¡Venga, venga amigo, acérquese! Con confianza, nomas. Que no lo asusten mis 54 metros, soy buena gente como todo gigante.
Gracias por venir hace tanto que no recibo visitas que temo haberme olvidado como ser un buen anfitrión.
Vio amigo cómo es esto. Parece que para esta sociedad los viejitos somos descartables y poco a poco nos van dejando solitos. Hace rato que no viene nadie a visitarme, no sé bien por qué, discúlpeme que no lo haga pasar, estoy un poco desordenado.
Por suerte yo tengo un trabajo para el cual todavía no existe reemplazo y para esta sociedad sigo siendo útil, además sigo en óptimas condiciones para seguir trabajando.
No le voy a mentir, tengo algunos achaques, se me fueron gastando un poco mis 278 escalones de tanto subir y bajar, tengo alguna que otra rotura de poca monta, pero para tener 99 pirulos no estoy nada mal.
Que quiere que le diga, para mí, viejo son los trapos, sino pregúntele a mi amigo el viento, es mucho más viejo que yo, me conoce de chiquito y todavía sigue soplando con fuerza, ¿o, no? Usted lo habrá notado más de una vez corriendo por esta zona cuando llega de visita.
Todavía sigo teniendo mi ojo de lince. Soy capaz de ver un barco a varias millas, casi a 50 kilómetros como en mis años mozos, no perdí para nada esa habilidad, será por eso que todavía sigo activo, trabajar me mantiene vivo, mi amigo, y puedo asegurarle que jamás en mis 99 años falté un solo día a mi trabajo, siempre me lo tomé con mucha responsabilidad.
LEER TAMBIÉN///100 años de Claromecó: El frustrado proyecto que lo volvió mágico
Y para que se lo voy a negar, soy coqueto, algunos retoquecitos estéticos me hice para verme bien, me gusta verme lindo, al fin y al cabo sentirse permanentemente observado hace que uno quiera verse de la mejor manera.
Pero hace mucho tiempo de eso, un poco por ególatra o un poco por ingenuo yo también sucumbí a esas palabras que Mister Henry le dijo a Dorian Grey en la novela de Wilde: “No hay absolutamente nada en el mundo sino la juventud”. Con el tiempo me di cuenta lo equivocado que estaba y comprendí que a los 40 años se puede ser más sensual y estético que a los 20; y que a los 60 años más jovial y divertido que a los 40.
Yo con mis casi 100, por dentro me sigo conservando igual que a mis 60, y perdóname la falta de modestia o la soberbia, la gente me sigue viendo y admirando desde todos los rincones, porque entendí que esa es la clave, mantenerse joven de espíritu.
A si es, mi amigo, aunque debo reconocerle que a pesar de mi coquetería nunca le solicité a mis superiores que me cambiaran el uniforme de trabajo, me gustaría algunos colores más brillantes como dicen que tiene mi camarada de Mar del Plata, pero entiendo que eso tiene una justificación, dicen que hace muchos años decidieron que los faros lleven vestimenta de preso, porque estarían para siempre presos de su trabajo, sentido de pertenencia que le dicen y uno aprende a llevar sus colores con orgullo.
Es así mi amigo, ahora cada tanto vienen los doctores a revisarme, me dan algunos antioxidantes y principalmente me revisan el cuello, me ponen unos aceites que me sacan las contracturas y con eso puedo seguir girando y girando para controlarlo todo. No es fácil el trabajo de vigilante o de sereno nocturno, son muchas horas de laburo y hay que estar muy atento para prevenir lo antes posible.
Le agradezco la deferencia, sí, estoy al tanto de que soy el segundo más alto de Argentina, es un orgullo créame, después de tantos años de trabajo que a uno lo sigan reconociendo de esa manera, es una satisfacción enorme, pero permítame cambiar de tema:
¿Vio que lindo y que grande está Claromecó? ¡Yo lo vi crecer! Me llena de orgullo verlo tan prospero. Usted, mi amigo, no sabe lo lindo que se ve desde acá arriba, me encantaría que pudiese verlo, pero como ya le dije, no me permiten recibir visitas.
La verdad es que no puedo quejarme, me tocó trabajar en un lugar soñado, casi mágico le diría, Claromecó es encantador en invierno y revoltoso en verano.
LEER TAMBIÉN///Alejandro Borensztein, lo invito a conocer Claromecó
Ahora que vienen los días lindos y empiezo a trabajar un poco más tarde, tengo más tiempo para disfrutar de los atardeceres llenos de gente en la playa, no sabe, mi amigo, la satisfacción que me da ver a tanta gente disfrutar.
Vuelvo a repetirle, no puedo quejarme, soy un privilegiado, despertarme todas las mañanas frente a estas playas es casi un sueño, con este mar que cada tanto se hace un ratito y se acerca para charlar conmigo, cuando el viento sur lo arrastra. Puede creer, mi amigo, que en tantos años de amistad que tenemos, el mar nunca quiso responderme una pregunta simple, y mire que se la hice varias veces.
Cada vez que se acerca le pregunto lo mismo: ¿usted empieza o termina? Desde mi punto de vista, llegan las olas y parece que termina, que casi exhausto se tira a descansar, pero luego retrocede, deshace el camino y parece que vuelve a empezar.
No sé, quizás lo único importante sea estar aquí, parado en la orilla y simplemente contemplarlo. Schopenhauer decía que “Hay momentos de contemplación que calman las desgracias y alejan por un instante al hombre del drama del esfuerzo”, quizás, mi amigo, sea un esfuerzo intentar responder esa pregunta. Un esfuerzo en vano. Quizás, lo único importante es estar parado en la orilla mirando el mar…”y el mar siempre ahí, recomenzando” como diría Rimbaud.
Discúlpeme, me fui por las nubes. Bueno, mi amigo, agradezco su visita y disculpe si no lo reconozco, seguramente habrá venido en una o varias oportunidades a visitarme, pero son tantos cientos de miles de personas la que han pasado por aquí que me resulta imposible reconocerlas, no lo tome como una antipatía de mi parte, mi vista y mis músculos siguen siendo los mismos, pero a estas alturas de la vida, la memoria falla.
Vuelva cuando guste, me prometieron que dentro de poquito tiempo podré recibir visitas nuevamente. No sabe lo ansioso que estoy con eso. Y si no lo dejan volver, no deje de saludarme cuando camine por estas playas, no se olvide, mi amigo, que a pesar de mis 99 años todavía sigo viendo todo.