Por Javier Firpo
Entre reportaje y reportaje, yendo con un medio, luego con otro y con otro, Ricardo Darín parece en campaña proselitista. Cada diario, radio o canal de tevé podría ser -valga la figura- una localidad donde el candidato se dirige en busca de obtener votos. Lo toma para bien Darín, protagonista de "La Cordillera", película que se estrena el jueves y en la que interpreta al Presidente de la Nación Hernán Blanco. Sin embargo niega rotundamente "estar buscando votos" (en este caso entradas) para "ganar las elecciones" (significaría ser la película más vista de 2017). "Yo no digo siempre lo mismo, no pongo piloto automático como sí hacen los políticos, ¿sabés? Tengo una especie de aplicación que me bajé para no dar una respuesta calcada en cada entrevista, a veces sale y otras no", se prende al jueguito el actor más importante del cine argentino de los últimos quince años. "Dependo de la inteligencia del entrevistador para poder tener una charla amena y no hacer una nota buscando ser sólo efectista y vendedora. Además, yo no estoy haciendo campaña, sino lo que un actor debe hacer para sostener un trabajo en el que confió, creyó y le puso mucho esfuerzo. Intento dar visibilidad a algo que vale la pena", expresa.
No faltarán asociaciones políticas con algún presidente. Lo sabés, ¿no?
En un país tan dividido como el nuestro, no faltará quiénes me vinculen con algún primer mandatario del pasado, e incluso del presente.
Hasta el propio director, Santiago Mitre, reconoció que tu parecido con Mauricio Macri es innegable…
Que se haga cargo el director, je… Puede ser por los ojos claros, las canas, la contextura, pero es su interpretación y será la de todos los que vayan a ver la película, ya que podrá resignificar lo que ve. Pero “La Cordillera” no tiene ninguna alusión partidaria, y Hernán Blanco es un personaje totalmente inventado.
¿Presiona interpretar al presidente? ¿Te sentiste incómodo en algún pasaje del rodaje?
Te la doy vuelta: viví escenas más cómodas que otras. Después, durante el rodaje había chanzas, bromas, cuestiones que tenían que ver con esto de meterme en la piel de un presidente. Pero para mí es un personaje más, como el abogado, el cura o el enfermo que alguna vez hice.
Se filtraron preocupaciones y discusiones que hubo durante el rodaje...
(Mira extrañado.) Mi preocupación mayor era y es saber si los espectadores, por nuestra idiosincrasia, estamos capacitados para ver una película así, porque cuando vienen de afuera las miramos entusiasmados.
¿Así cómo, Ricardo?
Es una película incómoda, con capas y entrelíneas que sugieren permanentemente ideas, conceptos. No está todo ahí, a la vista, ¿entendés?
Los directores hablan maravillas de tus aptitudes pero también coinciden en que imponés tus ideas...
Soy un rompe huevos de novela, pero no me animaría a tanto. Igual, Santiago se la pasó jodiendo con esto de que “la película la dirige Darín, y yo estoy pintado” -sonríe-. Pero él me abrió las puertas a participar y eso habla de un realizador seguro de sí, generoso y muy inteligente, que supo tomar de mí lo que le parecía pertinente y descartar el resto.
¿Cómo se construye a un presidente? ¿En que te apoyaste?
En nada. Aposté al oficio, a la intuición y al sentido común. Y, por supuesto, hubo charlas y discusiones piolas con el director a la hora de plantear las escenas, las tomas y los planos. Estuvimos muy codo a codo también con Dolores (Fonzi, mujer de Mitre) enfocados analizando el desarrollo narrativo de la historia. Yo lo único que exigía era que todo fuera creíble y se mostrara al hombre, al tipo común que hay en un político, pero que nosotros ciudadanos en la vida real vemos poco y nada.
Imaginemos: ¿Qué presidente serías?
Uno que diga la verdad y que hable sin tapujos. Un político que se pare frente a cámara y admita: "Tengo miedo". Me enamoraría. Te juro. O que haga público una duda y le diga al país: "Tomé una decisión pero no estoy seguro si es la correcta. Por eso quiero compartirla con ustedes, porque mis decisiones los abarcan a todos". ¡La mierda! ¿Te imaginás un presidente así? Ya lo voto…
¿Por qué pensás que no lo dicen, siendo aparentemente tan simple?
Pasa que los asesores no los dejan decir la verdad. Están más preocupados por la imagen y a los ciudadanos nos tratan como estúpidos creyendo que no nos damos cuenta de que todo pasa por cómo se diga, por la forma, el estilo, el tono, el modo, o si aparecés con un nenito, un caniche o tomando mate. ¿Se creen de verdad que somos idiotas? Nosotros nos damos cuenta de todo, eh...
Importan más las apariencias...
Vivimos en tiempos en los que la imagen es más fuerte que la palabra. Hay que adaptarse a un mensaje superficial, con verdades a medias. Te saco de tema.
¿Cómo te cayó cumplir 60 años?
¡Qué número, che! A veces me impresiona. Pero yo estoy bien, me siento fuerte y creo que eso tiene que ver con una cuestión de actitud, de perspectiva, de enfoque y de que suelo tener una mirada optimista. Pero no me puedo hacer el boludo, porque es una edad en la que la finitud aparece en el horizonte como algo más cercano.
No te pongas melodramático…
No quiero sonar así... es real. Uno se va sintiendo más mortal, nada nuevo voy a decir. Son pensamientos que irrumpen ahora, no cuando tenés veinte, que te comés el mundo, o cuarenta, que tenés otras preocupaciones... Pero la idea de que “me voy a morir” empiezó ahora, cuando cumplí sesenta. La sensación de finitud –insiste- es un tema que, de pronto, es algo más presente. Ojo, no en términos funcionales, porque yo me siento en un camino de ida.
¿Cómo te llevás con la adulación?
Ni mal ni bien. Aprendí a no abrazarme con efusión al elogio ni a la crítica despiadada, porque te pueden hacer mucho daño, sobre todo la adulación desproporcionada puede guiarte a que te creas que sos un fenómeno. Y si te pasa, después es muy difícil salir de esa zona.