Las últimas víctimas de la terrible tradición de los pies vendados

Durante siglos, a las mujeres chinas les vendaron los pies, quebrándoles los dedos, para que "consiguieran marido"

Las últimas víctimas de la terrible tradición de los pies vendados
Tradición de los pies vendados\u002E (LA NACIÓN)

Unas pocas mujeres chinas, ahora mayores, son las últimas testigos de una tradición brutal que las mutilaba de por vida: el vendaje de los pies para que no crecieran más allá de una longitud ideal de ocho centímetros.

En lo legal, esa práctica se abolió en la segunda década del siglo XX, pero la costumbre pesaba más que la ley y muchas mujeres continuaron vendando los pies de sus hijas con el objetivo de conseguirles un buen matrimonio y garantizarles así un futuro hogareño y próspero.

PEKÍN (CHINA), 04/03/2019.- Madam Zhao, de 92 años, posa delante de su casa en el distrito de Shunyi en Pekín, China, el 4 de marzo. (EFE)
PEKÍN (CHINA), 04/03/2019.- Madam Zhao, de 92 años, posa delante de su casa en el distrito de Shunyi en Pekín, China, el 4 de marzo. (EFE)

"Yo no quería, porque dolía mucho. Nadie quería. Usábamos un trozo de tela para vendarnos los pies. Y mi madre lo cosió para que no me lo pudiera quitar", asegura a Efe la señora Zhao, quien a sus 92 años es una de las últimas víctimas vivas de aquella tradición milenaria.

La madre de la señora Zhao, como tantas mujeres de la época, creía que era fundamental conseguir que su hija tuviera los llamados "pies de loto" si quería encontrarle marido, entonces sinónimo de porvenir y bienestar.

Pero para conseguir ese bienestar había que pagar un peaje atroz: la rotura de los cuatro dedos más pequeños del pie, que quedaban prensados bajo la planta, con la resultante atrofia vitalicia.

En la época en la que Zhao se casó, los matrimonios eran concertados y la futura suegra examinaba los pies de la novia para determinar si eran suficientemente pequeños.

Aunque dolía, Zaho estaba segura de que no había alternativa a vendarse los pies. "Nadie me iba a querer si no me vendaba los pies. Y me tratarían mal, con los pies grandes. A mi esposo le gustaban mis pies pequeños", explica.

Empezaron a vendárselos cuando tenía 6 años. "A partir de los 13 o 14 años, ya no notaba el dolor", asegura la anciana, que no gritaba cuando le vendaban los pies porque dice que chillar no le aliviaba.

Zaho abandonó la práctica cuando su marido murió, y cree que las cosas están mejor ahora para las jóvenes chinas.

"Ahora los hombres y las mujeres son iguales", opina la señora Zhao, madre de cinco hijos. Ella nunca fue a la escuela, sufrió el hambre y la invasión japonesa y considera que todo tiempo pasado fue peor.