Hace tan solo una hora que el buque, con gran pompa y algarabía, partió hacia su destino.
Todavía se apreciaba la costa, cuando los maquinistas comprueban que una pequeña fisura deja entrar agua a la sala de máquinas. Advertido el capitán y frente a la duda de regresar o de continuar mediante una reparación “casera”, se decidió por lo último. Obviamente, el capitán no quería sufrir el bochorno de un regreso a poco de salir, pese a contar con los recursos necesarios en el puerto para remediar definitivamente el problema. Como si nada hubiese sucedido.
Dispone, entonces, quitar el dispositivo que ahorra combustible y con éste, en una suerte de tapón, impedir la entrada de agua. Después de unas horas de viaje, el indicador muestra que el combustible no va a alcanzar para llegar a destino, por lo que decide aminorar la marcha. De repente, el mar se embravece, pero los motores no pueden acelerarse para no gastar más combustible y así el buque comienza a perder estabilidad. Los pasajeros y la tripulación dejan de confiar en las palabras del capitán, que trata de calmar los ánimos. Y el pánico se expande.
Las líneas precedentes tratan de graficar cómo es la política económica actual donde la credulidad está en el banquillo de los acusados.
Luego de meses de parches y arreglos provisorios, el mercado cambiario se resquebraja. Hoy el país enfrenta olas de gran tamaño. Y el combustible es escaso. El Banco Central se halla en situación de fragilidad por la falta de reservas. Por eso, ha dispuesto que los bancos reduzcan la Posición Global Neta (PGN) de moneda extranjera del 4% al 0%. Ello obliga a la mayoría de las entidades a venderle sus dólares. También, se ha prohibido la venta en cuotas de servicios turísticos y pasajes al exterior.
El miedo se acentúa. Y se expande.
Resulta increíble que suceda algo así en un año y en un momento excepcional por la entrada de divisas provenientes de la actividad agrícola.
El agro aportó cerca de USD 11 mil millones de dólares en los primeros diez meses de año por encima de lo hecho en el mismo período de 2020. Entre enero y octubre pasado, en concepto de exportación de cereales, oleaginosas y subproductos, trajo alrededor de USD34 mil millones, cerca de un 45% más que en el mismo lapso del año anterior. Impresionante… ¿no?
La paradoja se patentiza en el trigo. Desde el 14 de octubre pasado, por disposición oficial, la exportación tuvo que dejar de declarar ventas al exterior. Y el país necesita desesperadamente la entrada de dólares. Desde esa fecha, en el mercado de Kansas, las subas llegaron a más de USD 50 por tonelada.
Acaba de comenzar la cosecha de trigo y cebada, que ya cubriría cerca del 25% de la superficie. Y se estima que, en los próximos tres meses, la exportación de estos cereales y los correspondientes subproductos traerán cerca de USD 3 mil millones. Todo ello, en un mercado global que muestra una firme tendencia alcista en los precios de estos productos. Obviamente, factores como las lluvias en Australia y la magra condición de los cultivos de invierno en EE.UU. han hecho lo suyo.
Por ambos productos, es probable que las exportaciones alcancen un monto de USD 5 mil millones hasta noviembre de 2022.
En tanto el secretario de Comercio Exterior acaba de echar nafta sobre el fuego, al dejar abierta la posibilidad para una suba de los derechos de exportación. La obsesión por “desvincular” los precios locales de los internacionales sigue vigente. Pan para hoy, hambre para mañana.
Las autoridades no comprenden o no quieren comprender que la manera de cubrir las necesidades del mercado local y de promover el desarrollo está en las exportaciones.
A la larga, los parches solo sirven para acentuar el problema. Están dadas las oportunidades para mejorar el cuadro. Por favor, no las desperdiciemos.
Quizás la necesidad imperiosa de contar con más dólares haga que el Gobierno sea más racional.