Por Natalia Lazzarini
Es un caluroso mediodía de septiembre en barrio Los Pinos y dos alumnos de sexto grado de la escuela Antártida Argentina levantan la mano con insistencia. Hace un rato, la bioquímica especialista en microbiología Gabriela Paraje ha demostrado cómo usar una lupa y ahora pregunta cuántos de la clase querrán ser científicos en el futuro. Una vez constatada la respuesta, las maestras habilitan las preguntas.
¿Por qué decidiste ser científica? ¿Qué te inspira? ¿Cómo lograste convertirte en investigadora? Así, con la frescura que otorga la niñez, los alumnos desmitifican la ciencia y algunos sueñan con hacer carrera en el maravilloso mundo de la experimentación. Este es el sexto colegio que en el año participa del programa "Los Científicos van a las Escuelas", organizado por la Universidad Nacional de Córdoba y el Ministerio de Educación provincial.
"Desde chica me gustaba detectar cosas pequeñas, de esas que no se ven tan simple a los ojos. También disfrutaba mezclar un color con otro, calentar cosas, experimentar. Nací en un pueblito llamado Balnearia y a los 17 años me vine a Córdoba para estudiar. Gracias a mis papás, que trabajaron mucho, pude terminar la carrera", comenta la investigadora.
El sol pega de lleno en la ventana y entonces el aula –forrada de afiches que muestran virus y bacterias– levanta temperatura.
Gabriela está sentada en una silla frente a la clase que escucha con atención, mientras los chicos se asombran al descubrir que los científicos no son esos locos de pelos parados y tubos de ensayo efervescentes que se ven por televisión. Que pueden tener la edad de sus padres, y entonces la ciencia resulta más familiar.
Con la ayuda de sus manos, que refuerzan las palabras, Gabriela narra la historia de Luis Pasteur, científico francés y descubridor del primer antibiótico: –Una de las historias cuenta que Pasteur se había ido de vacaciones a la playa con su mujer. Cuando volvió, vio que las placas de su microscopio estaban contaminadas. Resultó ser un hongo, que mataba las bacterias, y por ese experimento se ganó el Premio Nobel –dice Gabriela.
–Pero entonces, seño, el premio también se lo ganó su mujer –contestó una alumna y, por la ternura del comentario, las maestras se largaron a reír.
En puntas de pie. Los 394 alumnos de la escuela Antártida Argentina refuerzan en jornada extendida el estudio de la ciencia, que dictan las maestras Margarita Pedrola (seño Gary), Miriam Arce y Noemí Castro. A través de juegos, como sales de baño y un bingo con los elementos de la tabla periódica, ingresan en puntas de pie al enorme mundo de la microbiología.
Ahora saldrán a medir bacterias, con la lupa y microscopio de su laboratorio móvil, en distintas partes de la escuela. Cazarán la escherichia coli, causante del peligroso "mal de la carne cruda".
Este programa oficial incluye la visita de los estudiantes al laboratorio de los científicos y a las aulas que, según explica Gabriela, tienen forma de anfiteatro y, según reconoce el alumno Emiliano, se parecen al de la peli del Hombre Araña.
Los pelos de Vicky. Toca el turno de experimentar con el microscopio. Sol y Martina se acercan para ver un bicho de cerca y un compañero pregunta si araña es hombre o varón.
Mientas ajustan el lente para ver en detalle, Gabriela explica que existen bacterias buenas y malas. Que las primeras se encuentran en el pan, el yogurt y la cerveza. Que las segundas deben asilarse y estudiar, porque nos enferman. Alguien pregunta por la vestimenta que usan los científicos y Gabriela responde: –Usamos guardapolvo y guantes. Barbijos, cuando trabajamos con bacterias; gafas, cuando usamos solventes. Si recurrimos al fuego para matar esas bacterias, entonces nos atamos el pelo para no quemarnos.
–Sí, seño –contesta un alumno–. Si no te va a pasar como a Vicky Xipolitakis, que se quemó en una peluquería de Miami.
Las risas hacen eco una vez más en el aula y entonces los grandes celebramos esas ocurrencias. Bienvenidos sean el Hombre Araña, Vicky Xipolitakis y la esposa de Luis Pasteur si a la larga todos ayudan a acortar distancias, a acercar el mundo de la ciencia, en apariencias tan lejano.
Bienvenidos sean si ayudan a soñar. Algún día estos niños también serán protagonistas de grandes hazañas y descubrimientos.