Desde 1989 no sucede que las urnas se abran con una inflación de tres dígitos. Y es la primera vez que a un gobierno se le ocurre, en ese contexto, proponer como candidato principal al ministro de Economía.
El único antecedente, apenas similar, fue el del radical Juan Carlos Pugliese, ministro de Economía del presidente Raúl Alfonsín durante la derrota electoral de 1989, y pese a ello candidato a gobernador de Buenos Aires en 1991. En la elección presidencial se impuso Carlos Menem. En la provincial, Eduardo Duhalde duplicó el porcentaje de votos de Pugliese. Las urnas -no sólo los mercados- le respondieron con el bolsillo.
Si además en la elección de hoy estuviese en juego la racionalidad del voto que ya se expresó en las legislativas de 2021, ninguno de los argumentos que entonces castigaron al oficialismo por el deterioro económico se ha revertido. Por el contrario, se han agravado, y la candidatura de Massa representa la continuidad de esa política. Imposible para un oficialismo ofrecer mayor nitidez.
Pero la linealidad de esta lectura no sería del todo acertada. Buena parte de la confusión se explica por el inextricable laberinto de disfuncionalidades institucionales que todavía mantienen a las Paso en pie. Las primarias con voto compulsivo han instaurado un sistema electoral presidencial de triple vuelta particularmente intrincado. Viene combinado con un calendario electoral escalonado, con fechas discrecionales a elección del gobernante local de turno; el sistema de voto con la vieja boleta sábana que la mayoría de los caudillos provinciales se negó a cambiar por boleta única, y el curioso método de balotaje a medida que eligió la última Convención Nacional Constituyente.
Para cualquier oficialismo nacional, el sistema vigente puede estirar el plazo de expectativa para una definición sobre continuidad o cambio. Incluso en las Paso más recordadas por su efecto económico, las de agosto de 2019, la confirmación definitiva del nuevo diseño institucional recién se produjo en la primera vuelta.
Pero es justamente ese antecedente el que agrega incertidumbre a los resultados de esta noche. En un contexto económico inflacionario menos acentuado que el de hoy, pero con expectativas políticas abiertas como las de hoy, las Paso de agosto de 2019 provocaron la mayor caída bursátil de la que tenga memoria la historia argentina reciente, con un derrumbe del 48% -en dólares- del índice promedio de los activos.
Nominales en crisis
Massa no pudo detener en esta última semana una corrida cambiaria que estacionó al dólar en el piso de los 600 pesos. Con ese dólar, todo ingreso fijo se estrella contra el fin de la nominalidad. Nada tiene el valor que dice tener. En especial los planes sociales, jubilaciones y salarios de los estratos más bajos. Para evitarlo, Massa cerró una conversación precaria con los técnicos del FMI que sólo pospuso la discusión de futuros desembolsos. Al mismo tiempo relajó políticas monetarias y fiscales hasta generar un déficit de financiamiento exterior estimado para este año en 16.000 millones de dólares. Cristina Kirchner diría: tierra arrasada.
En 2019, la certeza del regreso del kirchnerismo detonó los mercados. Al ministro Massa podría favorecerlo que los mercados lean mañana la cercanía de un cambio. Trabaja como candidato para que no ocurra. El diseño de las Paso complica más las cosas, porque habilita dos lecturas potenciales: cómo le va a cada coalición y qué resultado obtiene cada candidato en particular. El enigma del ausentismo agrega un condimento: la política en su conjunto venía defendiendo a las Paso por su condición de encuesta irrefutable. Si la abstención es alta, tampoco serán eso.
En ese combinado explosivo de incertidumbres, hay señales que podrían inducir, sino a conclusiones, al menos a suspicacias. Cristina Kirchner consumó una doble deserción. Se borró como candidata y tampoco hizo campaña para su candidato. Cristina ha dado muestras reiteradas de elegir mal a sus candidatos, tanto como de fugarse oportunamente cuando comete un error.
La complejidad de los resultados de hoy se incrementa porque también se juegan nuevos diseños para la política territorial. No es sólo la lectura del voto por distritos. Es también el juego cruzado entre los territorios y los aparatos. Sólo a modo de ejemplo asoma La Matanza donde se disputan el poder territorial dos aparatos presupuestarios: el del intendente Fernando Espinoza y el del Movimiento Evita. El territorio piquetero creció en estructura y financiamiento como para desafiar liderazgos en la provincia de Buenos Aires y poner en carrera un candidato presidencial, Juan Grabois.
Esta novedad conecta con un dato central de estas primarias: la desaparición simultánea de los anclajes que caracterizaron las dos últimas elecciones presidenciales. No estarán nítidas como entonces las divisorias de aguas que aparecían en torno a Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Aunque hoy se definiera la preferencia elemental por la continuidad o el cambio, todavía resta conocer quién en verdad expresa una cosa o la otra.
La principal oposición difirió hasta hoy el debate de lo que entiende por el cambio. No tanto en términos de la matriz económica que implica, sino de la estrategia de acumulación política para su viabilidad. Si ese debate se hubiese saldado tras el triunfo de 2021, la incertidumbre sería menor. En los hechos, esa indefinición se postergó hasta el punto que ni siquiera en la ciudad de Buenos Aires se sabe si sobrevivirá el macrismo original.
Todas estas incertezas se potenciaron sobre el cierre de la campaña con casos de inseguridad gravísimos, como el de la niña Morena Domínguez. A veces la moneda, que en una elección vuela en el aire, cae mostrando la cara de la crisis económica. A veces mostrando la cruz de la crisis social.
Pero es la misma moneda, por eso son determinantes los comicios de hoy.