Le salvaba las melodías a Cuchi Leguizamón, su amigo eterno, así como también a Eduardo Falú, otro campeón que también tocaba la guitarra y cantaba de forma increíble. Es que Manuel J. Castilla nutría sus textos de todos los temas que lo rodeaban, incluso de las charlas más nimias o de las imágenes más profundas y variadas.
Su imagen es de lo más reconocida: una barba tupida, con los primeros tres botones de la camisa desabrochados, y una profunda mirada color tabaco. Las letras con las que acompañaba las melodías del Cuchi Leguizamón eran táctiles, bellas, susceptibles a convertirse en canción.
Una de las primeras y más importantes del cancionero folklórico del norte es La pomeña, una zamba que narra la historia de doña Eulogia Tapia, la coplera salteña que iba pisando la luna. En el imaginario colectivo del folklore nacional, también se resaltan Balderrama o la Zamba de Lozano, luciéndose bajo la voz de Mercedes Sosa. O incluso el Carnavalito del duende, retratado por las voces del Dúo Salteño en los carnavales. La Zamba de Anta con la voz de Margarita Palacios; Juan del Monte con Peteco Carabajal; e incluso la Zamba del Pañuelo de la dupla de Liliana Herrero y Juan Falú, gemas del poeta salteño.
Nació un 14 de agosto de 1918 en la casa ferroviaria de la estación de Cerrillos, a apenas 15 kilómetros al sur de Salta Capital. Este lunes 19 de julio se cumplen 40 años de su fallecimiento, con 61 años de edad. Fue poeta, escritor y periodista, pero también se dedicaba a vender frutas y verduras en la calle, y a recorrer la provincia como titiritero.