El Zugzwang es una posición (propia del ajedrez y otros juegos pero que por analogía puede aplicarse a otras situaciones de la vida) en la que el jugador está obligado a jugar pero cualquier movimiento que haga empeora su situación. Lo ideal para él sería quedarse quieto o pasar, pero las reglas del juego lo obligan a ser protagonista y a generar y asumir su propia desgracia.
El Gobierno argentino se encuentra en este momento en una típica posición de Zugzwang y lo demuestra en cada uno de los campos de actividad.
Si continúa presionando a la justicia para liberar a Cristina Fernández de sus juicios, despertará aún más la ira ciudadana y terminará abroquelando al poder judicial en una actitud corporativa pero, si retrocede y permite la normal actividad judicial, la Vicepresidente terminará condenada y eso generará una crisis interna de incalculable gravedad.
En el campo financiero, si permitía que continuara la posibilidad de comprar la mínima cantidad de doscientos dólares por persona en pocos meses colapsarían las menguadas reservas del Banco Central pero al aumentar las restricciones del denominado "cepo al dólar" cerró la posibilidad de la llegada de dólares al sistema y sembró la desconfianza total en su equipo económico.
Ni que hablar del campo sanitario. Si el gobierno no habilita en su totalidad las actividades económicas la desocupación y los quebrantos empresariales amenazan con destruir lo que queda del aparato productivo y pone en jaque la recaudación impositiva, pero la epidemia de coronavirus sigue sumando contagios y defunciones y habría que reconocer un error en el manejo sanitario y la inutilidad de confinar inútilmente a la población durante seis meses. Como si evitando las palabras se hiciera desaparecer los hechos, el presidente dice que no hay cuarentena mientras sigue anunciando las restricciones a las más variadas actividades sean deportivas, educativas, religiosas y de toda índole.
Sería maravilloso que todas las cosas permanecieran inmóviles pero el gobernante debe gobernar, debe mover sus piezas y tomar decisiones aunque cada una de ellas lo ponga en una situación peor que la anterior.
Romper con sus bases o permitir que se destruya la propiedad privada haciendo caso omiso a las tomas de tierras. Pelearse con la oposición o negarse a despojar a la Ciudad Autónoma de los fondos coparticipables. Atacar a los productores agrícolas o desairar a su vicepresidente y jefa política. Los dilemas son múltiples y cotidianos y el presidente quisiera decir "yo paso" pero no puede. Así es el juego.
Si nos preguntamos cómo se llegó a esta situación, la respuesta no es complicada: Confluyeron el justicialismo de derecha con el kirchnerismo de izquierda más extrema, los movimientos sociales de raíz revolucionaria con la burguesía administrativa de los intendentes del conurbano, el federalismo de los caudillos provinciales con el centralismo cristinista.
Semejante modelo no podía dar otro resultado que una inmanejable sumatoria de voluntades e intereses dispersos que hace muy difícil constituir un equipo homogéneo capaz de conducir un país. Por eso, cada movimiento afecta a alguien y empeora la situación, en un escenario en que no suele haber ganadores y quienes más pierden somos los sufridos habitantes.