prácticas.
El tercero en discordia, Sergio Massa, reapareció el viernes junto a su aliada Margarita Stolbizer. Buscando un espacio en el escenario dijo que en lugar de pelear contra los precios y por el empleo, Cambiemos, el kirchnerismo y también el peronismo anti K, están inmersos en "la triste y patética pelea por el poder". Claro, como si él se dedicara al ajedrez.