El fiscal Gustavo Pirrello explicó ayer que la causa todavía no fue caratulada como femicidio y dio detalles macabros de un crimen a sangre fría: la víctima murió después de recibir "dos disparos en la cabeza: uno en la sien y otro en la nuca".
De acuerdo a lo que surgió en la investigación, su esposo, Roberto Audano, la había acompañado al oculista y después fueron juntos hasta un camping del dique Cipoletti con la excusa de ver un terreno. Entonces le disparó y puso en marcha su plan.
Guardó el cuerpo de su esposa en una bolsa de dormir y lo cubrió con una carpa. Le puso precintos en los pies y en las manos y lo ató con cadenas y sogas a un balde de cemento. Después, indicó el fiscal, Audano compró dos cubiertas, las infló y se fue a Potrerillos, donde se puso un chaleco salvavidas, dejó una linterna en la orilla para ubicarse y nadó unos 30 o 40 metros con el cuerpo atado a las cubiertas.
"Cortó la soga y el cuerpo se hundió porque le había atado un balde con cemento. Luego nadó de regreso guiándose por la luz de la linterna", indicó el fiscal y destacó además que requirió de un gran esfuerzo físico para un hombre de 70 años. Aún así, lo que había planificado como un crimen perfecto se frustró por el peso de las pruebas y el pasado 6 de marzo, acorralado, terminó confesando.
Pirrello explicó que -por el momento- la calificación es de homicidio agravado por el vínculo. "No toda muerte de un hombre a una mujer, por más que sean pareja, configura un caso de femicidio", explicó y señaló: "Para poder acreditar el femicidio tenemos que tener acreditado en el expediente una situación de violencia intrafamiliar".