"Pienso en los grandes artistas que se nos van, ésos que nos alegraban el alma, que nos mostraban que había algo que no se corrompía. Uno está rodeado de esta cosa mágica y misteriosa que se produce en los escenarios, sobre todo cuando se está con otros músicos, con paisanos", decía Jaime Torres en 2014 en una entrevista con Revista Ñ, de Clarín.
Entonces estaba a punto de cumplir 76 años y de presentarse en el Teatro Colón, pero Torres reivindicaba con sus palabras al público más intimo. "El escenario es condenatorio al aplauso y a la gran euforia”, decía sobre el gran show que se aproximaba.
Y ampliaba: "Se pueden lograr unas cuantas cosas sobre un escenario en poco tiempo y en cualquier idioma, pero yo no aprendo nada allí. La paso bien, me siento acompañado aunque esté solo, cierro los ojos y estoy en mi paisaje interior. En casa, cuando toco, trato de ver el gesto de mi nieto, de algún familiar que ande por ahí. En cambio, en el escenario, a la inversa, cierro los ojos y estoy con todos los que han vivido, los que siempre estuvieron cerca de mí".
Esa vez no era la primera que Torres pisaba el escenario del Colón. Antes había estado allí para un concierto de fin de año con una suite para charango y orquesta que dirigió López Puccio y había orquestado Gerardo Gandini.
Y al respecto, Torres decía: "A mí me pasan esas cosas porque no me cierro a las experiencias nuevas. Pero hablando de consagraciones, la del Colón no es personal sino más bien del contenido de la música que hago, del instrumento y de su repertorio. No fue simple la idea de encarar la vida con el charango. Viste que la gente le dice a los chicos que está bien que quieran ser músicos pero que también se dediquen a estudiar una carrera universitaria. Bueno, no es sencillo ser músico y no fue fácil el camino del charango".