Conocí a Germán Soriano allá por el año 1989, fui compañero del colegio secundario de su hijo Mauro.
La primera vez que lo vi me pasaron a buscar por mi casa, en un Citroen casi desarmado, teníamos que ir con Mauro, a realizar una tarea escolar en grupo.
- ¿Estás apurado? – me preguntó.
- No, respondí
- ¡Menos mal! - dijo y manejó todo el trayecto a no más de 30 kilómetros.
Pero aquello tenía una explicación, era domingo, el flaco estaba haciendo algunas reparaciones en su casa y necesitaba una caja grande. Los tres fuimos durante todo el trayecto moviendo la cabeza de lado a lado como radares, en busca de nuestro objetivo.
A dos cuadras de nuestro destino, mágicamente la caja apareció. Se bajó, la alzó, abrió mi puerta y me la puso de sombrero.
- ¡Me trajiste suerte petizo! Ando necesitando también cuatro gomas para el auto, mañana salimos a buscarlas juntos - me dijo para hacerme reír, y lo logró.
Desde aquel día con Mauro nos volvimos inseparables, hermanos de la vida y Germán un buen anfitrión cada vez que iba a su casa.
Nunca faltaba la picadita, el vaso de vino o la cerveza, los partidos de truco o las mil anécdota que nos contaba para descostillarnos de risa.
Su carcajada era tan poderosa como su voz frente a un micrófono.
Compartimos viajes, charlas, mates, tardes de pileta en el Country Zurita, alguna que otra salida a tomar algo por las noches tresarroyenses.
Germán cambió aquel Citroen por un Fiat 128 color celeste. “El Pitufo” se convirtió en nuestro auto, en la tercer pata de nuestras extravagantes aventuras de adolescentes.
Por aquellos años y por algunos meses, tuvo un programa de radio en Radio Comunidad Argentina, con Mauro, se llamaba “Entre padres e hijos” donde charlaban sobre “cosas de chicos” desde ambas visiones.
A mí me gustaba llamarlo al programa, salir al aire y contradecirlo con el único fin de hacerlo renegar. Nunca me retó ni me censuró al aire, pero si había dicho algo que no le gustaba, al finalizar mí participación me decía “no cortes” y en privado me indicaba que después del programa me pasaría a buscar para cenar los tres juntos y hablar al respecto. Siempre tuvo un consejo sabio, una palabra justa y una enseñanza a mano para regalarme.
Se enojaba, ¡claro que se enojaba! Sobre todo jugando a la Play Statión. Tardes enteras jugando al Tekken, un juego de pelea, que se había convertido en un pasatiempo irrenunciable cada tarde para mi grupo de amigos.
Germán llegaba del trabajo y se prendía siempre, era como un nene grande, que pataleaba y se enojaba cuando perdía. Las bromas, las cargadas y las apuestas estaban a la orden del día por aquellos días. Y aunque pocas veces le tocaba ganar, siempre terminaba colaborando “en la vaquita” de los perdedores para la picada o las empanadas.
Un día Mauro se fue a vivir a España. Con Germán perdimos ese trato casi diario, pero son contadas con los dedos de una mano, las veces que no paró a saludarme y charlar cada vez que me veía en la calle, yo dembulando sin rumbo y el en su motito Zanella azul, que luego cambio, en la que recorría las calles de Tres Arroyos buscando publicidad para su programa radial.
Todos hablaron de sus méritos y cualidades como locutor , de su voz reconocible y desde hoy, inolvidable.
Pero detrás del profesional, hubo siempre una persona cálida, amorosa, divertida, generosa y sincera, amigo de sus amigos y un gran padre.
Germán fue un hombre valiente que decidió vivir con hidalguía y dignidad la enfermedad que le tocó atravesar. El regreso de Mauro desde España le dio fuerzas de más para seguir adelante.
Lamentablemente la vida, a veces cruel, despiadada e incomprensible tuvo otros planes, tan absurdos como letales.
El golpe final se lo dio la vida, no la muerte.
Hoy descansa en paz, y a estas alturas ya habrá recuperado los abrazos que se le negaron el último mes y medio.
Se fue Germán Soriano , para la mayoría Germán Soriano una voz inigualable, la compañía detrás de un micrófono.
Para mí, simplemente, “el flaco”, un buen amigo.