CRESTA: la historia de una desobediencia colectiva

La puesta en marcha de Cresta no estuvo exenta de controversias y disputas políticas. Valentina Pereyra, por aquellos años concejal, relata los pormenores de aquel logro.

CRESTA: la historia de una desobediencia colectiva
Cresta Tres Arroyos (foto Cresta)

Veinte años de aulas concurridas y estruendosos silencios. Veinte años de camaradería y cooperativismo. Veinte años de estudiantes entusiastas, veredas enchastradas con huevo y harina, adultos mayores envueltos en su Programa.

¿Cómo llegó toda esta gente y se reunió en un mismo lugar con el objetivo de estudiar? ¿Quién abrió la puerta?

En el año 2004 hubo reuniones premonitorias. APRESTA y sus constantes ideas de avanzada llevaron, a una mesa rodeada de ediles, funcionarios y referentes de educación, la propuesta de la universidad propia. A ese primer encuentro le siguieron otras juntadas. En la Cámara Económica de Tres Arroyos, en el despacho del intendente municipal Carlos Sánchez, en la sala de reuniones del Concejo Deliberante. De las primeras escuchas indiferentes a los avances irremediables de pensadores audaces. De los viajes para aprender sobre el tema al pueblo político que quería saber de qué se trataba. De la chispa a la fogata.

Voces que no se rindieron. Un grupo de personas que venían de diferentes instituciones o grupos políticos desoyeron a sus propias autoridades, a sus colaboradores y a los compañeros. Pero no fue una desobediencia mal planeada, fue de las buenas, de esas que se fundamentan en la pasión, en el deseo de que algo bueno salga después del caos.

Y un día, llegó la concejala Susana Dibbern y habló en la Comisión de Hacienda. Y luego se alzó otra voz del Movimiento Vecinal, la de la concejala Luisa Marino y finalmente la mía. La tarea que los demás concejales se llevaron al hogar, después de aquel primer único día, fue la de evaluar la propuesta que había dejado picando el intendente Sánchez. Al interior de los bloques políticos se desataron todo tipo de controversias. Todas apuntaban al No positivo. Al interior del ámbito educativo de todos los niveles y de todos los colores, ocurrió lo mismo. Mientras tanto, esas primeras voces a favor se concentraban en la idea que los unía: tener una universidad.

Los viajes que hicimos con el intendente y los concejales Hugo Fernández y Susy Dibbern revelaron que teníamos que comenzar por algo menos ambiciosos que una universidad. Y así, la idea comenzó a rodar entre sanguches a la vera de la ruta en una estación de servicio cualquiera, helados derritiéndose sobre el banco de una plaza en Tandil mientras esperábamos al gobernador Scioli, reuniones multitudinarias y de las otras. El Centro Regional cobraba forma a pesar de sus detractores.

Una tarde de noviembre de 2004, mientras en el teatro de la Escuela N°1 el intendente firmaba la adhesión a la Policía Comunal, Hugo, Susy y yo nos escapábamos del evento, saltábamos los montículos de tierra de una avenida Moreno y plaza San Martín a medio construir y le poníamos nombre a la idea.

Se iba a llamar Centro Regional de Estudios Universitarios de Tres Arroyos- CREUTA- pero, surgió la preocupación por los Institutos de Formación y su participación indispensable en el proyecto. Un centro universitario no los hubiera abarcado. Entonces alguien dice: CRESTA. Cambió juez: sale la U y entra la S. La palabra “superior” tendría en cuenta a los institutos técnicos y docentes y a toda la oferta educativa de ese nivel. Además, CRESTA: ola, arriba, intrépida, levantándose señora, mezclándose hasta morir en la orilla en unión indisoluble con la arena y la vida silvestre de la orilla.

CRESTA: la que resume el poder y la ambición sobre la cabeza erguida de quienes la defendieron con sus capas y espadas intangibles.

CRESTA: cima, cumbre, cúspide, pico, copete, crestón, corona, punta, penacho, moño. Y quedó. El brindis después del nacimiento del nombre fue con un mate que giraba de mano en mano en el bloque del vecinalismo. Alrededor de esa mesa: los desobedientes.

