Entre los grandes nombres que han hecho eco y llenado de orgullo al país se encuentra el de Luis Federico Leloir. Aquel médico, bioquímico y farmacéutico que recibió hace 50 años el Premio Nobel de Química por el trabajo de toda una vida y hoy pocos desconocen.
La atención de Leloir giró entorno a los nucleótidos de azúcar, y el rol que estos cumplen en la fabricación de los hidratos de carbono. Tras su impecable hallazgo, se logró entender lo que antes parecía indescifrable: la enfermedad congénita galactosemia.
Su vida estuvo marcada por diferentes instancias que lo moldearon como persona. Su nacimiento, de por sí, no se dio en uno de los mejores momentos para su familia. Él nació en París en 1906, luego de que los Leloir viajaran desde Buenos Aires hasta una clínica de Francia para que su padre fuera operado del corazón. Los médicos no pudieron salvarlo y falleció una semana antes del nacimiento de su hijo.
Desde pequeño se interesó por la lectura y la naturaleza a su alrededor. Se sabe que no fue un gran alumno durante su paso por la escuela. Además, abandonó la carrera de Arquitectura en el Instituto Politécnico de París. Su pasión no estaba en lo creado por el hombre sino en lo que la humanidad desconoce y cómo resolverlo.
Tras varias idas y vueltas, en una vida llena de libros y de las ganas de seguir aprendiendo sobre la medicina. El 27 de octubre de 1970, las cosas cambiaron para Luis Federico Leloir quien fue distinguido con el Premio Nobel de Química, por una investigación "muy difícil de explicar", como el mismo aseguró a los periodistas.
Tuvo un Fiat 600 celeste, también conocido como "Fitito" que necesitaba empujones para poder arrancar y trabajaba con una rutina muy puntual en una vieja silla de paja atada con alambre. Batalló contra las dificultades de conseguir los libros y las barreras del idioma de aquella época y hasta llegó a tener su propia leyenda: la creación de la salsa golf.
Un ataque cardíaco definitivo fue el encargado de alejaron de su amor por la ciencia, un 2 de diciembre de 1987. Tenía 81 años en aquel entonces y se sabe que donó todos los sueldos y premios que ganó durante su actividad como investigador al Instituto que hoy lleva su nombre.