Tres anécdotas inolvidables que describen la vida política de Carlos Menem, quien falleció este domingo a los 90 años: sorprendió a Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro, reprimió sin dudar el último intento de golpe de Estado cuando llegaba George Bush y desarrolló un peculiar método riojano para ganar al golf. Un repaso por los highlights del exmandatario, que marcó una época de transformación en la década del ’90.
Con Perón
En 1964 Carlos Menem viajaba desde Buenos a Damasco, la capital de Siria, para visitar a sus padres. Hizo escala en Madrid y pidió una entrevista con Juan Domingo Perón, que estaba exiliado en España. José López Rega, “El Brujo” negó la audiencia con “El General” y Menem fue a visitar a su amigo Jorge Antonio para saludar y comentar que no pudo llegar a Puerta de Hierro.
Antonio era un empresario argentino con pasado opaco que pagaba las cuentas de Perón y tenía debilidad por Menem. Le dijo al dirigente riojano que se quedara un día más en Madrid, que le iba a conseguir la visita. “Vos sos peronista y árabe como yo. Vas a tener tu reunión con Perón”, le aseguró Antonio.
Al otro día, pese al desagrado de López Rega e Isabelita, Menem llegó a Puerta de Hierro y estuvo tres horas reunido con Perón. “El General” quedó encantado con quien sería el futuro Presidente y le pidió que lo vuelva a invitar. “Ese muchachito que estuvo conmigo, le dijo Perón a Antonio, me interesa hablar de nuevo con él. Tráigalo a su oficina”.
Antonio le avisó a Menem, y el novio de Zulema respondió fiel a su estilo: “Me quedo un año”. En Damasco ya lo estaban esperando sus padres. Menem se quedó dos días más en Madrid y pasó largas horas conversando. Cuando ya se había ido a Siria, Perón convocó a Antonio y le dijo: “Este muchacho tiene premio”.
Con George Bush
Terence Todman, entonces embajador norteamericano en la Argentina, era aliado político y amigo de Menem. Fue clave para que la Casa Rosada se acercara a la Casa Blanca y logró que George Bush, ex presidente de los Estados Unidos, realizara una visita oficial a Buenos Aires.
Menem deseaba la foto con Bush porque implicaba confirmar que estaba alineado con Washington y abandonaba su discurso geopolítico vinculado a Siria, Irán y Libia.
Dos días antes de la llegada de Bush a Buenos Aires, Mohamed Alí Seineldín, un coronel carapintada, y un grupo de sediciosos iniciaron un intento de golpe de Estado. A Menen no le sorprendió la jugada nacionalista y cuando supo que tenía el control absoluto de las Fuerzas Armadas, comunicó a Seineldín y sus oficiales que debían terminar la asonada.
El coronel carapintada rechazó la orden y exigió ciertas condiciones a cambio de finalizar el intento de golpe de Estado. Menem lo miró a Alberto Kohan, por entonces secretario General de la Presidencia, y le dijo: “Avisale a Seineldin que se rinda o bombardeamos”.
Cuando las maniobras de las tropas leales iniciaron la represión a los golpistas, Menem ya estaba en la Casa Rosada con la televisión encendida. Pidió un plato de frutas y ordenó que nadie lo molestara. Ni siquiera su hermano Eduardo, que era titular de la Cámara de Senadores. La puerta del despacho presidencial estaba cerrada del lado de adentro y nadie pudo entrar.
Fue un ejercicio de presidencialismo que mereció hasta los elogios de Raúl Alfonsín, que había fracasado en reprimir a los golpistas de Semana Santa de 1987. Bush aceptó volar a la Argentina pese al complejo clima político que se respiraba en Buenos Aires. El conflicto institucional duró 20 horas y murieron 13 personas.
Años más tarde, Menem recordó la crisis de Seineldín y la visita de Bush. “Me dijo que me felicitaba y yo cité a Maquiavelo: ‘El poder está para ejercerlo’”.
El truco del golf
A Menem no le gustaba perder a nada, y menos al golf. Aprendió de grande y no era hábil. Fue derrotado por empresarios, amigos, ministros y jefes de Estado que llegaban a la Argentina.
Un día, encontró la solución a sus derrotas en los links: hizo un agujero en el bolsillo del pantalón y colocó, sin que se cayera, una pelota de golf. El caddie estaba conjurado con el Presidente y cuando consideraba necesario ejecutaba la operación “ganar a toda costa”.
Todos los adversarios se dieron cuenta de que Menem se paraba en un lugar favorable para sus tiros y deslizaba la pelota desde el bolsillo a los alrededores del hoyo que debía embocar. El Presidente sonreía con malicia y jugaba como si tal cosa.
Sólo una vez, un ministro rompió el encanto del truco: Oscar Camilión, a quien tampoco le gustaba perder a nada, le plantó cara. Menem lo miró, y sin perder la sonrisa comentó: “Es por la imagen de la Argentina. No es bueno que el Presidente pierda con un ministro”.