El libro de actas así lo corrobora, esa tarde de principios de noviembre, la idea tuvo su nombre. Después, la búsqueda de las carreras que fueran pertinentes y que inspiraran confianza en el proyecto. La inscripción que llegaba por centenas y susurraba a los gritos un número mágico: el de los miles de estudiantes de todas las edades que cursarían estudios superiores y universitarios en un centro regional de Tres Arroyos. La búsqueda del espacio físico, los viajes de Sánchez y Hugo Fernández para conseguir el comodato del antiguo edificio de Telefónica, de ENTEL para los más viejos; el sondeo entre los catedráticos de la Universidad Nacional de La Plata para encontrar un buen director. Planetas alineados.

Mientras tanto se desataba feroz la discusión por la tasa de estudios universitarios (muchos años después llegaría la de salud y medio ambiente, pero esas ya no tuvieron tanta resistencia). Si algo nos quedó claro, después de los viajes a otros Centros de estudio que con los años se convirtieron en Universidades, fue que no se podía solventar un proyecto tan enorme si no era con la colaboración de toda la población. Una tasa solidaria para que haya universidad en Tres Arroyos.

Los desobedientes terminamos como parias o como zombis deambulando por los pasillos del Concejo Deliberante o de las dependencias municipales. La orden bajó fuerte y clara para que se cumpla en los bloques políticos de la oposición: no había que votar algo que le diera a Sánchez el bronce eterno. Y, sí, así fue.

Rechinó la puerta giratoria que no se abría hacía años, volaron las palomas atolondradas a sabiendas de que su casa, en esas aulas, tenía los días contados; cayeron las telas de araña y como era verano, nadie se percató del frío.

Meses después llegarían los trámites para poner el gas y mucho después, otra encarada monumental al gobernador Scioli por el ascensor. Digo otra, porque la primera vez fue en Tandil cuando entramos con Hugo de colados a un acto de asunción del decano de la Universidad de esa ciudad serrana con el único fin de pedirle “algo” para CRESTA. Las siguientes veces fueron de agenda y se ocupó el intendente.

Los titulares de los medios de comunicación mostraban la brutalidad de la pelea. Si bien no estaba entrenada conocía bien cómo esquivar los golpes, pero nunca se termina de aprender del todo. Entonces llegó la redacción de la ordenanza, las discusiones en Comisión de Hacienda por el presupuesto y los argumentos válidos de aquellos que sinceramente no creían en este tipo de financiación, aunque no recuerdo si proponían alguna otra.

Al recinto llegamos con dos bloques partidos al medio: el peronista y el radical. Dos concejalas desobedientes y un gran mayor contribuyente más desobediente: el Doctor Fernando Ricci. Votamos. Pedimos que sea nominal para que la historia nos juzgue. Votaron los representantes de los representantes del pueblo. Los del radicalismo, fieles a Susy, dijeron Sí, los vecinalistas también. Empate. El bloque peronista se relamía. Los contribuyentes suyos respondían a los y las ediles que habían dicho No. Pero, como esas películas en la que justo, justo al final, alguien levanta la mano y todo cambia, el doctor Ricci, hizo lo propio, se puso de pie y dio su discurso.

Resulta que él sí tenía memoria de elefante. Recordó que durante su mandato como intendente había querido crear una Universidad junto con APRESTA y, cuando se trató el proyecto de ordenanza en el Concejo el bloque vecinalista, dijo: no. Y, como los grandes hombres se miden por sus obras y actos, Ricci dijo que él no estaba dispuesto a hacer lo mismo. Por eso dijo: voto Sí.

Creo que lloré. Susy estaba muy lejos de mi banca, si no seguro la hubiera abrazado. Estaba sola, pero acompañada de esa manga de desobedientes. Y entonces, también como en las películas, la escena siguiente fue la de Sánchez viajando a entrevistarse con los decanos de las Universidades más prestigiosas del país con el asesoramiento inestimable de Alberto Dibbern.

Cuando paso por el frente de CRESTA y me detiene el semáforo lo que veo no son chicos muertos de risa o llantos por alguna materia desaprobada o el mate circulando entre estudiantes que descansan en la escalinata principal. No veo hombres y mujeres +50 que se preparan para hacer yoga, literatura, juegos o computación. Veo el poder de las decisiones compartidas. La maravilla de saber lo que vendrá cuando todavía estás en el pasado.

Veo al actual intendente Pablo Garate, volviendo a hacer historia firmando el convenio para la compra del viejo edificio de Telefónica, el de Entel para los viejos amigos, el de Maipú, cerca de tu casa.

CRESTA es la afirmación de que la peor desobediencia es la que nos hacemos a nosotros mismos. Por suerte, de vez en cuando, hay que saltar la reja.