Marcelo es de una familia oriunda de Río Turbio, Santa Cruz. Su padre, Héctor Ariznabarreta, que trabajaba para la Línea Aérea del Estado (LADE) en la localidad santacruceña, pidió el traslado a Ushuaia en 1983. Desde ese momento, durante la adolescencia de Marcelo, vivieron en la ciudad más austral. Un año más tarde su aceptó el ofrecimiento para pasarse de compañía aérea y desde 1984, cumplió tareas Aerolíneas Argentinas, que había retomado vuelos hacia nuestra ciudad. Para aquel entonces, Marcelo jamás imaginó que a sus 14 años, iba a ser uno de los testigos oculares casuales de los hechos más recordados en la historia de Ushuaia y en la historia de la aviación local.
Desde la ventana de su casa, que estaba ubicada en Sarmiento y Maipú, observó los accidentes de los aviones. Aunque para él “la gran vedette”, fue la pista de aterrizaje del viejo aeropuerto. “En la jerga, los pilotos le decían a la pista ‘el portaaviones’. Eso más que nada, por la escaza longitud y las cabeceras que terminaban a ambos lados del Canal Beagle”, dijo Marcelo y recordó que al pasar los años, fue aumentando de longitud, pero era un factor que ponía en juego la pericia de los pilotos.
Marcelo atribuyó a la suerte como el factor que hizo que él estuviera presenciando, de algún modo, esos accidentes desde la ventana de su casa que daba una vista directa a la cabecera 16. “Los accidentes estos, quedaron grabados en la retina. Gracias a Dios no hubo muertes”, expresó aunque recordó otros casos que sí hubo víctimas por lamentar. En este sentido, el primer accidente que él recuerda es el que sufrió el Fokker F-28 LV-LOA de Aerolíneas Argentinas. Este avión fue conducido por pilotos de LADE, ya que en aquel momento hubo un paro de pilotos civiles.
Su padre, que había sido el primer gerente de la línea aérea de bandera en Ushuaia, le había comentado algo al respecto de que iba a llegar un avión diferente y le había explicado que el avión que venía era un Fokker, pero de Aerolíneas, no de LADE como estaban acostumbrados a ver. La intriga y curiosidad de ver cómo era un Fokker de Aerolíneas, llevó a Marcelo a estar en la ventana. “Cuando Aterriza el avión, por la cabecera 34, veo que venía muy rápido, demasiado rápido y nevaba. El avión siguió y cuando siguió veo que dobla sobre el terraplén, hace un giro sobre su propio eje y aprecio que las ruedas se quedan clavadas en la tierra y ahí gira sobre su eje. Después fue quedarme impávido, a la espera de lo que uno, en una situación así dice ‘explota’”, relató y sumó factores de peligro como el reservorio de combustible y la fragilidad del material. Gracias a Dios, como dijo Marcelo, no hubo víctimas fatales.
Con la remodelación del edificio donde estaba la oficina que Ariznabarreta padre gerenciaba, las prestaciones que se brindaban debían ser superadoras y retornó el servicio de Boeing, para lo cual personal de la empresa viajó a ver la pista y las instalaciones donde iban a operar las aeronaves. Las dificultades relacionadas al faltante de tecnología superaban la experiencia y calidad de los pilotos de Fuerza Aérea, quienes debían hacer maniobras muy jugadas al momento de la aproximación a la pista y el aterrizaje. “A 150 metros de la cabecera, sino aterrizaba, el avión tenía que hacer un despegue devuelta”, mencionó Marcelo.
Hasta el momento, lo que primaba era la expertiz de los pilotos y las tripulaciones que eran espacialmente entrenadas para volar hacia Ushuaia. En aquella época era el aeropuerto más difícil donde operar. Los accidentes, la falta de tecnología y las características meteorológicas en la zona, hicieron que de una manera inminente, se instale el nuevo aeropuerto y con él, la instalación de nuevas tecnologías.
Marcelo tuvo la experiencia de ver accidentes aéreos, pero la vida lo llevó a ser protagonista de una situación, una experiencia límite, en un avión pequeño, pero no menos importante, como es el Twin Otter. Este, es un avión técnico utilizado generalmente para operaciones específicas. Él junto a su padre volaron desde Río Turbio hacia Río Gallegos; en el momento anterior al aterrizaje apareció un helicóptero de la nada y el piloto tuvo que maniobrar como si tuviese un avión de combate, con rapidez, sangre fía y pericia.
“El piloto del Twin Otter lo que hizo fue agarrar el timón de la avión, llevarlo en picada hacia abajo y pasar por debajo del helicóptero. Yo terminé estrolado con la parte de adelante, el torpedo, me golpee la cara, me sangré toda la cara y mi papá me agarró de un pie y me tiró para atrás”, relató. Luego del aterrizaje el piloto del avión y el del helicóptero arreglaron la situación con un solo golpe de puño. Más allá de la situación, los golpes, el susto y las maniobras, lo que resaltó Marcelo fue la habilidad del piloto del avión. “Esa es la calidad de pilotos que tenemos. Respuestas inmediatas en situaciones extremas”, dijo.
Por otro lado, retomó la experiencia de accidentes y habló el hecho ocurrido en 1988 con el Boeing 737. “Me acuerdo que me quedé tomando un té con leche frente al ventanal, el mismo lugar donde 2 años antes había visto el del Fokker y veo aterrizar el avión. Veo que el avión, a diferencia del Fokker, aceleraba más la altura del aeroclub. Supuse que iba a levantar vuelo, pero no”, contó y agregó “fue una cuestión que vimos todos, que terminó en el agua con una maniobra muy rápida del piloto para evitar un vuelvo campana. Fue una tragedia con suerte, ahí sí hubo accidentados con golpes. Ese fue terrible”. Marcelo recordó que fueron 20 segundos desde que el avión quiso aterrizar hasta que quedó en el agua con el fuselaje partido. Luego sería extraído y colocado al lado del hangar que está a un costado de la pista.
Los años pasaron y Marcelo se abocó a otras cosas, las pasiones fueron cambiando y no fue de esas personas que miran y analizan o disfrutan los aterrizajes o despegues de los aviones. Siempre recuerda aquellos momentos acompañando a su padre, de algún modo, en la pasión aeronáutica. Aunque no fue piloto, su padre fue muy querido en la fuerza y aún hay gente que se cruza con Marcelo y recuerdan que su padre los ayudó con soluciones de lugares para viajar y siempre conseguía un asiento. “Eso es grato porque por ahí en vida uno no lo manifiesta y a uno lo paran en la calle y le cuenta esas cosas, y uno se emociona”, reconoció. Sin dudas su ayuda fue genuina y sin esperar nada a cambio, lo que sí se puede ver es que fue fiel a su origen Vasco, donde había que ser resolutivo a lo que dé lugar.