Una nueva problemática desembarcó en las escuelas de todo el país. No hay distinción entre la pública y la privada. Tampoco entre primero o quinto año. Son cada vez más los jóvenes, (mayoritariamente varones), quienes desean ganar plata “fácil” y “rápido” mientras terminan sus estudios.
No ven ningún peligro en esta práctica, sin embargo, la ludopatía digital se empieza a configurar como una de las principales adicciones de esta generación.
Con la pandemia y la revolución de la tecnología que le siguió, adaptando la presencialidad a los teléfonos y computadoras, llegaron los criptocasinos, las apuestas deportivas y las inversiones en la bolsa desde cualquier parte del mundo.
Influencers y deportistas hacen publicidad para estos sitios, incitando a los adolescentes a sumarse. Sin ir más lejos, en la remera oficial de Boca Juniors se puede ver bien grande el logo de “Betsson”, uno de los casinos online más famosos de internet.
“Jugá desde donde quieras”, invita la empresa. Y ese “donde quieras” pasó a ser el patio del colegio, la casa de un amigo, la fila del boliche e incluso el aula.
Docentes cuentan que mientras dan clases ven a algunos alumnos hipnotizados con el teléfono. Pero no tienen abierto Twitter, Instagram o TikTok. Tampoco mandan mensajes por What’sApp. A veces tienen caras contentas, pero muchas otras veces, hay llantos y malhumor.
“Perdí 3.000 pesos”, “perdí 10.000 pesos”, “Vamos profe, gané”, dicen en voz alta.
Las alarmas se encienden y las autoridades de las escuelas comienzan a hacerse preguntas: ¿Cómo pueden apostar si son menores de edad? ¿De dónde viene la plata? ¿Cómo poner límites si el celular ya es una extensión más de sus cuerpos?
Los estudiantes reciben una mensualidad de sus padres, que muchas veces es transferida a sus cuentas personales de Mercado Pago. Allí, los intereses de la app, hace que esa plata aumente. Pero la entrada de pesos no termina ahí.
Muchos jóvenes están permitiendo que empresas virtuales les escaneen su iris a cambio de criptomonedas o crean diseños en canva.com y reciben dólares si otros usuarios se los compran. Así, logran un ingreso extra por fuera del que poseen de sus familias, lo que dificulta que los padres tengan un control estricto.
Luego, se crean perfiles falsos dentro de las aplicaciones de apuestas online y la cuenta bancaria a la que está asociada (que tiene que ser la de un mayor de edad) es la de una especie de “dealer” que presta esos servicios, cobrando una pequeña comisión. Si los chicos ganan, les da la plata. Si los jóvenes pierden, tienen que pagarle.
Cómo frenar las apuestas online en adolescentes
La presencia de teléfonos celulares en la escuela no es solo un factor distractivo durante las clases. Su uso abre las puertas a otras problemáticas como el aumento de las apuestas online.
Docentes y escuelas están pensando en implementar una restricción del uso de celulares instalando inhibidores de señal que bloquearían la posibilidad de entrar a estas aplicaciones.
Pero esta medida no es sencilla, ya que, los estudiantes en alguna materia necesitan el acceso a los campus virtuales desde sus celulares y computadoras para leer apuntes, sabiendo que muchas familias no pueden pagar la impresión de los mismos en medio de la crisis económica que azota al país.
La prohibición de celulares o la inhibición de señal, sería en las horas de clase, pero también en el recreo. Sin embargo, saben que cuando abandonan la institución, en sus casas también pueden seguir apostando.
Es por eso, que docentes y autoridades están convocando a los padres para pedirles que tengan un control sobre las transferencias que se realizan desde las cuentas de Mercado Pago de los alumnos.
Las familias podrían identificar de esta forma los montos que sean grandes y los alias que no reconozcan, para poder detectar a tiempo si alguno de estos “dealers de las apuestas” entró en contacto con el joven.
Además, centros de estudiantes y docentes están realizando talleres de prevención y charlas para abordar la problemática desde distintas materias y así informar a los jóvenes sobre el peligro de esta práctica, que se vuelve una adicción.