Artista, cantante lírico, mediático, visionario, animador cultural... Ese fue Federico Klemm, quien aportó frescura y atrevimiento al invadir la escena mediática con arte a partir de su recordado programa El banquete telemático con el que pegó el salto a la fama al mostrar su práctica artística relacionada al glamour. Y esa cabellera rubia y su histrionismo lo volvieron aún más reconocido y singular.
Klemm nació en Checoslovaquia en 1942 en una familia donde su padre, de fuerte carácter, consideraba que el arte era una forma de separarlos, según palabras del propio Federico. Así que trabajaba de día en la empresa industrial química de su familia y durante la noche aprovechaba para pintar a escondidas.
La familia Klemm estaba radicada en Praga y tuvieron que irse de su país de origen para huir del comunismo durante la Segunda Guerra Mundial. Federico, pese a padecer escarlatina -enfermedad infecciosa producida por la bacteria estreptococo- en aquel entonces, tuvo que guardar fuerzas para llegar a Suiza, desde donde llegaron a Buenos Aires en 1948.
Apenas arribaron la Argentina, su mamá, Rosita Merecek, lo llevaba siempre al Teatro Colón y a distintas exposiciones, fomentando el amor por el arte que ya llevaba su hijo Federico.
Eso explica su iniciativa en 1994 cuando mostró el arte de una manera diferente en el Canal Arte. Junto al crítico fallecido "Charlie" Espartaco, se lo podía ver en la pantalla chica con un look muy poco frecuente para esa época y en un set distinguido con un decorado y una ambientación muy particular.
"El propio Klemm era la obra. Lo más interesante fue mostrar su personalidad en televisión", manifiesta en diálogo con ViaDocumentos su amiga Marta Minujín, quien lo considera "el primer mediático".
"Era amigable y muy buena persona. Fue su programa por sobre todo, pero por otra parte era todo un artista como creador visual", agrega Minujín sobre el hombre que hizo del arte un show mediático.
Tal era el afecto que unía a Marta con Federico que en el museo Klemm, ubicado en el barrio porteño de Recoleta e inaugurado en marzo de 1992, se puede apreciar una serigrafía sobre óleo que le regaló su amiga, de la serie Frozen erotism de 1976.
En febrero del 2002, Klemm brindó una de las últimas notas televisivas. El periodista que estuvo con el artista en esa oportunidad, Hernán Melicchio, en ese entonces notero del programa Rumores de Carlos Monti y Susana Roccasalvo, cuenta los pormenores de aquel encuentro en la playa Bristol de Mar del Plata.
"Fue maravilloso. El tipo era un loco lindo, hacía mucho calor ese día, y se puso en pantalón corto y en cuero pese a ser una celebridad", revela Hernán.
En esa búsqueda por inmortalizar su arte, el personaje de Klemm es aún recordado y representado en la fundación a su nombre en Marcelo Torcuato de Alvear 628, en un espacio que no tiene nada que envidiarle a los museos europeos. Allí está expuesta su colección de obras maestras y posan los premios que llevan su nombre.
Hay obras del ícono estadounidense Andy Warhol y del argentino Roberto Aizenberg, piezas cerámicas de Pablo Picasso, una Venus Azul de Yves Klein (la única en Latinoamérica) y está repleto de retratos de Federico Klemm realizados por distintos artistas como Mariette Lydis.
Además, ese espacio tiene un salón privado que parece la habitación de un rey: hay muchas cosas de su casa familiar -French 2825-, un Salvador Dalí, un sofá de la soprano griega Maria Callas, columnas y muebles diseñados por Klemm y hay un retrato del artista checoslovaco hecho por Marcos López que se roba todas las miradas al entrar a ese cuarto.
Su amigo Fernando Ezpeleta, quien trabaja en la fundación y conoce a Federico desde los 15 años, cuenta que Klemm "armó este proyecto por su voluntad, mandato y organización".
El museo, que tiene entrada libre y gratuita, cuenta con una sala dedicada a la restauración de piezas a cargo de Mariana, quien realiza un trabajo de hormiga para que las obras estén aptas para su potencial exposición.
"Era muy generoso", recuerda Fernando, quien destaca que Klemm dejó la indicación de que, una vez que la fundación se quede sin recursos para solventar sus actividades, quedara como patrimonio para el país.
En febrero de 2002, su casa de Recoleta se incendió por un descuido de una empleada doméstica e hizo que se perdieran muchas de sus pinturas. Pero el golpe fue mayor cuando se enteró que su perro y compañero Olaf murió entre las llamas.
Nueve meses después, el 27 de noviembre de 2002, Klemm falleció por una neumonía, por la que estuvo internado 40 días en el Hospital Alemán de Buenos Aires. No obstante y pese a su ausencia física, su legado y ese desparpajo para explicar el arte quedaron inmortalizados.