Después de 40 años de la guerra de Malvinas, dos veteranos juninenses brindaron sus testimonios. Armando Andino fue camillero y realizó controles de calidad del combustible de los aviones, mientras que Daniel Araya fue tripulante del Ara Belgrano, buque hundido el 2 de mayo de 1982.
Ambos coinciden en que, luego del conflicto, fueron olvidados; no se los reconoció plenamente ni obtuvieron la ayuda que les habían prometido.
Destacaron la profesionalidad y la importancia del trabajo en equipo en aquellos días, recordaron los días de tristeza posteriores a la guerra y desean cerrar esa etapa de dolor para siempre.
Armando Andino, ex camillero y asistente en el control de calidad de combustible en San Julián
Tenía 27 años, estaba por recibirse de bioquímico, estaba casado y esperando un hijo. Había pedido una prórroga por estudio, pero “como me faltaban pocas materias para recibirme, me destinaron a sanidad, como camillero, en BAM San Julián (Base Aérea Militar)”, comenzó Armando.
“Me encontraron los hechos de Malvinas en abril”, recordó. El viaje de Mendoza a San Julián fue el 10 de abril.
A los pocos días, lo designaron asistente del primer teniente bioquímico y, junto con el suboficial Acevedo, realizaban el control de calidad del combustible para los aviones de combate.
Estaban en un hospital alternativo, el principal estaba en Comodoro Rivadavia. “Atendimos cuestiones menores de compañeros, como heridas pequeñas o problemas respiratorios”, comentó.
Armando habló con Vía Mendoza desde San Julián, lugar que no pisaba desde hace 40 años, desde el día que lo dejó con la esperanza de regresar a casa. Sorprendido, comentó que el hospital “ha cambiado muchísimo, se amplió y se ha modernizado”.
Recordó que en medio de la guerra tuvo la oportunidad de hacerse muy amigo de Omar Jesús Castillo, primer teniente piloto de A4. Él murió en el Ataque al Invencible, “nunca reconocido por los ingleses”, aseguró.
En el intento de hundir al portaavión insignia de los ingleses, “murió mi amigo, me enteré por las comunicaciones en la base”. Armando recuerda que “fue muy doloroso; y con el tiempo lo pensé, explotaron en el aire”.
“Quiero ponerle relieve a la profesionalidad de los pilotos argentinos, que fueron capaces de hacer lo que no se ha hecho en otras guerras”, opinó. También destacó que gracias al trabajo en equipo, se pudo hacer todo “de la mejor manera posible”.
Recordó que él debía sacar muestras del combustible de los camiones que llegaban a la base para realizar el control de calidad, informarle al suboficial y luego se podía cargar en los tanques, “lo que era una gran responsabilidad”.
Regresando de la guerra “hubo un tiempo que no quería hablar, estaba mal”, rememoró. Contó que en la noche se despertaba si sonaba alguna alarma o sirena. Al pasar los años, “eso desapareció, pero no quería saber del tema”.
Armando considera que no han sido totalmente reconocidos. “En el levantamiento de caras pintadas se nos dejó de lado y habíamos jurado defender la patria, si era necesario hasta perder la vida”, indicó.
Armando volvió, con su esposa, después de 40 años, al lugar en el que pasó días de soledad.
Está jubilado, luego de haber hecho docencia secundaria y universitaria, y prometió regresar para llevar una placa en agradecimiento al pueblo: “Por cómo nos trató en aquel entonces”, argumentó.
“Llegar a San Julián me ha servido para cerrar parte de mi historia personal y para cerrar esa pequeña herida en el alma, fundamentalmente por la desmalvinización”, confesó con emoción.
Armando llamaba a su esposa todos los domingos, desde la torre de control. Un sábado de Malvinas, les avisaron que dos de los cuatro camilleros debían ir a las Islas, a reemplazar a otros que habían muerto, e iban a hacer un sorteo por la noche.
“Me comuniqué con mi esposa y no podía darle la noticia, tampoco podía cortarle y cuando lo hice se me corrieron las lágrimas, porque quizás nunca la volvería a ver, ni conocería a mi hijo”, rememoró.
Luego de unos minutos, un compañero le contó que llevarían a soldados de Comodoro Rivadavia. “Este año, ese niño cumple 40 años y hoy cuando vimos la torre con mi esposa, nos emocionamos los dos”.
Daniel Araya, superviviente del Ara Belgrano
Tenía 25 años y había estudiado en la Escuela de Suboficiales de la Armada. “Yo fui tripulante del crucero Ara Belgrano, me tocó estár en el buque”, inició el ex cabo primero retirado de la Armada Argentina, Daniel Araya.
“El 12 de abril fuimos a Usuahia, luego a la Isla de los Estados y luego al encuentro con unas fragatas”, pero “nos encontró el submarino Conqueror y nos disparó dos torpedos, por lo que quedamos fuera de combate y el comandante ordenó el desembarco”, continuó.
Cuando reventó el torpedo, “murieron 123 personas, quemadas por el petróleo” contó. Además “hubo heridos con quemaduras graves”. Asegura que a él no le pasó nada porque estaba en la cubierta principal.
“Bajamos a las balsas, fue bastante difícil. Empezó a llover y las olas se levantaron de entre seis a diez metros porque el viento era muy fuerte”, recordó Daniel.
El ex combatiente aseguró: “Estábamos preparados, pero no teníamos luz y las temperaturas eran de diez grados bajo cero”.
Afirma que pudieron sobrevivir porque no llevaban heridos y que “fue uno de los desembarcos más perfectos que ha habido en todas las guerras”.
“Cuando me rescataron, por la madrugada, después de dos días, casi congelado; me subieron al buque y me dieron calor”, detalló.
Desde el Puerto de Belgrano, lo trasladaron al hospital, le dieron licencia por 15 días y lo enviaron a la Escuela de guerra en Buenos Aires. “A la Isla no pude volver más”, comentó.
Daniel también recuerda el calor del pueblo de Usuahia y en su provincia y ciudad, Mendoza y Junín. “El pueblo estuvo con nosotros, en Bahía Blanca las calles estaban llenas, y en Mendoza la policía nos escoltó hasta la terminal, que era un mundo de gente”.
Lo primero que hizo al bajar fue abrazar a su familia. “Cuando llegué a casa, el intendente vino a visitarme”, comentó a Vía Mendoza.
“Sentí el reconocimiento”, pero “cuando terminó Malvinas vino la tristeza más grande para los veteranos”, confesó.
“Nos cerraron todas las puertas, comenzaron los problemas psicológicos y no nos atendían en los hospitales; tampoco teníamos trabajo”, recordó con angustia.
“Muchos compañeros murieron en la soledad porque fueron olvidados por la familia, por los amigos y por las Fuerzas Armadas”, reforzó.
Daniel afirma que estuvieron tapados y olvidados por diez años. “Yo estudié y tuve el mejor promedio, conocí 14 países, lo logré, pero fui veterano y me sacaron todo”, dijo.
Cuenta que hace tres años no pertenece a las asociaciones pero da conferencias sobre lo sucedido el 2 de mayo con el hundimiento del crucero Ara Belgrano.
Daniel cuenta que tiene una esposa y una familia que lo supo sostener y ayudar. Tiene tres hijos, es abuelo y vive en Guaymallén. “Tengo todo lo que siempre quise”, sostuvo.
Sin embargo, aquellos días le quedaron anclados y expresa con dolor: ”Alla donde el sol no se deja ver muy a menudo, donde el viento se convierte en una triste melodía de amor, a un metro y medio están los cuerpos de aquellos jóvenes valientes que murieron junto a sus sueños”.