Daniel Morelli es de San Luis, amante del ajedrez y tiene la particularidad de que es no vidente, sin embargo eso no fue ni es impedimento para que se desarrollara en la vida y cumpliera todos sus sueños.
Morelli es muy conocido no solo por su destreza en el juego de mesa sino porque fue operador de una remisería, atendió un cyber, pero jamás imaginó que sería representante y ocuparía un puesto jerárquico a nivel mundial dentro de su pasión: el ajedrez.
El ajedrecista estudió Tecnicatura en Deporte de Alto Rendimiento y egresó este año con las notas más altas.
Rosa Saccaro, su esposa, recibió al periodista de El Diario de la República que logró entrevistar a Morelli y conocer un poco más de cerca la vida de una persona admirable por todas las barreras que ha superado.
Mientras Daniel trabajaba en la computadora a punto de iniciar un curso en San Luis para formar formadores en informática para ciegos, él como presidente internacional del Ajedrez de Braille en Sudamérica estaba listo para participar.
Sin embargo, antes de empezar la nota Daniel desplegó un tablero de ajedrez adaptado y dispuso las 32 piezas brillantes de madera.
Es adaptado porque la mitad de las piezas son de color negro y tienen una cabeza de clavo en la parte superior para diferenciarlas de las blancas. Los casilleros negros tienen un milímetro de diferencia respecto a los blancos.
—¿Cómo nació tu relación con el ajedrez?
—El deporte y la informática son mis grandes pasiones. Mi enfermedad es cognitiva y se desarrolló de a poco. La empecé a sentir de joven y a medida que avanzaba se me cerraron muchas puertas. Me invitaron a un taller en 2007. Yo jugué un par de años cuando era chico porque mi papá era un apasionado, pero desde que se enfermó, no jugué más. Él murió cuando tenía 15 años y mamá cuando tuve 17. Yo no quería ir a ese taller, pero mi familia me insistió por suerte, porque el ajedrez cambió mi vida para siempre, aunque fui en un comienzo sin ninguna expectativa.
—¿Qué encontraste en ese deporte?
—Encontré a un grupo de gente maravillosa. Conviví con los compañeros, compartí con sus familias. En ese lugar conocí los tableros adaptados y empecé a enseñar informática para ciegos, lo que fue un gran desafío para mí. En ese momento conocí a Claudia Amura (la jefa del Programa Ajedrez de la ULP), una persona maravillosa que me dio la oportunidad de dar a conocer a la gente todas las herramientas disponibles, para que ninguno diga que no sale de la casa porque no puede. Es una lucha diaria que enfrentamos por el estar de igual a igual.
—¿Cómo fue tu carrera dentro de ese mundo?
—Acá no había muchos torneos para ciegos y empecé a competir en torneos tradicionales contra personas que veían, lo que me ayudó un montón. Eso es lo lindo que tiene el ajedrez que equipara las oportunidades. Empecé a trabajar en el área de Ajedrez de la ULP y daba charlas sobre la experiencia de vida. Después se creó la asociación Ajedrecistas Ciegos Unidos de la Argentina en 2008, de la que empecé a participar como vocal. A los dos años fui vicepresidente y al siguiente ya fui presidente. Hoy tiene 21 provincias adheridas. Pudimos organizar un torneo Panamericano gracias al apoyo de la ULP. Vino gente de 13 países y ahí me nombraron presidente internacional del Ajedrez de Braille en Sudamérica. Fue un gran sueño para mí. Años después me ratificaron el cargo y me nombraron dentro de los cuatro integrantes de la asociación a nivel mundial.
—¿Cómo manejaste esa discapacidad visual con el estudio?
—Después del fallecimiento de mis padres, dejé el secundario en el último año y pude retomarlo de adulto gracias a la ULP. Cumplí ese sueño siendo abanderado. Luego quise seguir estudiando y estuve entre Desarrollador de Software y la Tecnicatura en Deporte de Alto Rendimiento, que son mis dos grandes pasiones. Al final opté por deporte. Inicié la carrera en 2017 y finalicé este año. Encontré gente muy linda, que entendió que yo quería aprender realmente. Mis compañeros me ayudaron un montón.
—¿Qué importancia tiene la familia para una persona no vidente?
—Yo conocí a mi esposa, Rosa, en Mendoza, cuando veía. Un duro golpe fue cuando después de casarnos, una doctora me dijo que ni se me ocurriera tener hijos porque mi enfermedad era hereditaria. Rosa me dio aliento, insistió en que tuviéramos hijos igual y Dios nos dio dos hermosos hijos y una nieta. Ninguno tuvo la enfermedad. Ellos son mi gran puntal. La familia no tiene que tratar al ciego como un inválido. Tiene que haber una contención, pero con empuje. Lo peor que le podés hacer a un no vidente o a cualquier discapacitado es decirle "no, dejá, lo hago yo". Yo me cebo los mates, aunque haga una "chorreadera" de agua. Si no nos dejan hacer y nos ordenan quedarnos quietos, pasamos a ser una planta. Yo creo que no podría haber llegado a ser todo lo que fui sin la ayuda de mi familia. No sé que hubiera sido de mí sin ellos".
—¿Cómo percibís la inclusión?
—Hace poco empecé a coordinar el ajedrez en las escuelas digitales, pero no solo para ciegos, sino el tradicional. Eso es un tremendo orgullo para mí y para todos los no videntes. Esa oportunidad me la dieron en el área Ajedrez de la ULP. En San Luis la inclusión social no es una frase de campaña, es una realidad que puedo demostrar con muchos ejemplos. He andado por Argentina y otros países y el trato que da el Gobierno de la Provincia y sus instituciones es increíble. En un torneo nacional participan doce ajedrecistas de San Luis y dos de Buenos Aires, por ejemplo. Eso es porque hay un apoyo total e incondicional. Acá hay inclusión verdadera.
—¿Y eso se siente en la sociedad?
—La solidaridad existe aun dentro de un mundo loco en el que todos viven corriendo. Recibo atención permanentemente en la calle, pero creo que a la gente también le falta tener alguna capacitación para saber cómo tratar a los discapacitados, porque quieren ayudar y no saben cómo. Hay gente que da oportunidades. Ninguno necesita la lástima y la compasión de nadie, porque es algo que hace daño, pero sí comprensión e igualdad. Hay que tener en cuenta que siempre hay que dar una oportunidad. A mí me descartaron un montón de veces y ni siquiera me probaron. Si no sirvo, está todo bien, pero al menos quiero tener la posibilidad de demostrar.
—¿Cuál es el mensaje que le das a las personas no videntes que no se animan a salir?
—En el cargo que tengo, mi meta siempre es que los no videntes tengan apertura, que se suelten, que sepan que se puede. Cuando sabemos que hay alguien que sufrió un problema de vista lo buscamos en la casa, porque lo primero que tienden a hacer es encerrarse. Yo quiero que la gente pruebe una vez, que conozca las herramientas, los talleres, a las otras personas. Cuando se enteren de todo esto, sabrán que esto no es solo para mí o para algunos, sino que es para todos. Es un desperdicio estar en un rincón llorando, como alguna vez estuve yo.