Este miércoles se cumplen 50 años de una de las fotografías más icónicas de la historia de la humanidad, aquella que fue tomada a una niña vietnamita huyendo con terror de los estragos de la guerra entre los Estados Unidos y Vietnam.
La protagonista de la imagen, Kim Phuc, recuerda aún aquel momento que padeció y del cual pudo sobrevivir: “Si tuviera el poder de volver atrás, borraría esa secuencia y elegiría la vida de una niña normal”.
La fotografía más icónica de la guerra de Vietnam
Pasaron 50 años, pero resulta imposible no conmoverse con la imagen. La niña llorando, corriendo desnuda, huyendo de los soldados norteamericanos que invadían el país del sudeste asiático.
Si hay imágenes que valen más que 1.000 palabras, seguramente esta sea una de ellas. El sufrimiento de esa infanta, Kim Phuc, queda totalmente plasmado en la fotografía.
Así, “la niña del napalm”, actualmente tiene 59 años. Pero su foto, tomada el 8 de junio de 1972, pasó a la historia y fue uno de los factores que hizo que se precipitara la caída de Estados Unidos en la contienda bélica.
En la actualidad, Kim Phuc se halla en la ciudad de Nueva York y a su vez se encuentra con el fotógrafo de aquella imagen, Nick Ut, que para aquellos años trabajaba para la agencia de noticias AP.
Cabe destacar que la mujer, en ese momento una niña, presentaba quemaduras, por la que Ut no solo la fotografió, sino que además la acompañó a un hospital para que le curen las heridas.
La propia Phuc relata sobre la guerra: “No hay guerra justa, toda guerra es un error, consiste en matar gente, hacer sufrir a la gente (...) Se me rompe el corazón solo de pensar en todos los que murieron a mi lado, y ahora que se repita eso (en referencia al conflicto entre Rusia y Ucrania)... Tengo que decirlo: ¡No más guerras, no más muertes!”.
Tanto esta mujer como el fotógrafo pasaron gran cantidad de años de su adultez contando las dolencias y perversidades de la guerra y juntos crearon una Fundación Internacional “Kim Phuc” con el objetivo de sanar a niños víctimas de conflictos y huérfanos.
Hoy día, esta mujer es abuela y si bien no llegó a titularse como médica, relata: “he conseguido llenar mis sueños de algún modo, no sanando a uno por uno, sino contando mi historia y ayudando a aliviar otros dolores, tanto físicos como emocionales”.
Y a su vez confiesa que, en un principio, odiaba verse reconocida por esa foto: “Pensaba: ¿por qué me fotografiaron así? Era una niña desnuda que huía, fea, avergonzada... Sin embargo, ahora lo agradezco: Fue un poder que me fue dado, el de cambiar mi vida. Mírame: nunca pensé que sería una Embajadora de Buena Voluntad (Unesco) o que me recibiría el Papa en Roma”.
Así, ella siente que tiene “un deber” de “contar la verdad de lo que está pasando y mostrar a las nuevas generaciones las consecuencias de todas las guerras”. Sin dudas, toda una historia de superación que conmueve.