Veintisiete de enero de 1995. Miguel Di María firma la inscripción -requerida por la Asociación Rosarina de Fútbol- que autoriza como futbolista del club Rosario Central a su hijo, Ángel Fabián.
Angelito -como le dicen- tiene seis años, es flaco, con piernas largas y dueño de una zurda envidiable. Está unido a la pelota desde que su mamá, Diana, le hizo caso a un médico -al que consultó por su hiperactividad- y lo llevó a patear a El Torito, un club pequeño ubicado a pocos metros de su casa, en el barrio El Churrasco, al norte de Rosario, donde suele jugar con sus amigos continuamente.
Él no lo sabe, pero 64 goles le bastaron para que dejara la camiseta naranja de su equipo para ponerse la azul y amarilla del Canalla. "¿Por cuánto nos lo das?", le pregunta el entrenador de la categoría '88 de Central a Jorge Cornejo, presidente de El Torito. Este, sorprendido por la propuesta, le responde: "Por 26 pelotas". El dirigente piensa en la necesidad inmediata e intenta reforzar los escasos recursos de la humilde institución. El nene, con toda la ilusión, se va transferido a un grande de Rosario. Sin embargo, las pelotas nunca llegaron.
Pasa el tiempo, el niño juega en las Inferiores de Central. Sobresale por su irregularidad, a veces es titular, otras es suplente. Lo que sí se mantiene constante son las changas que hace con su papá. Divide el tiempo entre la pelota y la carbonería. Arma las bolsas y lo acompaña en los repartos.
Es 14 de diciembre de 2005. Angelito tiene 17 años. Central visita a Independiente por la última fecha del Torneo Apertura de ese año. Restan un poco más de 15 minutos para el final del encuentro y don Ángel Tulio Zof, su entrenador, lo llama. Con la 37 en la espalda reemplaza a Emiliano Vecchio. El sueño se cumple, el tan ansiado debut en Primera al fin llega.
Vuela por la banda izquierda, parece un rayo. Un año y medio bastan para que Benfica de Portugal se lo lleve por seis millones de euros. Se va rápido. Esa es su segunda transferencia. Cuando se concreta llama por teléfono a su papá para decirle que cerrara la carbonería. De ahora en más, la economía familiar está resuelta.
Pasaron tres años desde su llegada a Europa. Es junio de 2010. Angelito tiene 22 años. Ganó tres títulos con Benfica, un Campeonato del Mundo con la Selección Argentina Sub-20 en Canadá y una medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de Pekín. Terminó su participación en el Mundial de Sudáfrica, la rompió toda, a pesar que el combinado nacional fue eliminado en cuartos de final.
Real Madrid lo observó y le reservó una habitación en la Casa Blanca. Le costó 25 millones de euros. Dieciséis años atrás hacía goles con la naranja de El Torito, ahora los hará con la blanca inmaculada del equipo español.
Ciento noventa partidos, seis títulos (con Champions League incluida, en la que fue una pieza clave durante la final ante Atlético Madrid en 2014) y 36 tantos después se va del Merengue. Llega al Mundial de ese año, en Brasil, como una de las figuras argentinas.
El sabor amargo de la final perdida ante Alemania y el desgarro que le impidió jugar a partir de semifinales, no le quitan la alegría de ser transferido por cuarta vez. Manchester United lo compra en 75 millones de euros.
En el equipo inglés no puede demostrar toda su capacidad. Solo una temporada dura su excursión, sin trofeos ni gloria, pero el fútbol le tenía una revancha.
En agosto de 2015 llega a París Saint Germain, esta vez a cambio de 63 millones de euros. Allí lleva cinco temporadas, en las que logró, hasta el momento, 16 títulos oficiales, entre ligas y diversas copas nacionales.
Aquel niño de seis años ya tiene 32. Lejanos quedaron aquellos tiempos de las changas en la carbonería de su papá, de valer 26 pelotas y hacer goles en El Torito. Frente a Bayern Munich por la final de la Champions League, Ángel Di María, ese mismo que jugaba en el barrio El Churrasco con sus amigos, está ante la posibilidad de agigantar su leyenda.
Fuente: Noticias Al Ángulo