Pinceladas literarias: “Hay que matarlo de chiquito” un cuento de Analía Angeli

Selección a cargo de Valentina Pereyra.

Pinceladas literarias: “Hay que matarlo de chiquito” un cuento de Analía Angeli
Pinceladas literarias: “Hay que matarlo de chiquito” un cuento de Analía Angeli

Vía Tres Arroyos te presenta una nueva entrega de Pinceladas Literarias la sección a cargo de Valentina Pereyra, en esta ocasión con un cuento de Analía M. Angeli.

Hay que matarlo de chiquito

Mi abuela siempre decía: “Hay que matarlo de chiquito.” Nunca supe qué significaba eso. Hasta anoche, cuando entré al bar. Me temblaron las piernas y un calor terrible me quemó la cara. Los recuerdos de aquellos tiempos me llevaron puesta. Había una mesa cerca, tuve que agarrarme al respaldo de una silla y sentarme, obligando a mis amigas a hacer lo mismo. Si esa silla no hubiese estado justo ahí creo que no habría podido disimular mi sorpresa. No logré darte la espalda, alguien me ganó de mano y quedé de frente al escenario, sentenciada a mirarte afinando las cuerdas de una guitarra (o un bajo, no sé, nunca los distingo).

Hace unos años en este mismo lugar, te había visto así; hablando y riendo, como si desconocieras el desorden mental que me causabas. Te recuerdo apretando despacio tus manos contra el borde de la mesa; mirándome y diciendo las cosas que una chica enamorada quiere retener para siempre en su memoria: “Pero si sos hermosa”; “Me encantás”, “No puedo parar de pensar en vos”. Días más tarde, me escribiste al celular y así empezaron aquellas eternas conversaciones que hacían arder mis fantasías. También solías desaparecer durante semanas, la desesperación que esos silencios me provocaban no se la deseo ni a mi peor enemigo. Después volvías, como si nada, y yo me engañaba con cualquier excusa que inventabas. Llegué a pensar que no podía vivir sin vos.

Hablamos mucho y nos vimos algunas veces, hasta que la distancia entre un chat y otro se hizo cada vez más larga. Los mensajes: “Hoy no puedo”, “Después vemos”, “Mañana te aviso”, los sentía como patadas en el pecho. Y lo supe. No era posible algo bueno entre nosotros. Nadie se enteró de lo nuestro. Disimulé la pérdida lo mejor que pude y te encerré bien adentro de mi cabeza, aplastándote a la fuerza, entre capas de recuerdos nuevos. Al principio fuiste una presencia incómoda en mi memoria, pero la vida siguió adelante y casi sin darme cuenta, dejé atrás el encantamiento de tus manos apretando la mesa, tu voz ronca en mi oído, tus besos...

Te fuiste del pueblo y me sentí aliviada. Me enamoré y desenamoré cien veces; sufrí, fui feliz, sufrí otra vez, lloré como una descosida, fui feliz de nuevo; algunas veces fui la buena y, otras, la mala del cuento; no sé si entendí todo o no entendí nada. Todo pasó en ese orden o en otro. No estoy segura si sucedió o lo inventé. Cuando te ví parado con el bajo entre tus manos deseé con el alma que fueras un recuerdo implantado, de esos que nos cuentan tantas veces que terminamos creyendo que fueron así.

Estaba perdida en mis pensamientos cuando sonaron los primeros acordes; mi cerebro buscaba excusas para huir. Me esforzaba por mirar para otro lado, pero mis ojos traidores te buscaban, mis manos transpiraban agarradas a la silla, mis piernas se movían sin control. No aguanté más, me levanté y fui a esconderme en el baño. Detrás de una puerta rayada de amores contrariados escuché tres canciones, aplausos, gritos, silencio y, al final, la música ambiente del bar. Era la pausa, el peor momento para salir del escondite. No me quedaba otra que ir hasta la mesa, decir que estaba descompuesta e irme.Abrí la puerta y salí del baño. Caminé estoica. Paso firme. Mirada al frente. ¡Dios mío! ¡¿Por qué te sentaste en mi silla?! ¡Sos un tremendo hijo de tu madre! En un mar de insultos mentales, me acerqué. Te diste vuelta y me viste. Sonreíste al reconocerme. Me diste un beso en la mejilla, murmuraste un saludo y volviste al escenario. Y yo quedé ahí, en blanco, inmóvil, con el corazón a mil.

Hasta ayer, eras muy bueno siendo un recuerdo chiquito, lejano, borroso. Y ahora, solo deseo que vuelvas a mí, que me mires, que me busques, que nos volvamos a esconder para tocarnos. Mi parte racional te rechaza, te odia, envidia tu desapego, no quiere que llames o escribas e implora que hayas borrado mi número. Te quiero para mí pero no debo olvidar el dolor que me causaste. No debo olvidar el dolor pero te quiero para mí. Te quiero para mí, no debo olvidar…No debo…Te quiero… “Hola bonita, ¿cómo estás?”

Sobre la autora

Analía M. Angeli nos cuenta: "Nací en el sur de Córdoba, me crié en Vicuña Mackenna, un pueblo que fue creciendo a la par que mi pasión por los libros. Mi familia son la gente que amo, mi hija, amigos, compañeros, parientes, todos esos que están ahí, cerca de mí, los que conectan conmigo desde algún lugar.

Soy profesora de primera. Hoy me toca ser directora de un colegio primario y puedo acompañar a los estudiantes en su camino por la niñez, siempre tan lleno de historias. Pero fuera de las paredes de la escuela, mi mundo sigue repleto de historias, me gusta mucho leer y escribir. Cada lectura que llega a mis manos es una posibilidad de espiar otro poquito más a la humanidad.

Escribir es un cable a tierra para mí, desde chica me gustaba, sin embargo la vida me llevó por otros caminos e hice una pausa en la escritura. Escuché en una canción que uno siempre vuelve a los lugares en los que amó la vida, y volví por fin.

Escribiendo me siento plena, y compartir lo que sale con mis compañeros del Taller de Literatura “Claraboya” me gratifica y me ayuda a crecer. Tener ahora la posibilidad de compartir parte mi mundo,de mi humanidad con más gente, me encanta".