En 2016 el convento de carmelitas descalzas en Nogoyá fue noticia luego de que un informe de Periodismo para Todos develara las torturas a las que eran sometidas las monjas que formaban parte de la comunidad. Ahora se conoció la novedad de que Luisa Toledo, conocida como la hermana “María Isabel”, fue sentenciada a tres años de cárcel por privación ilegítima de la libertad, uso de violencia y amenazas.
Silvia Albarenque fue una de las exmonjas del lugar que en 2016 denunció y dio detalles de lo que ocurría puertas adentro, en ese momento lo hizo de manera anónima sin dar su nombre ni exhibir su rostro. Hoy, ya con la sentencia firme a Toledo, la víctima habló con TN y brindó detalles de los años de infierno que vivió en el interior del convento.
El fallo
El Tribunal de la Sala I de la Cámara de Casación Penal, integrado por las juezas Marcela Davite y Marcela Badano y el juez Hugo Perotti, confirmó la sentencia de tres años de prisión efectiva para Luisa Toledo por el delito de privación ilegítima de la libertad doblemente calificada por uso de violencia y amenazas. La madre superiora deberá cumplir la condena en la Unidad Penal Nº 6 de Paraná.
El horror en primera persona
Para Toledo, la condena “es muy sanadora”, pese a que “puede parecer poco en cuanto al tiempo de condena, porque el daño que esta mujer hizo fue muy grande. Y lo hizo con varias, no lo hizo solo conmigo”.
“La defensa se fundamentó mucho en que lo que hacía esta mujer (Toledo) estaba dentro de las reglas, en que eran cosas permitidas por la Iglesia. Pero la verdad es que extralimitó todo para fomentar miedo, manejarnos, dominarnos y someternos”, relató la víctima.
En 2016, al momento de denunciar los hechos, Albarenque tenía 34 años y había ingresado al monasterio a los 18; llevaba 10 soportando el martirio ideado por Toledo.
Las monjas del convento eran sometidas a diferentes torturas, según el propio relato de Albarenque, junto a sus compañeras eran expuestas al frío, pasaban días enteros encerradas en celdas y podían estar una semana amordazadas. Les hacían bajarse la ropa interior y darse latigazos en las nalgas. También eran obligadas a hacer la señal de la cruz con la lengua en el piso. “Pero el peor castigo era la tortura psicológica”, relató.
“El látigo es una especie de flagelo que se hace con cuerdas, se lo pasa por cera derretida y se lo deja secar para que pegue más duro. Nos autoflagelábamos y nos pegábamos en las nalgas”, contó en 2016.
Tras denunciar los hechos y de que la verdad salga a la luz, Albarenque seguía yendo a misa, “pero llegó un momento en que la rectitud con la quise seguir obrando en mi vida me interpeló”, contó y agregó: “no pude seguir soportando casos de abusos y que las jerarquías de la Iglesia no hagan nada. A mí me liberó alejarme de la Iglesia”.
“A mí dentro de la Iglesia me hicieron sentir muy culpable por hablar con la prensa. Me infundían mucha culpa por haber hablado, aun teniendo la tranquilidad de estar diciendo la verdad”, reveló. Y sostuvo que “cuando me enteré del caso de los chicos abusados en el Instituto Próvolo, ahí dije “a esta institución no pertenezco más’.