Decir que su nombre era Néstor Edmundo es el dato menos trascendente de su biografía. Dudo que alguna vez alguien lo haya llamado por su nombre de pila, y me consta que nunca lo escuché pronunciar su propio nombre. Bastara decir que hablo de Lilo Bianculli para que el recuerdo de sus veladas artísticas aparezcan como un rayo en la mente de la mayoría de los lectores. Él y su manera única de tocar el piano, él y sus presentaciones han vencido al olvido.
Lilo tenía tres amores: la Biblioteca Publica Sarmiento, el Club Atlético Costa Sud y el teatro. Dos veces al año viajaba a Buenos Aires y cada noche disfrutaba de alguna obra teatral, preferentemente comedias musicales de las cuales extraía alguna idea para montar, luego, en sus espectáculos aquí en Tres Arroyos.
El sueño del tío Lilo era tocar un piano de cola blanco. Le hubiese gustado también, dirigir alguna obra musical al estilo “Hollywood.” De no ser por el color del piano, fui testigo de lo más cerca que estuvo de concretar uno de sus sueños.
Coincidimos en un viaje a Capital Federal en los albores de un verano de un año ya olvidado. Una tarde que presumía ser igual a las demás, para convertirse horas más tarde en un recuerdo imborrable, recibí de su parte una invitación sencilla pero glamorosa en aquellos tiempos: tomar un café en el Patio Bullrich. Acepté.
Caminamos las pocas cuadras que nos separaban del departamento hasta la calle Posadas y antes de ingresar al Shopping decidimos “echarle un vistazo” al Hotel Caesar Park (hoy llamado Brick Hotel Boutique) ubicado frente al Patio Bullrich. Un botón nos abrió las puertas, comenzamos a recorrer las instalaciones y guiados por los carteles indicativos tomamos el ascensor hasta el salón de fiestas, luego pasamos a una sala de lectura decorada con muebles Luis XVI, para finalizar el recorrido en el salón comedor donde varios mozos preparaban las mesas para la cena que se avecinaba.
Su mirada se encendió cuando hacia el fondo de la habitación vislumbró un piano de cola negro. Hasta allí se movieron sus pies con inusitada rapidez. "Sabés qué es esto" - me preguntó – "un piano" – respondí con ironía – "no, es mucho más. Es un Steinway and Sons, un formula 1" Pidió permiso a los mozos para sentarse y una vez instalado comenzó a acariciar las teclas del instrumento como si estuviese ejecutando un Gliss pero sin sonido, luego de respirar profundo sus manos adoptaron posición de inicio y segundos después las primeras notas de "Candilejas" comenzaron a sonar con una suavidad en la interpretación que yo desconocía.
Al llegar al clímax de la canción, fiel a su estilo interpretativo, hizo tronar el piano. Lilo era un hombre de "lagrima fácil" y aquella vez no fue la excepción: entre lágrimas que bajaban por sus mejillas culminó aquella interpretación contagiándome su emoción y arrancándole aplausos a las cinco o seis personas que se encontraban presentes.
Atesore ese momento para siempre. Alguna vez, de visita en su casa, mientras esperábamos que Chichí Fiorda, Dardo Zaninni y Juan Carlos Di Luca lleguen para comenzar los ensayos de una nueva presentación, le pedí que tocase Candilejas. Se negó esa vez y todas las veces que se lo pedí. "Candilejas, nunca más – sentenció – nunca sonara igual, nunca más será lo mismo que aquella vez." Hace varios años que Lilo Bianculli se nos fue de gira.
Seguramente en el pedacito de cielo que le tocó y que sin dudas habrá pintado de verde y oro, habrá conseguido su piano de cola blanco y no habrá perdido la costumbre de impartir ordenes de último momento con su voz de mando a ese coro de ángeles que habrá formado para que lo acompañe.
Sin duda alguna cada noche estará eligiendo el color de la corbata que mejor combine con su traje gris y por cábala o coquetería estará tiñendo su bigote de negro antes de cada presentación… y allí en esa inmensa habitación sin muros, cada día montará ese espectáculo al estilo Hollywood que siempre soñó recibiendo al finalizar su presentación, los aplausos que aquí nunca le faltaron… y quizás, solo quizás, en un Bis majestuoso, envalentonado y contagiado por la perfección de Dios, otra vez se le anime a “Candilejas”.